(Vatican.news/InfoCatólica) «En este sexto aniversario de mi visita a Lampedusa, pienso en los ‘últimos’ que todos los días claman al Señor, pidiendo ser liberados de los males que los afligen. Son los últimos engañados y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas de un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser llamada temporal». Son palabras del Obispo de Roma en su homilía en la Santa Misa por los Migrantes, con motivo del VI Aniversario de su Visita a la Isla italiana de Lampedusa, celebrada en el Altar de la Catedra de la Basílica de San Pedro, este lunes 8 de julio de 2019.
Salvación: es Dios quien baja, se revela y salva
En su homilía, el Santo Padre comentando las lecturas bíblicas que fueron proclamadas en la celebración dijo que, la Palabra de Dios hoy nos habla de salvación y liberación. Refiriéndose a la salvación, el Pontífice recordó el viaje de Jacob desde Berseba a Jarán y el sueño que tuvo en el cual vio a los ángeles de Dios subir y bajar del cielo, y como este sueño se cumplió históricamente en la encarnación de Cristo. «La escalera – precisó el Papa – es una alegoría de la iniciativa divina que precede a todo movimiento humano. Es la antítesis de la torre de Babel, construida por hombres que con sus propias fuerzas querían alcanzar el cielo para convertirse en dioses. En este caso, por el contrario, es Dios quien ‘baja’, es el Señor quien se revela a sí mismo, es Dios quien salva. Y el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, cumple la promesa de que el Señor y la humanidad se pertenezcan mutuamente, en el signo de un amor encarnado y misericordioso que da la vida en abundancia».
El refugio de los que invocan en la tribulación
Antes esta revelación, subrayó el Papa Francisco, Jacob realiza un acto de entrega al Señor, que se traduce en un compromiso de reconocimiento y adoración que marca un momento esencial en la historia de la salvación. «Como un eco de las palabras del patriarca – evidenció el Pontífice – hemos repetido en el Salmo: «Dios mío, confío en ti». Él es nuestro refugio y fortaleza, nuestro escudo y armadura, ancla en los momentos de prueba. El Señor es refugio para los fieles que lo invocan en la tribulación. Por lo demás – señaló el Papa – precisamente en estas situaciones es donde nuestra oración se vuelve más pura, cuando nos damos cuenta de que las seguridades que ofrece el mundo valen poco y no nos queda más que Dios. Sólo Dios abre el Cielo al que vive en la tierra. Sólo Dios salva».
La liberación de la enfermedad y la muerte
Es precisamente, este confiar de modo total y extremo, agregó el Santo Padre, lo que une al jefe de la sinagoga y a la mujer enferma en el Evangelio. Son episodios de liberación. Ambos se acercan a Jesús para obtener de él lo que ningún otro les puede dar: la liberación de la enfermedad y la muerte. Por una parte, tenemos a la hija de una de las autoridades de la ciudad; por otra, tenemos a una mujer que padece una enfermedad que la convierte en una excluida, una marginada, una persona impura. Pero Jesús no hace distinciones: la liberación se concede generosamente en ambos casos. La necesidad coloca a las dos, a la mujer y a la niña, entre esos «últimos» que hay que amar y levantar.
Los últimos claman pidiendo ser liberados
En este sexto aniversario de mi visita a Lampedusa, señaló el Papa Francisco, pienso en los «últimos» que todos los días claman al Señor, pidiendo ser liberados de los males que los afligen. «Son los últimos engañados y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas de un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser llamada temporal. Son sólo algunos de los últimos que Jesús nos pide que amemos y ayudemos a levantarse».
«No se trata sólo de migrantes»
Desafortunadamente, agregó el Santo Padre, las periferias existenciales de nuestras ciudades están densamente pobladas por personas descartadas, marginadas, oprimidas, discriminadas, abusadas, explotadas, abandonadas, pobres y sufrientes. En el espíritu de las Bienaventuranzas, estamos llamados a consolarlas en sus aflicciones y a ofrecerles misericordia; a saciar su hambre y sed de justicia; a que sientan la paternidad premurosa de Dios; a mostrarles el camino al Reino de los Cielos. ¡Son personas, no se trata sólo de cuestiones sociales o migratorias! «No se trata sólo de migrantes», en el doble sentido de que los migrantes son antes que nada seres humanos, y que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada.
Se requiere compromiso, esfuerzo y gracia
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco precisó que, parece como algo natural el retomar la imagen de la escalera de Jacob, señalando que en Jesucristo, la conexión entre la tierra y el cielo es segura y accesible para todos. «Pero subir los escalones de esta escalera requiere compromiso, esfuerzo y gracia. Hay que ayudar a los más débiles y vulnerables. Me gusta pensar, entonces, que podríamos ser nosotros aquellos ángeles que suben y bajan, tomando bajo el brazo a los pequeños, los cojos, los enfermos, los excluidos: los últimos, que de otra manera se quedarían atrás y verían sólo las miserias de la tierra, sin descubrir ya desde este momento algún resplandor del cielo». Finalmente, el Santo Padre agradeció a los diferentes inmigrantes que han llegado recientemente y que ya están ayudando a los hermanos y hermanas que han venido recientemente. «Quiero agradecerles por este hermoso signo de humanidad, gratitud y solidaridad».
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