Catequesis papal en la audiencia del miércoles
«Con el don del temor de Dios, del que hablamos hoy -ha dicho el Papa en la audiencia General-, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. Ese don no significa tener miedo de Dios -ha destacado-: sabemos bien que Dios es nuestro Padre, que nos ama y quiere nuestra salvación, nos perdona siempre, ¡así que no hay razón para tenerle miedo! El temor de Dios, sin embargo, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos ante Dios y su amor, y que nuestro bienestar llega cuando nos abandonamos en sus manos con humildad, respeto y confianza».
11/06/14 5:55 PM | Imprimir | Enviar
(VIS) «Cuando el Espíritu Santo mora nuestros corazones, nos da consuelo y paz... En ese momento, comprendemos cómo el temor de Dios llega a nosotros en forma de docilidad, gratitud y alabanza llenando nuestros corazones de esperanza».
El papa Francisco ha comentado al respecto que cuando no entendemos el plan de Dios nos damos cuenta de que no podemos asegurarnos la felicidad y la vida eterna. «Es sin embargo en la experiencia de nuestras limitaciones y nuestra pobreza, -ha dicho- cuando el Espíritu Santo nos consuela y nos hace sentir que la única cosa importante es ser guiados por Jesús hacia los brazos de su Padre».
El Papa ha explicado la necesidad de un don que «nos hace ser conscientes de que todo viene de la gracia y de que nuestra fuerza real está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre derrame sobre nosotros su bondad y su misericordia... El temor de Dios, por lo tanto, no nos convierte en cristianos tímidos y sumisos, sino que ¡genera en nosotros coraje y fuerza! Es un regalo que nos convierte en cristianos convencidos, entusiastas, ¡que no son sumisos al Señor por miedo, sino porque se mueven y se dejan seducir por su amor!».
Advertencia ante el pecado
El temor de Dios es también «una advertencia ante el pecado, porque cuando vamos por mal camino, blasfemando contra Dios, explotando a los otros, con tiranía, y cuando se vive sólo por el dinero, la vanidad, el poder y el orgullo, nos avisa que así no seremos felices y terminaremos mal.»
«¿Creéis que una persona corrupta será feliz en el más allá? -ha preguntado el Pontífice- No, todo el fruto de su corrupción ha adulterado su corazón y le será difícil presentarse ante el Señor». Con estas palabras ha recordado a todos aquellos que se benefician del tráfico de personas, del trabajo con esclavos, o de la fabricación de armas. De estos últimos ha dicho que no les interesa la Palabra de Dios porque «fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y hacen mercancía de muerte», y ha manifestado el deseo de que «el temor de Dios les haga comprender que un día todo terminará y que tendrán que rendirle cuentas».
Antes de finalizar, el Santo Padre ha leído una parte del Salmo 34: 'Este pobre gritó y el Señor lo escuchó, y lo salvó de todas sus angustias. El ángel del Señor hace sus rondas junto a los que le temen y los guarda'. «Pidamos al Señor -ha dicho- la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, recubiertos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre».
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