(Aica) Muchos peregrinos visitan la estatua del beato, situada en el santuario del mismo nombre en la República de Mauricio. De hecho, hay quienes tan sólo llegan hasta la isla, después de un largo viaje, con el único deseo de tocarla.
El pontífice, como peregrino de paz, también visitó el santuario del padre Laval en esta tercera etapa de su viaje apostólico internacional a África. Se trata de una visita privada en la que Francisco se detuvo unos minutos frente de la tumba del beato en oración silenciosa y luego depositó unas flores.
A recibirlo acudieron varios obispos de la Conferencia Episcopal del Océano Índico, pero también el párroco y el responsable del santuario. Junto con ellos, también estuvieron presentes unos 65 fieles. Al término de la visita, Francisco saludó a 12 enfermos, y a 20 familias de jóvenes con adicciones recibidos en «Casa A», un centro de acogida dirigido por un diácono permanente y su esposa.
El santuario se encuentra ubicado dentro de los muros de la iglesia de la Santa Cruz, en las afueras de Port Louis y se destaca por su reciente reconstrucción en 2014 – con motivo del 150 aniversario de la muerte del beato.
Una reconstrucción que fue necesaria tras el aumento constante en el número de peregrinos que se reúnen en oración en la tumba del padre Laval, especialmente cada 9 de septiembre, aniversario de su fallecimiento. Resulta curioso además que la tumba del beato se encuentra coronada por una caja de vidrio situada debajo de un gran crucifijo. Dicho crucifijo es la reproducción de la cruz al lado de la cual el padre Laval aceptó, por primera y única vez, ser fotografiado.
Conocido como «el Apóstol de los negros» porque se dedicó a la evangelización de los nativos de Mauricio, el beato Jacques-Désiré Laval nació en Francia en 1803 en el seno de una familia de clase alta que lo obligó a graduarse en medicina, pero pronto decidió abandonar la profesión médica para convertirse en misionero.
En 1841 llegó a la isla Mauricio para dedicarse con entusiasmo a la evangelización de los negros que, por ley, habían sido liberados de la esclavitud. Se destacó por su entrega y servicio a los más necesitados, en concreto, por fundar numerosos hospitales, abrir escuelas primarias y construir varias capillas para la formación espiritual y promover la integración social de la población.
En privado, llevaba una vida austera: usaba el cilicio, dormía en la tierra desnuda, practicaba el ayuno y pasaba noches enteras en oración. A los 59 años, debilitado debido a una apoplejía, murió el 9 de septiembre de 1864. A su funeral acudieron más de 40.000 fieles. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de abril de 1979, siendo el primer beato querido por el pontífice polaco.
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