Hombre y mujer los creó

Dentro del movimiento pendular con el que la historia se corrige a sí misma evitando los extremismos abusivos, no siempre se llega a una verdadera y eficaz rectificación, sino que a menudo simplemente se aboga por mantener el mismo error abusivo y extremo, pero gestionado por otro protagonista empoderado.

Entre los debates más vivos en los últimos decenios, está el diálogo profundo entre hombre y mujer, dando lugar a una revisión del marchamo que puede haber protagonizado injustamente la trayectoria antropológica durante demasiados siglos que ha impuesto una visión del mundo desde la óptica masculina. Esta concepción monocolor y excluyente, de índole «machista» ha sido pobre y empobrecedora, e injusta. Da lugar a otra posición igualmente pobre y empobrecedora e injusta: la «feminista». La dialéctica machismo-feminismo no construye la relación nueva que necesitamos para superar tanto exceso y dolor.

El filósofo francés Jean Guitton, afirmaba que «la mujer posee la llave de nuestros abismos, es capaz de perderlo todo o de salvarlo todo». Pero si la mujer hubiese sido realmente el gran árbitro en el misterio de los hombres, como afirma el pensador galo, extraña su irrelevancia explícita en la marcha de la historia, o tal vez explique el injusto acoso y arrinconamiento que ha sufrido por parte del hombre. El varón tantas veces se ha considerado víctima de la mujer presentada como tentadora por sus señuelos y temida por su irreductible misterio, u otras veces se ha sentido salvador de la mujer vista bajo la fragilidad de un sexo llamado «débil», de modo que desde esos roles de víctima o de salvador habría colocado a la fémina en un segundo lugar para defenderse de ella o para defenderla a ella, afirmándose sólo él.

La bipolarización hostil y excluyente no ha ayudado jamás a la resolución de los conflictos, sean cuales sean su índole y su matriz. Por eso, el abuso «machista» no queda superado ni solventado con el abuso de nuevo cuño «feminista», que pretendiese gestionar el problema desde la perspectiva contraria en una infructuosa alternativa, como quien pasase simplemente de la oposición al poder: no solucionar el conflicto de una relación, sino conquistar quién manda en él. Pero, aunque lo contradigan tantas páginas de la historia, el varón y la mujer son dos fragmentos de un único todo, cuya plenitud y sentido reside sólo en su mutua reciprocidad. Y así lo explicó Julián Marías: «El hombre y la mujer, instalados cada cual en su sexo respectivo –literalmente respectivo, porque cada uno lo es respecto al otro, cada uno consiste en «mirar» (respicere) al otro–, viven la realidad entera desde él».

Así lo afirma el relato bíblico de la creación del hombre y la mujer: «no es bueno que el hombre esté solo… le daré una ayuda adecuada» (Gen 2,18). No es fácil traducir la expresión hebrea, pero significa que esa ayuda que se le propone a Adán mirando a Eva es para reconocer en ella (y ella en él) la correspondencia que le completa y complementa. Vio Dios lo que había hecho y lo encontró bueno y bello. Se miraron el primer hombre y la primera mujer y se descubrieron uno para el otro, iguales, correspondientes, respectivos, llamados a redactar juntos toda una historia aún sin escribir.

Hay determinadas batallas que no corrigen los errores precedentes, sino que protagonizan los errores contrarios en un toma y daca que es estéril, dañino y destructor de la armonía primera cuando Dios nos hizo al hombre y a la mujer, sólo a nosotros, a su imagen y semejanza más acabada. Toda violencia que mancha y mata la vida del otro, y puede mancharse y matarla de tantos modos, es un atentado contra la ayuda adecuada que se nos da para salir de nuestra ceguera y soledad, pareciéndonos amorosamente al Dios Amor que nos hizo y nos puso frente a frente para que nos reconociésemos complementarios.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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