(Gaudium Press / InfoCatólica) Aunque no es posible atribuir el sorpresivo desenlace de las elecciones de Estados Unidos a un solo factor, en una contienda electoral tan cerrada, es más que probable que el tema de la libertad religiosa moviera la balanza de una manera decisiva.
Si se revisa la historia de encontrará que el voto de los católicos ha estado consistentemente del lado ganador desde 2004, según cifras del Pew Research Center de Estados Unidos, cuando una mayoría católica (52%) votó por un segundo mandato de George W. Bush. En las elecciones de 2008, una mayoría católica respaldó a Barack Obama (54%) y en 2012 un porcentaje menor le apoyó la reelección (50%), reflejando las consecuencias del debate sobre la libertad religiosa.
Ha de recordarse que el mandato antinatalista fue protagonista de una larga batalla jurídica que llegó hasta la instancia de la Suprema Corte, en la cual la administración Obama intentó aplastar a las Hermanitas de los pobres, obligándolas a ir contra su conciencia, incluyendo fármacos abortivos, esterilización y anticonceptivos en los planes de seguros de salud de sus empleados, o pagar cuantiosas y exorbitantes multas. Esto trajo como consecuencia que el voto católico retiró su apoyo del partido demócrata y volvió a apoyar mayoritariamente al candidato republicano (52% contra 45%). Es llamativo notar que los católicos de origen hispano disminuyeron esta cifra a causa de las duras políticas migratorias anunciadas por el presidente electo (sólo un 26% de los hispanos católicos voto por Donald Trump, mientras que los católicos blancos lo respaldaron en un 60%.)
La controversia sobre libertad religiosa liderada por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) no sólo involucró a los católicos. Numerosas organizaciones religiosas de otras denominaciones demandaron la medida y empleadores particulares con identidad cristiana obtuvieron victorias jurídicas en favor de la libertad religiosa. El respaldo al candidato ganador de los electores evangélicos identificados como «nacidos de nuevo» es emblemático en las elecciones de 2016, pues 81% apoyaron al candidato ganador contra 16% que apoyaron al perdedor. La votación de protestantes también fue mayoritaria en favor del presidente electo (58%), así como la de los mormones (61%).
La razón puede ser evidente, dado que Hillary Clinton no sólo no hizo nada por rectificar los errores de la administración Obama, sino que prometió mantenerse en la misma línea, afirmando que los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales. Las revelaciones de los contenidos de correos electrónicos de la campaña de la candidata demócrata aumentaron el rechazo del voto católico porque contenían graves críticas y mofas sobre la doctrina católica e incluso la discusión sobre la necesidad de fomentar una «revolución» en contra de la jerarquía eclesiástica, para lo cual ya se habían creado dos organizaciones de presión de identidad supuestamente católica.
La posibilidad de que los creyentes ajustaran sus preferencias electorales para frenar un posible gobierno que pusiera en riesgo su libertad religiosa parece confirmarse en el cambio de intención de voto frente al propio candidato del partido republicano en las elecciones primarias de ese partido. En ese momento, el candidato republicano contaba con apenas un 36% de la intención de voto de los «nacidos de nuevo», la cual aumentó notablemente cuando se ratificó su candidatura. Ya sea por afinidad directa por el partido o como voto en contra de la candidatura demócrata, el voto de los creyentes tuvo gran influencia en el resultado final.
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