Epidemia limosnera

¿Se imaginan que comienza el Canto de Entrada en la Misa y una humilde señora de entre la asamblea empieza a recitar el Padre Nuestro una y otra vez en alta voz, impidiendo el correcto desarrollo de la celebración, durante todos los ritos iniciales, la liturgia de la palabra (haciendo, claro está, una pequeña pausa en el Evangelio porque se distingue de las otras lecturas y hay que tributarle suma veneración) y continúa hasta que se le venga en gana o se le canse la voz? ¿Y si además resulta que el sacerdote no sólo no la corrige sino que es quien le ha pedido que lo haga?

¿Se imaginan que en un generosísimo deseo de estar en paz con todo el pueblo de Dios un grupo de hermanos de la primera fila se dedicara por mandato del sacerdote a dar besitos y abrazos a toda la asamblea banca por banca, porque todos deben tener igual oportunidad de recibir cariño en el momento de la paz, y si los hermanos se demoran y llega el Cordero de Dios o la Comunión y ellos continúan dando besitos y abrazos por la asamblea, son defendidos por el Párroco porque lo más importante no es el orden y ritmo de la liturgia sino que todos tengan iguales cariños?

Yo supongo que en cualquiera de estos dos casos pegaríamos todos sin dudarlo el grito en el cielo, y por exceso de ingenuidad voy a suponer que a ningún Párroco se le ocurrirían realmente estas barbaridades. Entonces, ¿Por qué permitimos que esto mismo sí suceda con la colecta? No son pocas las parroquias en las que es absoluta costumbre que estos excesos se den. Si el Ofertorio concluye y la colecta va por la mitad de la asamblea, continúan sin temor ni temblor ¡Eso sí, cuando le llamas la atención al padre, se jacta de buen criterio al afirmar que si regresan al presbiterio a presentar la ofenda tan tarde es porque por respeto litúrgico, durante la Consagración, se detienen y arrodillan, pero claro, luego continúan! Y si se te ocurre comentarle sobre la importancia de respetar que cada cosa se haga en su momento adecuado, recurrirá al solicitadísimo derecho de igualdad de oportunidades, para que todos puedan ofrecer de su dinero lo que consideren oportuno. ¡Muy democrático, por supuesto!

Pero la Ordenación General del Misal Romano no opina así, gracias a Dios, en los números del 49 al 53, bajo el subtítulo «Preparación de los dones»:

Nº 49: «En primer lugar se prepara el altar (...) Se traen a continuación las ofrendas (...) También se pueden aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la iglesia, que los fieles mismos pueden presentar o que pueden ser recolectados en la nave de la Iglesia, y que se colocarán en el sitio oportuno, fuera de la mesa eucarística».

Es decir, es accesorio, no es lo primordial. En este momento litúrgico lo primero y únicamente necesario es preparar el altar y traer las ofrendas. Lo demás, se puede, ¡pero no es lo esencial ni lo prioritario! Y sí, la primera finalidad de la colecta es para los pobres y, en su defecto, para la iglesia. No dice «para la parroquia», aunque esto sea lo que la mayoría pudiera imparcialmente interpretar.

Nº 50: «Acompaña a esta procesión en que se llevan las ofrendas el canto del ofertorio, que se alarga por lo menos hasta que los dones han sido depositados sobre el altar».

Es decir, que si existiera la peculiarísima necesidad de que la colecta se alargara por razones de fuerza mayor unos cuantos segundos después de que el Presidente terminara la presentación de las ofrendas, el canto debería continuar para acompañar la colecta, pues si se detiene, es lógico que el Presidente continúe indebidamente con el «Orad, hermanos». En este último número se ve aun más claro:

Nº 53: «Terminada la colocación de las ofrendas y los ritos que la acompañan, se concluye la preparación de los dones con una invitación a orar juntamente con el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas, y así todo queda preparado para la Plegaria eucarística.»

Esto es clave. Dice «Terminada la colocación y los ritos que la acompañan.» Es decir, ¡que la colecta ha de terminar sí o sí, le parezca bien a quien le parezca, siempre antes del «Orad, hermanos»! Y «así todo queda preparado la Plegaria eucarística.» Aunque no nos parezca del todo grave que la colecta se alargue un poco, al ser parte del todo de la preparación de los dones, la colecta tiene como finalidad el ser una preparación para la Plegaria eucarística, ¡no una distracción durante la Plegaria eucarística! ¡En vez de preparar distraemos! Al realizar mal la colecta, no sólo dañamos la preparación de los dones, ¡sino también la misma Plegaria, a la que debería servir, no dañar!

Entonces, ¿qué hacer aquí? ¿Qué soluciones encontramos? Dependerá de nuestras prioridades. Si lo más importante es atender al ritmo y a la sucesión lógica de la liturgia, las posibles soluciones pasarían por detener la colecta un poco antes de que el Presidente terminara la presentación de las ofrendas, aunque se esté a la mitad de la asamblea, para dar tiempo a los encargados del cesto de retornar al punto en que se dejara la colecta; o bien multiplicar el número de cestos para que en menor tiempo se pueda abarcar mayor espacio. Si en cambio para algunos otros lo más importante es que se recolecte la mayor cantidad de dinero posible, entonces conviene hacerlo lo más lento que se pueda, alargando el canto, haciendo una procesión de las ofrendas infinita y repitiendo la colecta por las primeras filas por las que ya se pasó, no sea que alguno se tardara en sacar la billetera y se quedara con la oblación en la mano. Aquí se atenta contra los tiempos que tiene la liturgia, pero al menos no se abusa y se continúa con la Plegaria eucarística en plena colecta. Y si ya tu prioridad es hacer la Misa como sea porque hasta ahora ninguno de tus fastidiosos feligreses se ha quejado de nada, entonces la solución es olvidarse de que se ha leído esto y seguir tan pancho.

Pero lo que sí ha de quedar claro es que este abuso litúrgico, que se encuentra sumamente expandido, no sólo afecta a la liturgia misma, sino que al afectar a ésta, que es la vida de la Iglesia, afecta a la Iglesia misma en toda su plenitud. Si el centro de la vida cristiana es la Eucaristía y el centro de ésta es la colecta, como así pareciera al ver que la preocupación porque todos contribuyan con sus bienes es mayor, por ejemplo, que la de que comulgue una mayor cantidad de hermanos, entonces mejor suscribámonos todos a un envío automático de dinero desde nuestras cuentas bancarias, que así nos ahorramos el arreglarnos los Domingos por la mañana y el perder tiempo en ir a Misa, y vamos directamente a lo esencial. Si sólo pudieran acceder a la colecta aquellos que se encontraran en estado de gracia, los confesionarios estarían todos disponibles dos horas antes de cada Misa, y las prédicas serían muy diferentes.

Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo

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