Los diferentes criterios de los sacerdotes

Con relativa frecuencia me encuentro tanto en el confesonario como fuera de él con quejas de los fieles sobre las muy diversas evaluaciones que hacemos los sacerdotes sobre el mismo hecho, llegándose incluso a conclusiones tan dispares como lo que para unos es pecado mortal, para otros no tiene mayor importancia. La pregunta por tanto es: ¿qué tenemos que hacer para unificar criterios, es decir para que esas cosas no pasen?

Para ello, y aunque parezca una perogrullada, ante todo debo saber que soy y sentirme sacerdote de la Iglesia Católica. Es normal que pueda haber discrepancias en algún asunto, por ejemplo, tal frase de tal documento no me parece acertada. Otras veces, en cambio, como sucede en el asunto de las apariciones, son muchas veces los fieles los que pueden estar en un error, al pensar que están obligados a creer en las revelaciones privadas, que no pertenecen al depósito de la fe, como Lourdes o Fátima, aunque hayan sido reconocidas por la Iglesia y los videntes canonizados. En cambio si yo negase la virginidad de María, que sí pertenece al depósito de la fe, el Obispo me tendría que decir que yo no debo ejercer mi sacerdocio, mientras no me retracte, porque no estoy en la fe católica. En el confesonario estoy allí como sacerdote de la Iglesia Católica, y la gente viene a mí, no como Pedro Trevijano, sino como sacerdote católico y como tal debo comportarme, recordando las recientes palabras del Papa emérito Benedicto XVI: “en un momento en que la Iglesia se encuentra en una necesidad particularmente apremiante de pastores convincentes que puedan resistir la dictadura del espíritu de la época y que vivan y piensen la fe con determinación”.  Está claro que, como representante de la Iglesia y de Cristo, debo decir y enseñar lo que dice la Iglesia. Es decir, debo conocer y aceptar lo que dice en primer lugar la Escritura y en especial el Nuevo Testamento y, a continuación, el Magisterio de la Iglesia.

Está claro que en la mayor parte de los casos, los conflictos están relacionados, no siempre, con el sexto mandamiento. Para solucionar esos conflictos y encontrar unas normas ciertamente seguras, me gusta consultar el Catecismo de la Iglesia Católica, su Catecismo oficial. Lo que allí está, como vulgarmente se dice, va a Misa. Personalmente lo he leído de punta a cabo dos veces, y lo consulto con frecuencia. Para los fieles, les recomiendo que lo tengan en casa, y que lo miren como se mira una Enciclopedia, cuando se pregunten: ¿qué dice la Iglesia sobre tal punto? Ahí tenemos en los números 2331 a 2400 una buena reflexión sobre el sexto mandamiento y en los números 2514 a 2533 sobre el noveno. El número que más veces he recomendado es el 2352 sobre la masturbación, que me parece buenísimo y por supuesto de ortodoxia indiscutible.

Otro libro que recomiendo con frecuencia, no sólo porque es otro Catecismo oficial, sino porque además es de fácil lectura, y de hecho es lo que recomiendo a los novios que quieren profundizar en su fe antes del matrimonio, es el YouCat, el Catecismo Joven de la Iglesia Católica, y que se nos regaló por el Papa, como dice la edición inglesa, a los participantes en la JMJ de Madrid. Cuando uno lo lee y lo compara con la ideología de género, uno no puede por menos de preguntarse como esa sarta de idioteces que el lobby LGTBI y nuestros políticos quieren obligarnos a aceptar, pueden tener el más mínimo recorrido. Pero, desgraciadamente, ése es otro punto de discrepancia entre los sacerdotes; no por razones de doctrina, porque no creo que nadie entre nosotros defienda la ideología de género, sino por razones de actuación. No hace muchos días preguntaba a un sacerdote bien  situado para conocer el panorama nacional, el por qué muchos curas no hablan de este problema. Me respondió: “algunos no le dan importancia, y otros por miedo, para no meterse en problemas”.

Es evidente que ahí no se agota la enseñanza de la Iglesia. Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” nº 83 nos habla de los valores innegociables que un político debe defender y que en nuestro país no respeta ni un solo Partido con representación parlamentaria. En el “Catecismo de Doctrina Social de la Iglesia” encontramos una buena síntesis de la doctrina social de la Iglesia. Y en casi todos sus documentos, encontramos alguna perla preciosa que vale la pena conocer y, más que defender, transmitir.

Yo, a los sacerdotes, y en referencia al título del artículo, les diría esto: “Sentaros en el confesonario, pero procurad también ser buenos conocedores de lo que enseña la Iglesia, para que así seamos auténticos sacerdotes católicos”. Y recordemos que el premio que nos espera, está contenido en los versículos finales de la Carta de Santiago: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados” (5,19-20)

Pedro Trevijano, sacerdote

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