El cardenal Parolin confirma la intención de la Santa Sede de pactar con la dictadura comunista chhina

(InfoCatólica) Entrevista al cardenal Parolin:

Eminencia, ¿qué puede decirnos en relación con el diálogo entre la Santa Sede y la República Popular China?

Como bien se sabe, con la llegada de la «Nueva China», hubo momentos de grandes contrastes y agudos sufrimientos para la vida de la Iglesia en ese gran país. Sin embargo, Desde los años ochenta del siglo pasado, se pusieron en marcha los contactos entre representantes de la Santa Sede y de la China Popular, que han pasado por diferentes etapas y casos diversos. La Santa Sede siempre ha mantenido un enfoque pastoral, tratando de superar contraposiciones y mostrándose dispuesta a un diálogo respetuoso y constructivo con las Autoridades civiles. El Papa Benedicto XVI representó muy bien el espíritu de este diálogo en la Carta a los católicos chinos de 2007: «La solución de los problemas existentes no puede ser perseguida mediante un permanente conflicto con las legítimas Autoridades» (n. 4). En el Pontificado del Papa Francisco, las negociaciones se mueven exactamente siguiendo esta línea: apertura constructiva al diálogo y fidelidad a la genuina tradición de la Iglesia.

¿Qué es lo que espera concretamente la Santa Sede de este diálogo?

Pondría, antes que nada, una premisa: en China, acaso más que en cualquier otro lugar, los católicos han sabido custodiar, a pesar de tantas dificultades y sufrimientos, el depósito auténtico de la fe, manteniendo firme el vínculo de comunión jerárquica entre los obispos y el Sucesor de Pedro, como garantía visible de la fe misma. Efectivamente, la comunión entre el Obispo de Roma y todos los obispos católicos toca el alma de la unidad de la Iglesia: no es una cuestión privada entre el Papa y los obispos chinos o entre la Sede Apostólica y las Autoridades civiles. Con lo cual, el principal objetivo de la Santa Sede en el diálogo es precisamente salvaguardar la comunión en la Iglesia, siguiendo el surco de la genuina tradición y de la constante disciplina eclesiástica. Vea usted, en China no existen dos Iglesias, sino dos comunidades de fieles que están llamadas a cumplir un camino progresivo de reconciliación hacia la unidad. Por ello, no se trata de mantener un conflicto perenne entre principios y estructuras contrapuestas, sino de encontrar soluciones pastorales realistas que permitan a los católicos vivir su fe y proseguir juntos la obra de evangelización en el contexto chino específico.

La comunión a la que se refiere tiene que ver con la delicada cuestión de los nombramientos de los obispos, que está suscitando tantas polémicas. ¿Un eventual acuerdo sobre este punto podría resolver correctamente los problemas de la Iglesia en China?

La Santa Sede conoce y comparte los graves sufrimientos que soportan muchos católicos en China y su generoso testimonio del Evangelio. Sigue habiendo muchos problemas para la vida de la Iglesia y estos no pueden ser resueltos todos juntos. Pero, en este marco, la cuestión de la elección de los obispos es crucial. Por otra parte, no podemos olvidar que la libertad de la Iglesia y el nombramiento de los obispos siempre han sido temas recurrentes en las relaciones entre la Santa Sede y los Estados. Claro, el camino emprendido con China, mediante los actuales contactos, es gradual y todavía está expuesto a muchos imprevistos, así como a posibles emergencias nuevas. Nadie, en conciencia, puede afirmar tener soluciones perfectas para todos los problemas. Es necesario tener tiempo y paciencia para que se puedan curar todas las heridas personales infligidas recíprocamente dentro de las comunidades. Desgraciadamente, es cierto que todavía habrá muchas incomprensiones, fatigas y sufrimientos que afrontar. Pero todos tenemos la confianza en que, una vez considerado adecuadamente el punto del nombramiento de los obispos, las dificultades que queden ya no deberían ser tales como para impedirle a los católicos chinos vivir en comunión entre ellos y con el Papa. Esto es lo importante, y lo que tanto se esperaba y deseaba desde san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Esto es lo importante, y hoy se persigue con la clarividencia del Papa Francisco.

Entonces, ¿cuál es la verdadera actitud de la Santa Sede hacia las Autoridades chinas?

Es importante insistir en ello: en el diálogo con China, la Santa Sede persigue una finalidad espiritual: ser y sentirse plenamente católicos y, al mismo tiempo, auténticamente chinos. Con honestidad y realismo, la Iglesia no pide nada más que profesar la propia fe con mayor serenidad, clausurando definitivamente el largo periodo de contraposiciones, para inaugurar espacios de mayor confianza y ofrecer el aporte positivo de los católicos al bien de toda la sociedad china. Claro, todavía hay muchas heridas abiertas. Para curarlas se necesita el bálsamo de la misericordia. Y si a alguien se le pide un sacrificio, pequeño o grande, debe quedarle claro a todos que este no es el precio de un intercambio político, sino que forma parte de la perspectiva evangélica de un bien mayor, el bien de la Iglesia de Cristo. Lo que se espera es llegar, cuando Dios quiera, a ya no tener que hablar de obispos «legítimos» e «ilegítimos», «clandestinos» y «oficiales» en la Iglesia china, sino a encontrarse entre hermanos, aprendiendo nuevamente el lenguaje de la colaboración y de la comunicación. Sin esta experiencia vivida, ¿cómo podría la Iglesia en China volver a impulsar el camino de la evangelización y llevar a los demás a la consolación del Señor? Si no estamos listos para perdonar, significa, desgraciadamente, que hay otros intereses que defender: pero esta no es una perspectiva evangélica.

Si es esta la actitud, ¿no existe el peligro de borrar, de un solo golpe, los sufrimientos del pasado y también los del presente?

Es más, es todo lo contrario. Muchos cristianos chinos, cuando celebran a sus mártires que sufrieron injustas pruebas y persecuciones, recuerdan que ellos supieron encomendarse a Dios, incluso en sus frágiles humanidades. Entonces, la mejor manera para honrar este testimonio y hacer que sea fecundo en el presente es encomendarle al Señor Jesús incluso la vida actual de las comunidades católicas en China. Pero esto no se puede hacer espiritualística o descarnadamente. Hay que hacerlo en la elección de fidelidad al Sucesor de Pedro, con espíritu de obediencia filial, incluso cuando no todo parece inmediatamente claro y comprensible. Volviendo a su pregunta, aquí no se trata de borrar de golpe que ignore o, casi como por arte de magia, anule el sufrido camino de muchos fieles y pastores, sino de invertir el capital humano y espiritual de muchas pruebas para construir un futuro más sereno y fraterno, con la ayuda de Dios. El Espíritu que ha custodiado hasta ahora la fe de los católicos chinos es el mismo que los sostiene hoy en el nuevo camino emprendido.

¿Tiene algún consejo, alguna petición particular que en este momento la Sede Apostólica podría dirigir a los fieles chinos? A los que están contentos ante los posibles nuevos escenarios, pero también a los que están confundidos o a los que tienen objeciones…

Me gustaría decir, con mucha sencillez y claridad, que la Iglesia nunca olvidará las pruebas y los sufrimientos pasados y presentes de los católicos chinos. Todo esto es un gran tesoro para la Iglesia universal. Por lo tanto, a los católicos chinos les digo, con gran fraternidad: estamos cerca de ustedes, no solo con la oración, sino también con el compromiso cotidiano de acompañarles y apoyarles en el camino hacia la plena comunión. Por ello les pedimos que ninguno se aferre al espíritu de contraposición para condenar al hermano o que use el pasado como un pretexto para fomentar nuevos resentimientos y cerrazones. Al contrario, esperamos que cada uno vea con confianza el futuro de la Iglesia, más allá de cualquier límite humano.

Eminencia, ¿de verdad cree usted que todo esto sea posible? ¿En qué se basa su confianza?

Estoy convencido de una cosa. La confianza no es fruto de la fuerza de la diplomacia o de las negociaciones. La confianza se basa en el Señor que guía la historia. Confiamos en que los fieles chinos, gracias a su sentido de fe, sepan reconocer que la acción de la Santa Sede está movida por esta confianza, que no responde a lógicas mundanas. Los pastores deberán ayudar particularmente a los fieles a reconocer en la guía del Papa en punto de referencia seguro para apreciar el plan de Dios en las circunstancias actuales.

¿El Papa está informado de lo que sus colaboradores hacen en las negociaciones con el gobierno chino?

Sí, el Santo Padre sigue personalmente las negociaciones actuales con las Autoridades de la República Popular China. Todos sus colaboradores actúan en sintonía con él. Nadie toma iniciativas privadas. Sinceramente, cualquier otro tipo de razonamiento me parecería fuera de lugar.

En los últimos tiempos han surgido expresiones críticas, incluso dentro de la Iglesia, ante el enfoque que ha adoptado la Santa Sede en el diálogo con las Autoridades chinas. Algunos incluso han llegado a afirmar que este diálogo es una verdadera «rendición» por razones políticas. ¿Qué opina?

Creo, antes que nada, que en la Iglesia existe el derecho absoluto a disentir y hacer presentes las propias críticas y que la Santa Sede tiene el deber de escucharlas y evaluarlas con atención. También estoy convencido de que, entre cristianos, las críticas deberían pretender construir la comunión y no suscitar la división. Se lo digo francamente: estoy convencido de que una parte de los sufrimientos que ha vivido la Iglesia en China no se debe tanto a la voluntad de cada una de las personas, sino a la complejidad objetiva de la situación. Por ello es legítimo tener opiniones diferentes sobre las respuestas más oportunas que ofrecer para solucionar los problemas del pasado y los del presente. Esto es completamente razonable. Creo que ningún punto de vista personal puede ser considerado exclusivo intérprete de lo que es bueno para los católicos chinos. Por ello, la Santa Sede obra para encontrar una síntesis de verdad y una vía practicable para responder a las legítimas expectativas de los fieles, dentro y fuera de China. Para descubrir juntos el plan de Dios para la Iglesia en China se necesitan más humildad y un mayor espíritu de fe, cautela y moderación por parte de todos, para no caer en polémicas estériles que dañen la comunión y que roben las esperanzas de un futuro mejor.

¿A qué se refiere?

Me refiero a que todos estamos llamados a distinguir más adecuadamente la dimensión espiritual y pastoral de la dimensión política. Comencemos, por ejemplo, con las palabras que utilizamos todos los días. Expresiones como «poder», «traición», «resistencia», «rendición», «enfrentamiento», «ceder», «compromiso» deberían dejar sitio a otras, como «servicio», «diálogo», «misericordia», «perdón», «reconciliación», «colaboración», «comunión». Si no estamos dispuestos a cambiar este enfoque, surge un gran problema: pensar y actuar solamente en clave política. Al respecto, la Santa Sede espera para todos una sincera conversión pastoral inspirada en el Evangelio de la misericordia, para aprender a acogerse entre hermanos, así como tantas veces ha aconsejado el Papa Francisco.

¿Qué le diría hoy a los responsables chinos?

Mire usted, sobre este punto me gustaría retomar nuevamente las palabras de Benedicto XVI en su Carta a los católicos chinos. Él enseña que la misión propia de la Iglesia no es la de cambiar estructuras o la administración del Estado, sino anunciarle a los hombres a Cristo, Salvador del mundo, apoyándose en la potencia de Dios. La Iglesia en China no pretende sustituir al Estado, sino que desea ofrecer su contribución serena y positiva por el bien de todos. Por lo tanto, el mensaje de la Santa Sede es un mensaje de buena voluntad, con la esperanza de proseguir en el diálogo emprendido para contribuir a la vida de la Iglesia católica en China, al bien del pueblo chino y a la paz en el mundo.

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