Aumentan exponencialmente los ingresos hospitalarios de niños y adolescentes con problemas de salud mental

(Diario Médico/InfoCatólica) La primera voz de alarma pública sobre este preocupante asunto la dio hace unas semanas el Hospital Materno-Infantil de Sant Joan de Déu (HSJD), de Esplugues de Llobregat, en Barcelona, en la presentación de su último estudio de la colección Faros, Una mirada a la salud mental de los adolescentes. Claves para comprenderlos y acompañarlos. Este centro ha registrado un incremento del 47% de los pacientes infanto-juveniles atendidos en urgencias por motivos de salud mental en el primer trimestre de este año, en comparación con el mismo período del 2020.

Montserrat Dolz, jefe del Área de Salud Mental de este hospital monográfico y de referencia en varias patologías pediátricas, y Ester Camprodón, adjunta de la misma área, añaden, de acuerdo con datos actualizados de su centro, que han pasado de 25-30 casos psiquiátricos (incluidas autolesiones e intentos de suicidio) vistos en urgencias de media al mes a 83. Los ingresos por esa causa han crecido un 61%.

Paula Vázquez, presidenta de la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas y jefa de Sección de Urgencias Pediátricas del Hospital Universitario Gregorio Marañón, de Madrid, informa de que por ahora no hay datos precisos de todas las urgencias pediátricas que están atendiendo a esos niños, pero la impresión es que el fenómeno «no es un hecho aislado; algo está pasando y es preocupante».

Tanto es así que la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas ha empezado un estudio sobre la ideación de suicidio por tóxicos que lleva ya incluidos más de 200 casos y que, preliminarmente, muestra que un 34% no tiene diagnóstico de patología mental previa.

Confirma Vázquez que hay falta de camas para el ingreso de tantos menores que están demandando ahora atención psiquiátrica urgente. A su juicio, el aumento de casos ya se percibía antes de la irrupción de la covid-19, pero esta crisis sanitaria, el largo confinamiento y las restricciones sociales han hecho aflorar el problema.

Alerta asimismo de que, posiblemente, lo que están viendo ahora los hospitales sea sólo la punta del iceberg: «No sabemos lo que hay detrás. Hay muchos niños que acuden a las urgencias con patología psicosomática, que se inician en el consumo de tóxicos como la marihuana, con trastornos de alimentación, con descompensación de trastornos del espectro autista y de TDAH… Y preocupan los niños con patología mental previa que se descompensan, pero también hay muchos niños que todavía no han sido diagnosticados».

¿Desencadenante?

Vázquez apunta a varios factores que pueden estar provocando este preocupante fenómeno: algunos de ellos vienen de antes, como el tipo de sociedad y el estilo de vida actuales; y otros tienen relación con la pandemia, como la enfermedad e incluso la muerte de familiares próximos, los padres en ERTE o en paro, el hacinamiento en casas pequeñas, la falta de actividades de ocio y el no poder relacionarse, no poder ir a la escuela o instituto y perder las rutinas habituales, un uso excesivo de las tecnologías, ser culpabilizados de los contagios...

Azucena Díez, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría y especialista del Departamento de Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra, en Pamplona, comparte con Vázquez que no parece un fenómeno aislado, que hay centros de agudos aumentando camas para estos casos y que es posible que los ingresos hospitalarios se hayan multiplicado por cuatro.

Recuerda que la Revista de Psiquiatría Infanto-Juvenil, órgano de expresión de la Sociedad Española de Psiquiatría Infantil, ha dedicado ya su última edición (volumen 38, número 1, 2021) de manera monográfica a este asunto.

Llegan más graves

Díez apunta que no solo hay más demanda asistencial de menores por estas causas, sino que los niños y jóvenes afectados llegan más graves, y pone el ejemplo de los trastornos de alimentación: si antes las pacientes (son mayoritariamente chicas) llegaban con una pérdida de peso del 20%, ahora lo hacen con una reducción del 50%, según un estudio realizado en una unidad de Aragón.

La pandemia, confirma, ha resultado un desencadenante para, por ejemplo, niñas predispuestas a esos trastornos (con un nivel de autoexigencia muy elevado en los estudios, el deporte, exposición en redes sociales…).

Imputa también el fenómeno a estos otros factores: menor interacción con compañeros, pérdida de padres o abuelos, crisis económica e incertidumbre laboral de los padres y el propio confinamiento.

Señala casos, tampoco normales, como el de los niños que se mostraron a gusto en el confinamiento porque suelen sufrir situaciones estresantes en el colegio (bulling, malas notas...) y, con la vuelta a las clases presenciales, han tenido que afrontarlas de nuevo.

¿Falta de recursos?

Sugiere que el aumento de demanda de urgencias de psiquiatría puede responder en parte a que se haya sobrepasado la capacidad de consultas programadas en el Sistema Nacional de Salud.

Dolz, por su parte, cree que es importante tener en cuenta que durante la pandemia la atención primaria, como el resto del sistema sanitario, estuvo concentrada en la covid-19; y que, quizá por ello, el acceso a los recursos de salud mental no fue fácil para los menores y sus familias, y más en el caso de los que precisaron de un primer contacto.

«Posiblemente haya habido muchos menores con malestar cuya atención se haya ido demorando y al final hayan acabado en urgencias», manifiesta. En su opinión, a los factores desencadenantes ya expresados antes, hay que añadir el cierre de los centros educativos, que son reguladores de la conducta de los niños y jóvenes, y que la pandemia esté teniendo una duración tan larga.

¿Atención adecuada?

La duda principal ahora es si se está atendiendo a estos menores y a sus familias de manera adecuada. «En el registro también miramos cómo se están tratando y, a falta de concluir el estudio, parece que la calidad de la atención es buena, con aspectos mejorables. En los hospitales Gregorio Marañón, 12 de Octubre y otros de Madrid se ha creado la figura de la enfermera de enlace, que ha mejorado la relación con el paciente y su familia. Y, además de aumentar el número de camas para ellos, ya se está hablando de la necesidad en algunos casos de realizar hospitalización a domicilio», explica Vázquez. Recuerda que el ingreso es especialmente necesario en los casos de intento de suicidio, para vigilar si se tiene riesgo de reincidencia.

Otra cuestión relevante es qué signos de alarma deben de tener en cuenta los pediatras y médicos de Familia de atención primaria, así como las familias. «También vamos a iniciar una encuesta en los preadolescentes y adolescentes que acuden a las urgencias por cualquier motivo con el objetivo de conocer la prevalencia de comorbilidad psiquiátrica tras el confinamiento por la pandemia en 2020 por SARS-CoV-2 y analizar la presencia de síntomas psicosomáticos y detectar los factores de riesgo que se asocian a la presencia de comorbilidad psiquiátrica».

Para la detección precoz son fundamentales las familias y los pediatras, y los signos de alarma son: «Retraimiento, tristeza, dormir mal, ansiedad, bajo rendimiento escolar, nulo interés por salir y relacionarse con los amigos...», precisa. Anuncia asimismo Vázquez que la AEP quiere elaborar un documento de posicionamiento, con la participación de expertos en urgencias pediátricas, sobre pediatría de atención primaria y psiquiatría infanto-juvenil.

Díez añade, por su parte, como indicadores de sospecha de problemas psiquiátricos la falta de ilusión y de ganas. Y recomienda «estar», es decir, estar pendientes y comunicarse con los menores. «Parece que no quieren hablar, pero sí quieren; hay que escucharles, no juzgarles y empatizar con ellos», indica.

Admite que, por desgracia, acudir al psiquiatra, ya sea en el caso de niños o de adultos, está estigmatizado en nuestro país, pero insta a romper con ello en favor de una mejor atención a la salud mental.

Sobre las autolesiones, Díez afirma que se calcula que, en general, el 15-20% de los menores lo hacen con fines ansiolíticos, para aliviar la ansiedad; «se busca que el dolor físico sustituya al otro». Destaca que, por ahora, se desconoce si este tipo de lesiones (principalmente cortes en el antebrazo) han aumentado o no.

En el mencionado informe de la colección Faros, del HSJD, se indica que, en el campo de la psiquiatría y la psicología clínica, las autolesiones tradicionalmente han sido consideradas una conducta asociada a un trastorno mental grave, como la esquizofrenia, el síndrome de la Tourette, la discapacidad intelectual grave o síndromes neurológicos graves. También tradicionalmente han sido un síntoma más en el trastorno límite de la personalidad (TLP), siendo uno de los criterios diagnósticos establecidos.

En estos trastornos, las conductas autolesivas han sido entendidas como un tipo de conducta orientada a disminuir la ansiedad (ya sea realizadas de forma consciente o inconsciente por parte de los niños o adolescentes) o bien como una forma de autoestimular que se observa en estos casos de trastorno mental grave.

«Actualmente siguen observándose en enfermedades mentales graves, y su prevalencia no ha cambiado en estos casos, pero lo que es una novedad es observarla en hombres y mujeres de la población general; es decir, en hombres y mujeres sin patologías psiquiátricas establecidas. Esto no significa, sin embargo, que los jóvenes que realizan estas conductas no tengan ningún malestar o dificultades psicológicas significativas, sino al contrario», reza el documento.

Intentos de suicidio

En cuanto a los intentos de suicidio, los más habituales en menores son precipitaciones y sobreingestas de fármacos en dosis más o menos letales. «En estos casos hay un efecto contagio y también los hay considerados hereditarios», informa.

Dolz también afirma que los niños han sufrido mucho durante la pandemia y recomienda estar muy atentos a cualquier cambio brusco de conducta y mantenido en el tiempo en ellos, así como dificultades de readaptación a la escuela o cualquier bajón en la funcionalidad (rendimiento académico, aislamiento...).

Desde su punto de vista, es muy importante dar espacio al malestar de los menores, fomentar el diálogo, la escucha activa, los momentos de ocio compartido y, especialmente, aprovechar las oportunidades de comunicación de calidad -porque para los adolescentes no vale cualquier momento- a las administraciones competentes, los centros sanitarios, los médicos y las familias: «Lo que está sucediendo no es algo propio de la adolescencia y hace falta destinar más recursos, incluidas más camas de ingreso. Pero lo más importante es encontrar la raíz del problema y realizar una detección precoz».

Dolz asegura que los recursos asistenciales actuales están desbordados, que faltan profesionales para atender a estos menores, también en el ámbito domiciliario, lo cual ahora se está intentando paliar con intervenciones grupales, y que también hay déficit de recursos de prevención y atención precoz.

Debut de los trastornos

Casualmente, un metaanálisis publicado días atrás en Molecular Psychiatry, del grupo Nature, con datos de 192 estudios epidemiológicos que incluyen 708.561 pacientes, concluye que la edad en la que empiezan más trastornos mentales es a los 14 años, y que la mayoría de ellos van apareciendo de forma ininterrumpida durante los primeros 25 años de vida.

El trabajo está dirigido por los doctores Joaquim Raduà, jefe del grupo de investigación Imagen de los trastornos relacionados con el estado de ánimo y la ansiedad, del Idibaps; Marco Solmi, de la Universidad de Padua, y Paolo Fusaro-Poli, del King’s College de Londres. «Si fuéramos capaces de detectar a tiempo cualquier cambio que avise de un posible trastorno mental, quizás podríamos corregirlo y conseguir que el cerebro madure de una forma sana, previniendo la aparición del trastorno», según Raduà. No obstante, «para conseguir que un programa de prevención sea efectivo, debe realizarse a la edad concreta a la que comienza cada trastorno mental».

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en todo el mundo se estima que entre el 10 y el 20% de los adolescentes experimentan trastornos mentales y que sus consecuencias se extienden a lo largo de toda su vida.

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