La mercancía ideológica de Ada Colau

El distrito barcelonés de Gracia votará la expropiación y el derribo de la iglesia de Santa María de Gracia, en Barcelona, por ser «un equipamiento infrautilizado y anacrónico». Ignoro la situación de la iglesia en cuestión, pero la simple noticia sólo puede retrotraernos a la miseria de la Segunda República, a una política revisionista que condujo al horror de la Guerra Civil en España, a una forma de sectarismo ideológico, propio de la peor izquierda dogmática de la que el propio Zapatero se mostraba orgulloso, empeñado como estaba en separar inútilmente la II República de la Guerra Civil.

¿Por qué hay que soportar, además de la corrupción, la chulería, la miseria y mediocridad de ciertos políticos? Se confía en un gobierno determinado para que tome sus decisiones sobre la base de la justicia y de la integridad, no sobre la sinrazón del resentimiento y el odio. El comportamiento político de la alcaldesa Ada Colau es un espectáculo de indecente totalitarismo, impulsado por la arbitraria voluntad de pretender liberar al pueblo paradójicamente de un yugo imaginario, de una argolla de la que el pueblo catalán, sostenido por una jerarquía eclesiástica indolente y sorda, hace tiempo que se liberó, como es la práctica religiosa.

La Iglesia permanece con torpeza ensimismada ante cualquier agresión o intento ilícito de cancelar lo religioso, frente a una política en la que los ciudadanos católicos somos expulsados sin reproches del ágora ocupada felizmente por la ideología. Alguien debería explicarme el motivo por el que al cristiano se le viene exigiendo un fiat mihi ante una autoridad que ni siquiera es capaz de respetar una tradición bimilenaria como es el cristianismo, y que incluso imposibilita la realización intrínseca de los ciudadanos, eliminando y destruyendo sus propios bienes.

Ada Colau representa como pocos la miseria de políticos incompetentes, desprovistos de cualquier mercancía que no sea la ideología, anticlericales republicanos que nos traen de nuevo el terrible guerracivilismo. Colau está exigida, quiera o no, a respetar la existencia de lo sagrado en lugar de buscar eliminarlo: lo que no es valioso para ella significa el sentido de la vida de muchos otros, aunque sean en Cataluña los menos. El dirigente político debe perseguir el bien común, no aquello que permite incrementar su cuota de poder o su influencia, capaz de integrar a todas las personas de la comunidad y no de vanagloriarse en la brutal exclusión de cuanto considera ajeno a su propia permanencia en el poder.

Es verdad que también los apóstoles deliberaban sobre quién era el más importante de ellos y ni siquiera sabían sufrir, abandonando y huyendo cuando arrestaron al Maestro, viéndose incluso paralizados por su muerte, sin percibir ningún futuro de gloria. Hoy el cristiano se encuentra en muchos sitios perseguido, y el mejor testimonio es aceptar la cruz, estar al pie de la Cruz, sin huir, consciente de que hay que pagar un precio por tanto como se ha recibido. El horizonte político de tomar decisiones hostiles contra los cristianos, como si fuéramos agentes perniciosos para el devenir de un pueblo, elementos extraños cuya extirpación facilitará la salud del cuerpo, deberá encontrar una palabra política independiente, una mayor salida del cuerpo público de la Iglesia en la medida en que el don obliga a una respuesta de excelencia y de santidad, ajena a cualquier corrección política.

Roberto Esteban Duque

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