El jesuita Thomas Reese pide que se prohíba a los niños y jóvenes asistir a la Misa tridentina y menosprecia el dogma eucarístico

(Rorate Coeli/InfoCatólica) El P. Thomas Reese, jesuita, fue durante varios años editor de la revista America, puesto del que tuvo que dimitir tras indicaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe entonces presidida por el Cardenal Ratzinger debido a la postura contraria a la doctrina católica respecto a temas de moral, la labor del teólogo o la Dominus Iesus.

El sacerdote jesuita ha escrito para Religion News Service un artículo titulado «El futuro de la reforma litúrgica católica» en el que critica claramente la decisión de Benedicto XVI de liberalizar la Misa según el rito extraordinario, previo a la reforma del Novus Ordo, con el argumento de que resta autoridad a los obispos en materia litúrgica:

Tras las reformas paulinas (ndr: de San Pablo VI) de la liturgia, se presumía que la misa «tridentina» o latina desaparecería. A los obispos se les dio la autoridad para suprimirla en sus diócesis, pero algunos se aferraron a la antigua liturgia hasta el punto del cisma.

Benedicto quitó la autoridad a los obispos y ordenó que cualquier sacerdote pudiera celebrar la Misa Tridentina cuando quisiera.

El jesuita, sin dar una sola razón para sostener una actitud totalitaria y contraria a la Tradición, propone ni más ni menos que abrogar la Misa tridentina y, mientras tal cosa se logra, impedir que niños y jóvenes asistan a dicha Misa.

Es hora de devolver a los obispos la autoridad sobre la liturgia tridentina en sus diócesis. La Iglesia tiene que dejar claro que quiere que desaparezca la liturgia no reformada y que sólo lo permitirá por amabilidad pastoral con las personas mayores que no entienden la necesidad del cambio. Los niños y los jóvenes no deberían poder asistir a esas misas.

Por si no fuera suficiente, el jesuita muestra un claro desprecio del dogma de la transubstanciación y la adoración eucarística:

«Más importante que la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo es la transformación de la comunidad en el cuerpo de Cristo para que podamos vivir la alianza que tenemos por medio de Cristo. No adoramos a Jesús, en este sentido; con Jesús adoramos al Padre y pedimos ser transformados por el poder del espíritu en el cuerpo de Cristo».

Como cabría esperar, el religioso se muestra también a favor de la intercomunión entre católicos y protestantes, al menos cuando se trata de un matrimonio mixto en el que uno de los cónyuges es protestante. La excusa: los hijos.

«Teológicamente, si una pareja está unida en el sacramento del matrimonio, ¿cómo no vamos a permitir que se unan en la Eucaristía? Pastoralmente, la práctica de prohibir la comunión al padre no católico da a los niños la impresión de que la Iglesia piensa que su padre es una mala persona.

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