Democracia ¿cristiana?

El pasado 21 de septiembre apareció en El Mercurio una columna de opinión del senador Ignacio Walker haciendo frente a «una serie de opiniones que cuestionan a la Democracia Cristiana por su acuerdo de gobierno con el Partido Comunista y por ‒aparentemente‒ alejarse del Magisterio de la Iglesia Católica, en torno a los llamados temas valóricos».

El senador explica que la DC ha intentado siempre conjugar su aspiración por una mayor justicia social con la enseñanza cristiana, de donde toma su apellido, y hace una breve descripción de su historia citando incomprensiones por parte del mundo conservador ante varias de sus actuaciones en el ámbito valórico, como la introducción de la planificación familiar y métodos anticonceptivos, la eliminación de la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, la ley de divorcio, el Acuerdo de Unión Civil y, ahora, la «despenalización de la interrupción del embarazo», lo cual ha motivado a un obispo a sugerir eliminar la palabra «cristiana» del nombre del partido.

El senador termina su carta señalando: «No es fácil instalar un partido de inspiración humanista y cristiana, y de vocación popular, de carácter no confesional y no clerical, al interior de un espacio de centroizquierda (como lo ha sido la DC desde el Frente Popular hasta la Nueva Mayoría). Hemos sido signo de contradicción desde nuestro nacimiento como partido. Al final, lo que queda es el juicio de la historia y el veredicto de las urnas».

Las palabras del senador Walker me hicieron recordar una frase que esgrimía mi padre para expresar su molestia cuando alguien trataba de justificar lo injustificable: dar argumentos lógicos para explicar algo ilógico. Porque el nombre de una organización debe reflejar su carácter o su inspiración y, si no es así, a nadie debiera extrañar que alguien diga: «¿por qué no le cambian el nombre?». Si un partido lleva el apellido «cristiano» es porque, lógicamente, pretende aplicar las enseñanzas de Cristo en el ámbito político, sin que para ello sea necesario seguir las órdenes de alguna iglesia cristiana. Walker tiene toda la razón al defender la autonomía de su partido en este sentido, pero ¿cómo explicar que un partido de «inspiración cristiana» promueva leyes que fomentan en los ciudadanos una actuación contraria a las enseñanzas de Cristo?

Por ejemplo, la ley de divorcio ‒eufemísticamente llamada «de matrimonio civil»‒ legitima en la sociedad un comportamiento que Cristo califica como contrario al carácter indisoluble del matrimonio y además contribuye a difundir otro que califica expresamente de «adulterio». Lo mismo ocurre con la ley que «despenaliza la interrupción del embarazo», porque que no hay cómo compatibilizar el asesinato de niños por nacer (que de eso se trata y no de otra cosa) con las enseñanzas de Aquel que dijo: «Dejad que los niños vengan a Mí», y «El que escandalizare a uno solo de estos pequeños más le valdría que le ataran una piedra al cuello y lo arrojaran al mar»; que los abrazaba, y los curaba si estaban enfermos, incluso resucitando a uno y a una en vez de abandonarlos a la muerte por no ser «viables».

Señor Walker, me parece correcto que su partido sea no confesional y no clerical. Y le concedo que su partido tenga «vocación popular», aunque de modo equivocado en mi opinión. Y también estoy de acuerdo en que su partido haya sido «signo de contradicción» desde su nacimiento. Porque es contradictorio proclamarse cristiano y a la vez justificar el odio hacia los judíos, como hizo Eduardo Frei Montalva en 1936 en el periódico El Tarapacá manifestando su simpatía con el Nacional Socialismo; y aliarse con partidos de inspiración marxista; y difundir entre la población métodos que desnaturalizan la sexualidad; y promover el divorcio; y, peor que todo lo anterior, contribuir a la legalización del asesinato de las personas más indefensas: aquellas que habitan en el vientre materno y cuya existencia se hace difícil de acoger debido a sus anomalías (que hacen sus vidas muy breves o poner en riesgo la vida de la madre) o forma de gestación (la más salvaje de las violencias).

Por eso, señor Walker, con cuánta razón ese obispo ha sugerido eliminar el apelativo «cristiana» del nombre de su partido. Es mejor no llevarlo que llevarlo y no serlo, porque lo que queda al final no es, como dice usted, «el juicio de la historia y el veredicto de las urnas»; en el verdadero Final no habrá lo segundo sino sólo lo primero, una parte de cuyo resultado se nos ha comunicado en el último libro de la revelación cristiana: «Conozco bien tus obras, que ni eres frío ni caliente: ¡ojalá fueras frío, o caliente! Mas por cuanto eres tibio, y no frío, ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca».

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