Por gracia de Dios, como indicábamos hace unos días, tuvimos la dicha de tener al padre Horacio Bojorge, SJ, durante un día entero, para aprovecharlo en una conferencia-balance acerca de su vida.
Aquí abajo presentamos, la entrevista que nos dejó por escrito y, al final el vídeo de la presentación en el que realiza un balance de su vida.
Vale la pena.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
¿Qué piensa en realidad un jesuita? Entrevista a quemarropa al padre Horacio Bojorge, SJ
P. Javier Olivera Ravasi: Ud. afirma en el título de las conferencias que viene a dar, que se le han “otorgado poderes” ¿cómo alguien puede estar seguro de poseer esos poderes y cuál debe ser el discernimiento adecuado para entenderlos?
Respondo a lo primero: Por la experiencia. Por lo que Dios hace con uno en la propia vida. Porque Jesús confiere poderes a los que llama cuando los envía. Todo el que ha sido llamado y enviado por Él, es enviado con una tarea, con unos poderes, con instrucciones para el camino, advertencias y garantías.
La Iglesia reconoció que, lo que yo sentía como llamada de Dios al sacerdocio y la vida consagrada, era un llamado (es decir uncarisma dado por el Espíritu Santo). Me reconocieron como llamado y me dieron una misión. Misión viene del latín, misio y quiere decir envío. Esa misión se llama también “ministerio” o “servicio” y es conferido por el Hijo a quien el Padre se lo indica.
No es la Iglesia Católica el origen del envío. Jesús revela: “Así como el Padre me envió yo os envío a vosotros” dice el Señor (Jn 20, 21). La Iglesia reconoce la llamada y el envío, no lo da, lo percibe y lo trasmite. Los ministerios los confiere el Hijo, Jesucristo.
La misión del sacerdote es para enseñar lo que Cristo enseñó. Y al enviar, Cristo confiere poderes: poder de infundir la paz, de reconciliar con Dios perdonando pecados y de retenerlos, de expulsar demonios, de sanar enfermos y de resucitar muertos (ya sea del alma como en algunos casos-signo, del cuerpo). De juzgar por su sola presencia a los que los reciben o los rechazan.
El poder de expulsar demonios, supone el poder de reconocerlos y de saber su nombre o exigir que el demonio lo manifieste.
Uno sabe que el poder se le ha concedido porque percibe y reconoce la actuación del demonio y se le da a conocer el nombre. Y ve que ya al sólo nombrarlo y darlo a conocer el demonio es vencido y se disipa su poder, vencido por el poder de la palabra del ministro. Por ejemplo, a mí el Señor me reveló el nombre del demonio de la acedia. Es un término conocido en la tradición bíblica y eclesial pero estaba olvidado y ya no se lo reconocía. Me enseñó cuáles eran sus servidores, sus obras y sus manifestaciones.
Al hablar del demonio, si no se los reconoce, entra a funcionar la imaginación que hace descarrilar la mente apartándola de la realidad demoníaca actuante en la incultura mundana, del príncipe de este mundo. Y el Señor quiso ampliar el poder que me daba mediante libros y videos a los que les concedió una difusión enorme.
Los libros que me dio a escribir sobre el demonio de la acedia, la tentación y el pecado de acedia son long sellers que se vienen vendiendo y reimprimiendo en forma anual y número uniforme desde 1996 a 2018 (22 años). El Señor quiso también que se produjera una serie de 13 videos en el año 2011 que empezó a trasmitirse por el Canal de Madre Angélica EWTN en junio de 2012 hasta hoy (6 años), 3 veces por semana. EWTN es un canal que en esos años estaba entrando en un promedio de 25 millones de hogares. Está, pues, el poder de la luz de la verdad y del proyector que la hace llegar.
El poder de sanar enfermos presupone el poder de saber lo que es la enfermedad y cuál es su esencia. Y la esencia de la enfermedad es el pecado original. Enfermedad viene del latín in-firmitas que es falta de firmeza, o sea debilidad. La fuente de toda debilidad en las enfermedades del cuerpo y del alma es la herida del pecado en el varón y la mujer. Y la debilidad del varón y de la mujer, consiste en que ellos ya no lograron cumplir con el destino que Dios les había dado al crearlos. Fue necesario que viniera el Médico que dijo: “no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Lc 5, 31). Esa es la ecuación entre enfermedad y pecado que establece el Señor mismo.
El Señor me mostró y enseñó cuáles eran los efectos del pecado original en el varón y la mujer; cómo esto frustraba la bendición-mandato y mandato-bendición dados a ambos en el principio: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y gobernadla”.
El discernimiento adecuado para entenderlos es también un poder para conocer, un poder del orden del conocimiento. Este conocimiento va junto con la comprensión de las Sagradas Escrituras y del lenguaje revelado por Jesucristo. Porque si no se entiende el sentido literal de la Escritura se ignora lo que Cristo vino a enseñar y uno tampoco lo puede predicar. Y por lo tanto su palabra no tiene el poder para sumergir en el conocimiento personal y vivo con las divinas personas. Por eso Jesucristo envía a enseñar todo lo que enseñó y muestra el cómo agregando “bautizándolas” en el nombre, o sea sumergiéndolas en la relación viva e interpresonal con ellas, por el diálogo y la comunicación de bienes y mensajes, es decir por las inspiraciones y las oraciones.
P. Javier Olivera Ravasi: En ese documental que ud. menciona, transmitido por EWTN, ud. se ha explayado largamente acerca del demonio de la Acedia como el mal de nuestro tiempo. ¿Podría darnos un resumen para combatirla?
El Demonio de la Acedia es un demonio que tiene por malo a Dios, que es el Bien supremo. Acedia es llamar bien al mal y mal al bien. Es un espíritu de mentira y confusión de hechos y palabras. ¿Cómo combatirla? ¿Cuál es la victoria que vence al mundo? Nuestra fe (cfr. 1 Jn 5, 4). A males espirituales, remedios espirituales. La acedia es uno de los pecados que van directamente contra la caridad, es decir, contra el amor a Dios. El amor a Dios exige algunos sacrificios que pueden considerarse adjuntos a un bien. Como es por ejemplo “pagar por lo que uno compra”. El que encuentra el tesoro o la perla preciosa vende todo lo que tiene sin dudar ni vacilar. Pero si uno tiene más apego al dinero que a algún bien, entonces no compra ese bien, porque no quiere renunciar al pecado. Considera que Dios es un mal para él porque tiene que renunciar a sus caprichos o deseos o a su forma de vida… o a hacer lo que se le da la gana, o le impone un sometimiento que sólo el amor puede convertir en unión de voluntades. Por eso el combate del amor pasa por ejercitar la virtud infusa de la caridad. Es decir, hacer actos de amor a Dios, internos y externos. Penitencias y ayunos, renuncias, mortificación de la propia voluntad por amor.
P. Javier Olivera Ravasi: Más de una vez ud. ha sido reconocido por los laicos como una guía segura para el discernimiento de los matrimonios y los noviazgos católicos. ¿Cuál piensa que es el principal motivo por el cual muchos matrimonios no perseveran hoy en día? ¿Se trata sólo de un problema de formación o hay algo más en el “ambiente” cultural?
El Señor me ha mostrado que debido a las penas que son consecuencia del pecado original para el varón y la mujer, la misma capacidad de amarse recíprocamente está herida, debilitada, enferma. Que las pasiones egoístas del varón (predominantemente instintivas como ira animal y lujuria) y las pasiones egoístas de la mujer (predominantemente espirituales y que la vuelven sobre sí misma en lugar de hacerse cargo del otro por amor) hacen que cada uno quiera usar al otro para sus propios fines. El varón quiere tener una casa para tener una mujer. Y la mujer quiere tener un esposo para tener una casa. Así que sin duda alguna, las penas del pecado original son el principal motivo por el cual muchos esposos son inconstantes en el amor, o ya desde el noviazgo lo han sido, y por eso su alianza no es duradera. El libro del Eclesiastés en su capítulo 4, 9-12, revela que la cuerda doble se rompe fácilmente. Y llama cuerda doble a la alianza de conveniencia entre dos. “Mejor dos que uno, porque si uno cae el otro lo levanta, si uno pasa frío entre los dos se calientan, si a uno lo atacan el otro lo defiende”. Estas alianzas de conveniencia mutua resisten mientras son más las conveniencias que los inconvenientes. Cuando llegan a predominar los inconvenientes, la cuerda doble se corta, se rompe, no resiste. ¿Entonces? La que difícilmente se rompe es la triple. ¿Y cuál es la triple? El tercer hilo que hace fuerte la unión de dos voluntades es que estén entrelazadas con la voluntad divina. ¿Y cuál es ésta? La misión del comienzo: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y gobernadla”.
Cuando varón y mujer se ponen de acuerdo en buscar juntos, no sus propios intereses o pactos de intereses, o proyectos, y se unen para cumplir juntos la voluntad divina, entonces la cuerda difícilmente se rompe, porque las conveniencias y los inconvenientes quedan sometidos a una conveniencia que está por encima de la de los dos, pero en la que los dos están y siguen de acuerdo porque Dios obra en ellos la unión de intenciones de hacer lo que Dios quiere y es lo mejor para ellos.
Es problema de formación religiosa cuando el varón y la mujer no son instruidos en esta verdad y sale cada uno a buscar a quién parasitar para sus propios fines. Y es un problema cultural, cuando la familia ha dejado de trasmitir la sabiduría de Dios. O cuando una generación, influida por la cultura-ambiente, se ha vuelto contra sus padres.
A sanar esta dolencia del amor humano víctima de los falsos maestros de Hollywood y las novelas y telenovelas, o de las malas compañías y el contagio con los corruptos, o el sometimiento a un alguien tan perverso como atractivo, a esta enfermedad responde el poder que el Señor me ha conferido para entender su esencia, su verdadera naturaleza y cuáles son los remedios. Y el principal es el matrimonio como sacramento. Y el ministerio esponsal que Jesucristo confiere a ambos para ser ministros recíprocos del amor de Cristo a cada uno. El Señor me ha dado esos cinco títulos “La Casa sobre Roca” “¿Qué le pasó a nuestro amor? “El buen amor en el noviazgo”, “El buen amor en el matrimonio” y un ejemplo práctico y accesible en el epistolario amoroso “José y Felicita. Una historia de amor. Cartas”
P. Javier Olivera Ravasi: Ud. ha escrito en los últimos años, acerca de la protestantización del catolicismo. Muchos teólogos católicos, sin ir más lejos, plantean que la Iglesia se ha quedado en el tiempo y que no se amolda a la mentalidad moderna, seguirá perdiendo adeptos. Un ejemplo claro respecto de esto es la interpretación de la comunión para los divorciados vueltos a casar a partir del último Sínodo de las familias. ¿Tiene relación esta corriente moderna con esa protestantización católica?
A Usted Padre Javier le debo y le debemos todos que haya ideado la edición de un libro con esos estudios sobre el proceso de protestantización del catolicismo del P. José María Iraburu, del padre Poradowki, suyos y míos. El tema es un hecho reconocido no sólo desde el gran filósofo católico catalán Jaime Balmes (1810-1848) que fue una estrella fugaz en su breve vida de 38 años en los cielos borrascosos de la primera mitad del siglo 19. Es reconocido ya en las cartas de San Juan y San Pablo. Y también en los primeros padres apostólicos como San Clemente. La convergencia de todos esos vigías y centinelas de la Iglesia nos enseña que el protestantismo no es algo que le venga al catolicismo desde afuera, sino un mal que surge en las mismas entrañas de la Iglesia hasta que el Señor lo ponga de manifiesto. San Juan lo dice que ya han salido de la Iglesia muchos anticristos, que salieron porque no eran de los nuestros (1 Jn 2, 18). Y que esto sucedió porque el Padre los expulsó, luego de estar como cizañas entre el trigo, pero que sucedió para que supiéramos que no todos son de los nuestros. Es decir que estaban sin pertenecer y por eso no permanecieron. Porque uno de los signos de la pertenencia al Nosotros divino-humano es la permanencia en la comunión del Nosotros.
Ahora bien, en ese mismo pasaje, san Juan sólo reconoce dos Nosotros, dos pertenencias y dos permanencias. No améis al mundo, amad al Padre, porque el mundo pasa, pero el Padre permanece. La mentalidad moderna es la mentalidad del mundo. Y la Iglesia no puede ni debe amoldarse al mundo. Jesús oró al Padre en la última cena: “no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del malo” (Jn 17,15). Detrás de los hechos que Usted maneja en su pregunta, están, para iluminarlos, aquellas palabras de Jesucristo que oponen las dos razas o las dos “generaciones”, la de Dios o la del demonio, la raza de víboras cuyo padre es el diablo.
Los teólogos que se dicen católicos y abogan por la asimilación con el mundo, a estar por lo que nos enseñó san Pío X en su encíclica Pascendi en que dibuja magistralmente el perfil de los herejes modernistas, es que aparecen llenos de “celo” por la salvación de todo el mundo. A consecuencia de este “celo”, los asalta una impaciencia que les hace ver como culpables a los fieles y a la doctrina de la Iglesia, como si ello fuera el obstáculo para la conversión universal.
Estos teólogos han olvidado que el Señor no envió a convertir sino a predicar. Y que además instruyó muy claramente a sus enviados acerca de lo que debían hacer frente al rechazo. Han olvidado las instrucciones y por eso han perdido el poder de irse en paz de donde no los reciben, ni reciben su anuncio. Pero también han perdido el poder de estar en paz con aquellos a los que acusan de ser culpables de la inconversión del mundo. Han perdido, en fin, de vista la diferencia que hay entre lo que Jesús y la tradición bíblica y eclesial califica de mundo, y el concepto no bíblico ni cristiano. De nuevo encontramos la ignorancia del sentido literal de la Escritura por la grieta en que se proyecta en la Escritura el sentido liberal.
Los divorciados y vueltos a casar están en clara contradicción con la voluntad del Padre. La única cosa que podrían hacer para demostrar al Padre que, a pesar de la debilidad de su carne, siguen deseosos de guardar su voluntad en algo que aún les es posible, es en confesarse indignos de recibir el pan de los hijos y sentarse a la mesa de los hijos que sí viven como hijos. Darles la comunión es como aplastarlos con la lápida de la desobediencia total.
P. Javier Olivera Ravasi: ¿Dónde cree ud. que radica, esencialmente, la tremenda crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas que hoy padece la Iglesia?
Escribí y di cuatro conferencias para unas religiosas a fines de 1981 en el Colegio Máximo a pedido del rector padre Mario Bergoglio. Éste las hizo publicar con un breve prefacio suyo, como libro, en 1982, en el sello editorial jesuita “Diego de Torres”.
El título del libro es “Signos de su Victoria. El carisma de los religiosos a la luz de las Sagradas Escrituras”. En ese libro, retomo la doctrina de los santos padres del desierto a través de Afraates, un padre sirio del siglo (270-345). Ellos ven el origen de los tres votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia en un texto del Deuteronomio en el que se habla sobre las condiciones para admitir a los guerreros que pueden o no ser admitidos para ir a la guerra santa. Sólo los libres de apegos a bienes materiales, afectivos o personales pueden ser admitidos. Si lo fuesen, sus miedos por perder los bienes contagiarían a las huestes santas que van a la lucha esperando la victoria sin miedos como prometida por Dios y obrada por Él.
A pesar de que la tradición monástica enseña este fundamento escriturístico, Lutero había ya clamado contra los votos monásticos. Y entre los años 1960 y 1980 teólogos de renombre en el catolicismo, retomando la negación de Lutero, negaban el fundamento escriturístico de los tres votos y de la Consagración religiosa.
Me refiero Karl Rahner, seguido por Victor Codina y Carlos Palmés (jesuitas), Yves Congar y Jean Marie Roger Tillard, dominicos, y Thadée Matura (franciscano).
Estas voces eran bocineadas por las confederaciones de religiosos. Y el entonces rector del Máximo buscaba quien las refutara.
“Signos de su Victoria” se refiere a los signos que Dios en el Antiguo Testamento promete a los guerreros en las guerras santas para asegurarles que está con ellos en favor suyo y entregará en sus manos a sus enemigos. Por ejemplo el doble signo que le da a Gedeón con el rocío y el cuero de corderito. O el que le anuncia al impío rey Ajaz “la Virgen está encinta y dará a luz… y lo llamarán Emmanuel” Dios con nosotros para asegurarnos que Él nos dará Su victoria.
Por eso el signo de los tres votos y la vida consagrada se da en la Iglesia en aquellos que están empeñados en la nueva guerra santa que es guerra contra los nueve pensamientos o vicios capitales, la guerra interior de la caridad sin miedo. Lucha entre el miedo y el amor a Dios. Es decir contra la acedia.
Por ser un signo no puede ser operado por los hombres ni voluntad humana. Por eso el signo acompaña a la Iglesia católica por ser la única Esposa de Cristo que Éste reconoce por tal y adorna con ese signo que significa que la victoria es Suya y que su Esposa sólo pone su confianza en Él y a Él se entrega.
Y así llego a la respuesta a la pregunta. La escasez de vocaciones tiene su motivo en la debilidad de la confianza en Dios y en el olvido de Dios. Y entonces se produce en el Nuevo Testamento lo que se producía en el libro de los Jueces: que el Señor los entregaba en las manos de sus enemigos hasta que despojados de todo se volviesen al Señor pidiendo auxilio. Así el Señor abandona a los católicos que se entregan al mundo y se olvidan de Dios a los pensamientos malignos que los despojan de las riquezas espirituales y al fin también de las otras. Por eso no sale con nosotros en nuestras batallas contra carne, mundo y demonio, porque no hemos mantenido, como pueblo católico, en un porcentaje que al parecer es grande, nuestras renuncias bautismales. Por eso el Señor nos abandona a los pensamientos que nos esclavizan con toda suerte de adicciones que nos quitan la libertad. Y por eso no abundan los guerreros de Dios sacerdotes, religiosos, consagrados. Porque incluso las grandes órdenes religiosas en sus gobiernos tienen su confianza puesta en los medios humanos más que en los divinos.
P. Javier Olivera Ravasi: Ud. se formó en Holanda en plena época de efervescencia conciliar y se ordenó durante el Concilio Vaticano II. ¿Qué recuerdos tiene acerca de esa época de la Iglesia? Pasado ya más de medio siglo ¿dónde cree Ud. que radicó el error principal y, por el contrario, cómo cree que se puede retomar el rumbo?
Sí. Cursé mis estudios de teología en la Facultad San Pedro Canisio, que estaba situada en Maastricht, al sur de Holanda muy cerca de las fronteras con Bélgica. Comencé mis estudios de teología allí en julio de 1962, mi ordenación fue el 31 de julio de 1965, día de San Ignacio de Loyola y terminé mis estudios en julio de 1966. Luego fui a Roma e hice una licenciatura en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico en tres años hasta julio de 1969.
Estuve pues en Europa desde 1962 a 1969 siete años, cuatro en Holanda y tres en Roma. A partir de mi ordenación pasé los veranos supliendo párrocos en parroquias en diversas regiones de Alemania, en la parte católica y en la parte protestante junto al muro y cercos que dividían Alemania en dos.
Entre mis condiscípulos de teología figuraban líderes del reformismo litúrgica preconciliar y postconciliar. Era plena época de secularización y los cardenales de Bélgica, Holanda y Alemania habían encabezado el ala modernizadora durante el Concilio. En teología también se respiraban aires de cambio.
Había entre los estudiantes de teología líderes en la renovación catequística que a su vez eran monitoreados por mis profesores. Tomo esa descripción de un escrito de un jesuita holandés que pinta lo que ocurría mejor de lo que yo puedo recordar y resumir:
“En el año 1956 los obispos habían encargado al Instituto Superior de Catequesis de la Universidad Católica de Nimega hacer una revisión del catecismo de 1949. Una comisión había aconsejado abandonar la forma tradicional del catecismo argumentando que la fe no es algo que se aprende, sino que se vive. En 1964 este Instituto publicó un texto con las directrices para una catequesis renovada en las escuelas.
En este texto viene abandonada la concepción según la cual la revelación divina es la comunicación de verdades sobrenaturales. Al contrario, lo que importa es la historia contemporánea y los problemas del momento actual. Es preciso poner a la vista de los jóvenes el trasfondo de la vida de todos los días para mostrar que la fe puede iluminar la existencia humana.
De estos principios nació una catequesis orientada hacia la sociedad, que se concentró en la experiencia personal del catequista. Se llegó así hasta la teoría de que el fin de la catequesis es despertar en los jóvenes la conciencia de lo que promueve y de lo que agarrota la libertad humana.
La perspectiva de estos teólogos era la de la revelación como historia de la salvación en el sentido de que la salvación es un gebeuren, un acontecer, un acaecer que se realiza en los cristianos. Hasta los años cincuenta había predominado la doctrina de la revelación divina como la comunicación de verdades de parte de Dios, pero bajo la influencia de la escuela de Tubinga, del naciente movimiento litúrgico, de autores como Karl Rahner, Schoonenberg, Schillebeeckx, Renckens y Hulsbosch (Schoonenberg y Renckens fueron profesores míos) y de la catequesis del Institut supérieur de Pastorale Catéchetique de París, la catequesis en Holanda rompió con la concepción de que se debe transmitir a los jóvenes un depósito de verdades inmutables que deben recibir y profesar en obediencia al magisterio de la Iglesia. Ahora bien las Grondlijnen (Directrices fundamentales) afirman que la revelación no debe ser concebida como una comunicación aislada y abstracta de un sistema de verdades concernientes a la salvación.
Esas concepciones cuajaron en la redacción del Catecismo Holandés.
La catequesis en Holanda desde los años cincuenta… Estos autores pretenden abrir el camino hacia un libre intercambio con el pensamiento moderno, para el desarrollo de la razón. Ya no es la doctrina de la Iglesia la que está en el centro, sino el creyente que se encuentra en el mundo de hoy. En el curso de los siglos, Dios se reveló en la historia de Israel y en el tiempo de la Nueva Alianza: Dios se revela fragmentariamente en las andanzas y peripecias de los hombres. Dios no comunica verdades aisladas, sino a sí mismo”[1].
Quien conozca la encíclica Pascendi de San Pio X reconocerá en este programa catequístico los principios de la herejía modernista que se aparta de la revelación histórica y de su trasmisión por el magisterio. Rompiendo con el pasado afirma que la revelación de Dios se va dando en la experiencia y en la vida.
El catecismo holandés fue sometido a correcciones desde la Santa Sede. Juan Pablo II convocó a los obispos holandeses a Roma a un sínodo especial. La Iglesia Holandesa era como una nave llevada a la deriva y se alejaba de la fe católica. Leo Elders describe esa deriva que sería largo describir, pero concluye: desde luego, el extremo subjetivismo del hombre occidental contemporáneo, su afán de una libertad ilimitada, su deseo de una autonomía total y su propensión a mirar muy por encima todo lo que viene del pasado, su desinterés creciente por lo espiritual y por las virtudes hacen hoy muy difícil la transmisión del mensaje de Cristo.
Los cambios introducidos por los autores holandeses han dejado un campo de ruinas y, juzgando según los frutos, es evidente que se equivocaron de dirección en los años ’60, estallando en los años 80 cosa que Juan Pablo II intentó contener eso que se estaba gestando en las entrañas de un volcán.
Mis compañeros me decían que ellos se sentían más cercanos a los calvinistas que al “catolicismo romano”.
Pero dice el refrán que “lo que no mata fortifica”. Todo eso fue para mí una experiencia de Iglesia en sus situaciones tan diversas en distintas naciones y regiones europeas. Aunque participé de todo eso sin capacidad intelectual suficiente para diagnosticar el mal, fui preservado. Y la experiencia vivida me sirvió luego para ser preservado de esos engañosos deslizamientos doctrinales, litúrgicos, exegéticos, hermenéuticos y catequísticos. Me proporcionaron una formación “a contrario” mostrándome los amargos frutos de lo “que no debe ser”.
Yo asistí a los momentos en que se ponían los andamios para construir sobre lo demolido o en demolición. Hoy se han retirado los andamios porque ya se ha construido otro edificio y no se lo puede comparar con lo anterior.
P. Javier Olivera Ravasi: Oración mental, oración vocal, retiro ignaciano, retiro de conversión, retiro de silencio, santo Rosario, ayunos, jaculatorias, novenas, etc…; hay mil modos de rezar: ¿Cómo debe un católico elegir cuál es el modo que Dios quiere para poder elevar su alma a Él? ¿O acaso es mejor seguir todos un mismo método uniformante para alcanzar la santidad?
La oración consiste en actos de fe, esperanza y caridad. Es decir que todo acto de fe esperanza y caridad, todo acto de relación con Dios, Padre, Hijo y/o Espíritu Santo es un acto de oración. Porque las virtudes teologales son capacidades del alma para tratar con Dios. Si esas capacidades no se ejercitan, como pasa con los músculos que no ejercitamos, languidecen y la relación con Dios no se fortalece.
Por lo tanto hay que hacer actos de fe, no sólo recitando el Credo y sosteniendo los artículos de la fe, sino comportándonos de acuerdo a nuestra fe. Hay que hacer actos de amor a Dios. No sólo vocales sino vitales, existenciales. Y hay que hacer actos de esperanza, deseando la intimidad con las tres divinas personas, conocerlas, tratarlas, y vivir para siempre con ellas en la eternidad. La esperanza está en la voluntad y consiste en el deseo de conocer y gozar de la intimidad de las divinas personas.
El lugar privilegiado para ello es el culto eucarístico, la Santa Misa bien celebrada y bien vivida.
La oración es “trato de amistad con quien sabemos que nos ama”. Así la define santa Teresa de Ávila. Pero no se entabla amistad con Dios de un día para el otro, ni se nace en estado de amistad, a pesar de ser capaz de ella por gracia del bautismo. Y eso, ya estar capacitado para entrar en amistad con Dios, diría que es la mitad de todo.
Todos esos modos de orar son buenos a sus tiempos y para el fin de sumergirse en la relación personal con Dios, de modo que Dios pase a ser un Tú, el Tú principal. Con ese Tú principal el entendimiento es a veces sin palabras. Como digo en la Parábola del Perro con lo que termino:
Cuando quise saber cómo hay que orar,
recurrí en vano a libros y teorías.
Miré a mi perro. Y éste –sin hablar-
me enseñó, con su ejemplo, lo que haría
si Dios fuera mi dueño y yo, su can.
Y todo quedó claro como el día.
¡Cuánto nos pueden enseñar los canes,
con su llano, modesto, humilde ejemplo,
con sinceras posturas y ademanes
a adorar al Señor sin fingimientos;
a acudir a rogarle que nos sane
y a volcar ante Él los sentimientos!
Lo primero es que un perro,
no menea su cola
ante un concepto ni una idea.
Venera a un dueño real. Que, o bien lo mima
o, si se cuadra, se enoja y lo patea.
Jamás confunde lo que se imagina
con lo que está presente y se olfatea.
¿Y saben lo que me hace pensar eso?
Que hay gente que no reza, o reza mal,
porque toma por Dios al propio seso.
Y extraviada en sus modos de pensar
le pierde el rastro a la Presencia real
de Dios, que está en Jesús en carne y hueso.
El punto es capital, por eso insisto.
El Dios vivo, el Dios real –no imaginado-
el Dios tal como Él es y se ha mostrado
y está presente hoy, es Jesucristo
en su existencia de resucitado.
Si Jesucristo es Dios, Dios en persona
y quiero ser su fiel –fiel como un perro-
el perro nuevamente me alecciona
y me permite examinar si yerro.
El perro de Jesús –si es que lo tuvo-
viéndolo muerto en cruz, ¿qué es lo que haría?
¿Verdad que allí, a sus pies, se tiraría
a morirse de pena? ¡No lo dudo!
¿Y yo?… Cuando contemplo el crucifijo…
¿Siento en mí más dolor, siento más pena?
¿Es tanta la aflicción con que me aflijo?
¿O estoy ante la Cruz como una hiena,
sin piedad, sin dolor, sin compromiso…?
Si su muerte -¡por mí!- me deja frío,
¡el proceder del perro me condena![2]
[1] Theo Elders S.J. en: http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/10458/1/26-17.%20AHIg%20XVII%202008-27.pdf
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