Joven madrileña ingresa en monasterio de clausura: «Me enamoré de la forma tan real y coherente en que Santa Clara respondió a Dios»

(J.M. Albalad/Iglesia en Aragón) ¿Tiene sentido entregar la vida a Dios en un monasterio de clausura? Hay quien no entiende que, en pleno siglo XXI, siga habiendo personas consagradas a la vida contemplativa, en el silencio y el anonimato, lejos de ambiciones mundanas. Sin embargo, Dios sigue llamando. Y, si no, que se lo digan a las Clarisas de Monzón, cuyo monasterio –guiado por la regla de Santa Clara– acoge desde el pasado 22 de febrero a Marisa Macicior, una joven madrileña, de 22 años, que aparcó la carrera de Psicología en su último curso para abrazar «con libertad» una vida plena. Como explicó el obispo de Barbastro-Monzón, don Ángel Pérez Pueyo, en la ceremonia de entrada, «no deja algo que sea malo o prohibido, ni hermoso y bueno por nada, sino por algo ¡alguien! sublime, excelente, que lo llena todo». Ella explica por qué.

¿Qué recuerdas de tu niñez?

Aunque vengo de una familia cristiana, cuando yo era pequeña, la fe se vivía con el típico «yo soy creyente pero no practicante». Había una conciencia de que era importante, pero se había relajado. Al mudarme a Madrid, empecé a tratar mucho con mi tía Marta, hermana de mi padre, que me fascinaba hablándome de la fe. Al primer retiro fui engañada, con apenas 12 años. Me dijo: «Voy al Retiro». Pensé que era al parque del Retiro y le dije: «Pues voy contigo»; y acabé en el Colegio de Cluny, donde luego estudié. Como empecé a ir a los retiros, también lo hicieron mis padres, que siguen hasta ahora. Desde entonces ha sido un camino de encuentro, porque Dios existe, Dios quiere y Dios habla.

¿Cómo ha sido ese proceso?

Poco a poco, he ido conociendo a una persona que está viva y es real. Bien es cierto que, entre medio, se han mezclado pasiones a nivel personal, la música, el mundo del teatro… Entré en una productora en la que sentía que podía llevar a Dios al mundo del arte, de la belleza. Mi fe, mi trabajo y mis pasiones se empezaron a mezclar cada vez más y era una sensación complicada, porque me sentaba en la oración y decía: «Mira, Señor, todo lo que estoy haciendo por ti y, sin embargo, te siento muy lejos». No entendía por qué no encajaba.

Los Oblatos fueron una luz en el camino…

Entré en el grupo de los Oblatos de María Inmaculada y tuvimos una convivencia para preparar un campamento y me di cuenta de que estaba muy lejos de Dios. En medio de ese no encontrarme, de no entender, empecé a salir con un chico y le pedí a mi director espiritual que quería hacer un retiro de unos días, para resituarme. Los Oblatos tenían relación con las Clarisas de Monzón y aquí vine, con la única pretensión de encontrarme con Dios y resituar mi vida.

¿Cuándo fue esto?

Hace dos años, del 20 al 27 de junio de 2016.

Viniste para quedarte. ¿Qué tocó tu corazón?

Estuve seis días y me tocó la coherencia de las hermanas. Volví a Madrid con una sensación de querer ser muy coherente con mi fe. No se puede decir «yo soy cristiano», «quiero querer a Dios», pero no rezar. Aquí me encontré cara a cara con Él y, también, conmigo misma. A veces, en el día a día, es difícil dar respuesta a preguntas clave: quién soy yo, qué quiere Dios de mí… No me fui con la sensación de «quiero ser Clarisa», pero sí con el convencimiento de que tenía que vivir una vida auténtica.

¿Cómo fue la vuelta a la rutina?

Sentía la necesidad de ir a misa, comulgar y rezar todos los días. En medio de ese silencio, Dios empezó a tocar muchas cosas que estaban en mi corazón y llegó justo la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Polonia. El Señor se puso serio (risas), sentía que quería algo más de mí. Como dice don Ángel, el obispo de aquí, la única frase que merece la pena ser contestada es: ¿Señor, desde dónde quieres que yo te sirva? Al regresar de la JMJ, me di cuenta de que había muchas cosas en mi corazón que no podía compartir con mi novio ateo. Tuve que dejarlo porque no estaba viviendo en verdad con él.

¿Y entonces?

Comencé un proceso de discernimiento. Volví a Monzón con las monjas y empecé a conocer la vida de Santa Clara. Fui bonito y conmovedor, porque en su manera de responder al Señor, encontré el modo en que yo quería vivir toda mi vida.

¿Qué te enamoró de ese carisma?

Santa Clara es fascinante. Me enamoré de su forma tan real y coherente de responder a Dios, que es lo que yo buscaba. Un aspecto clave es la pobreza, que yo no había vivido, ni muchísimo menos. El no ser nada para que Él lo sea todo es muy sencillo, pero llena una vida. La sensación que tenemos en la sociedad actual es de tener cuanto más mejor y la realidad es que no estamos siendo felices. No llevo aquí ni dos semanas y ya he sido más feliz de lo que he sido en toda mi vida.

¿Cómo explicárselo a alguien de tu edad?

Nunca he querido a nadie tanto como ahora quiero a Dios, y siento que no le quiero nada (risas). El corazón vibra de una manera distinta. Lo que les diría a los jóvenes es que no se conformen con una «felicidad» de fin de semana. Está en juego su vida. No basta con que el mundo piense que estoy bien, sino que debemos tomarnos en serio nuestra felicidad. Hay que alcanzar la plenitud que no regala colgar en Instagram fotos maquilladas de una vida mediocre. Yo invito a recorrer ese camino interior, porque quien busca encuentra. Dios está deseando tocar el corazón de la gente…

¿Has perdido libertad?

Contra lo que pueda parecer, siento que la he ganado. Aquí he encontrado una verdadera libertad. Uno no es más libre por tener muchas opciones para hacer cosas que no quiere hacer, sino que es libre de verdad cuando elige lo que quieres hace y lo hace. Incluso cuando elige lo que quiere de verdad y no lo que te apetece. En este sentido, quiero lo mismo que santa Clara: no abrazar nada que imponga absolutamente nadie salvo Dios.

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