En el marco del debate suscitado en los últimos meses a raíz de la publicación de Amoris Laetitiae, me ha llamado la atención la intervención de un cardenal español, a quien no conozco, por lo cual sólo me ceñiré a sus palabras.
En un artículo publicado en la revista Vida nueva, el cardenal Sebastián afirma que “si los que dudan dejan un rato los papeles y se ponen a confesar, entenderán mejor”
Me sorprendió este argumento, y me tomo el atrevimiento de reflexionar sobre él. Porque si bien el card. se refirió a sus hermanos, en el fondo, sus palabras nos alcanzan a todos los que compartimos su inquietud.
- En primer lugar, me “hace ruido” esta contraposición entre “los papeles” y “ponerse a confesar”. La tradición pastoral y litúrgica de la Iglesia, recogida en el Magisterio reciente, por ejemplo, en Reconciliatio et poenitentiae y en documentos como el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, señalan que justamente una de las necesidades que tiene el sacerdote para ser buen confesor… es estudiar. Esta suerte de antiintelectualismo, este rechazo a la lectura, al estudio, a la reflexión moral, para ir hacia una pastoral de puro encuentro… ya han mostrado su ineficacia y esterilidad. Se termina reemplazando la enseñanza bíblica y de la Iglesia, por el gusto o las ocurrencias del cura de turno. El estudio sólido brinda al confesor herramientas valiosísimas. Evidentemente, es todavía más importante la prudencia pastoral, alma del oficio del confesor junto con la santidad de vida, pero una cosa no quita la otra.
- En segundo lugar, quiero decir que las dudas de los cardenales –que expresan las de muchos otros más, las mías también- no se disipan sentándose a confesar. Dedico varias horas a la semana a hacerlo, y cada vez percibo mejor que en medio de la confusión, del relativismo y de la liquidificación del pensamiento y la moral, es cada vez más necesaria la claridad. Hay entre los fieles de hoy un anhelo creciente de claridad, una búsqueda de certezas sobre las cuales edificar la vida. Las respuestas al estilo “sí pero no” o “no pero sí” provocan angustia y no permiten a las personas crecer. Son los mismos penitentes, entonces, los que ponen “sobre la mesa” las dudas, de modo implícito.
- En tercer lugar, y esto es lo más importante que debo decir, la falta de claridad en la enseñanza provoca desconcierto y división especialmente en el ámbito de la confesión. ¡Cuántas veces, como sacerdote, he tenido que echar luz a la conciencia de un fiel que me decía “me confesé con tal sacerdote, y me dijo esto” o “ el padre fulano me dio permiso para tal cosa”! La situación actual, descrita con tanta precisión en este mismo portal por mejores plumas, hace que ese tipo de reacciones no sean ya fruto de la ocurrencia de algún confesor de laxa conciencia (como hasta ahora), sino de un estado eclesial deliberadamente provocado o permitido. Así, un fiel que vive en Argentina, cruzando un calle o un río (que separan una diócesis de otra) puede escuchar de dos confesores afirmaciones contradictorias, ambos amparados en las disposiciones de su obispo, y ambos diciendo que eso enseña la Amoris Laetitiae. Los fieles nos dicen algunas veces: “pero padre, ¡pónganse de acuerdo! Al final, es cada maestrito con su librito” Me parece ver en ese “discernimiento” que ya no reconoce principios universales (“abstractos” les dicen ahora) una refinadísima forma de clericalismo. Las consecuencias de esto no hace falta describirlas, pero sólo me permito insinuar que por ese camino, en este tema –y pronto en otros- se desdibuja completamente la catolicidad. Al igual que nuestros hermanos evangélicos, de pastor en pastor, cambiará la doctrina y la moral.
Por eso, con todo el respeto a su trayectoria y sin juzgar de ningún modo sus intenciones, me permito decirle:
Eminencia, sentado en mi confesionario, y con todos los papeles leídos y aprendidos, yo también espero la respuesta del Santo Padre.
Leandro Bonnin, sacerdote
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