(Primeros Cristianos / José Manuel Navarro) Reproducimos parcialmente la entrevista, que pueden leer entera aquí.
D. José Ignacio Munilla (San Sebastián, 1961) es el obispo titular de la diócesis de San Sebastián desde 2010. Antes de su nombramiento como tal, fue obispo de Palencia de 2006 a 2009. Licenciado en Teología Espiritual, también ha desempeñado varios cargos en la Conferencia Episcopal Española, en general relacionados con la pastoral juvenil y los medios de comunicación. Tiene gran presencia en las redes sociales, así como en la prensa local y nacional.
¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos ante sus hermanos perseguidos a causa de su fe?
A la hora de responder esa pregunta, lo primero que nos viene a la mente es la importancia de hacer oír nuestra voz para denunciar la falta de libertad religiosa, o la de comprometernos en nuestra ayuda solidaria. Pero permitidme que señale otro aspecto al que pocas veces hacemos referencia: Ante la persecución de los cristianos, lo primero que me viene a la mente es la frase del Señor a aquellas mujeres que lloraban por él: «Hijas de Jerusalén; no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. (…) Porque si en el leño verde hace esto, ¿en el seco qué se hará?» (Lc 23, 28-31). Bajo la perspectiva que nos dan estas palabras del Evangelio, creo que sería un error el mirar a los hermanos perseguidos con un mero sentimiento de compasión, como quien contempla algo que a él no le incumbe; cuando en realidad, nuestra situación de secularización en Occidente, es todavía mucho más preocupante.
Baste recordar la conocida expresión de San Agustín: «De dos maneras ataca el mundo a los seguidores de Cristo: los halaga para seducirlos o los atemoriza para doblegarlos». Nuestro peligro está en ser seducidos por el espíritu mundano, lo cual nos aleja del martirio de nuestros hermanos de Oriente o de África. Por lo tanto, pienso que nuestra actitud ante la persecución de nuestros hermanos debe de ser, ante todo y sobre todo, la de sentirnos llamados a la conversión. Sería imperdonable que su martirio no diese en nosotros frutos de conversión.
¿Qué ejemplo podemos tomar los cristianos de hoy de los Primeros Cristianos?
En los primeros siglos de la Iglesia, la mayoría de los Primeros Cristianos pertenecían a las clases sociales más pobres. Ellos eran los que estaban más libres del espíritu mundano. Los ricos y los intelectuales, en un primer momento, estuvieron demasiado apoyados en sus falsas seguridades para poder acoger la llamada a la conversión.
Bajo esta misma lógica, observamos que en el momento presente, la Iglesias con más pujanza en el orbe católico son las de África y las de Asia (quizás también las de algunos lugares de Hispanoamérica). Creo que debemos de estar muy abiertos a acoger el testimonio de la frescura de su fe, sin permitir que sean los sectores más secularizados e incapaces de transmitir la fe a las nuevas generaciones, los que pretendan definir o reflejar el rostro de la Iglesia del futuro. La Iglesia no es ni debe de ser eurocéntrica.
Usted es un experto en comunicación. ¿Cómo debe adaptarse el mensaje de Cristo a este nuevo escenario?
Buen comunicador es el que hace que la Verdad resulte apasionante… Por ello, lo primero es que creamos firmemente en la gran potencialidad del Evangelio para ser «comunicado». Lo principal a la hora de comunicar es tener una verdad que transmitir. Frente a quienes piensan que la «comunicación» es la habilidad de vender humo, es necesario que nosotros nos centremos más en el contenido del mensaje que en el formato. Lo cual no quiere decir que no tengamos que hacer un esfuerzo en las formas; pero eso sí, nunca al precio de supeditar el fondo a la forma.
Santo Tomás de Aquino dice en la Suma Teológica que «el bien es difusivo, por sí mismo». Pienso que lo mismo ocurre con la verdad: la verdad es difusiva por sí misma. Tal vez la Iglesia no sea la mejor comunicadora, pero, sin duda, es la que tiene el mejor mensaje. Iremos aprendiendo poco a poco a ser buenos comunicadores, es decir, a transmitir la Verdad de forma apasionante.
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