Se acercan los días santos de la Pascua, de la pasión, muerte y resurreccion de Jesucristo, que cada año celebramos con solemnidad. Y lo que celebramos en los templos sale a las calles en las hermosas procesiones de nuestra Semana Santa de Córdoba. El misterio celebrado es el mismo en todo el mundo. La manera de celebrarlo adquiere formas diferentes y propias, y en nuestra ciudad y nuestros pueblos adquiere tonos que la hacen admirable. La ciudad de Córdoba pone en juego a miles de personas con todo un despliegue de medios, que hacen de nuestra Semana Santa algo digno de admiración. No todo es folclore ni boato. Detrás de todo lo visible se esconde y se manifiesta públicamente el sentimiento, la devoción y la fe de un pueblo que cree en Dios, que acoge la redención que Jesucristo nos ofrece a los pecadores y que encuentra un consuelo inmenso en la Madre celeste que acompaña a su Hijo y a todos sus hijos, nosotros.
La Semana Santa es como la síntesis del misterio cristiano: Dios Padre, que compadecido del extravío de los hombres envía a su Hijo único Jesucristo. Este Hijo, que se hace hombre y carga con nuestros delitos, como el Cordero que quita el pecado del mundo. El Espíritu Santo, que sostiene el Corazón de Cristo en la obediencia de amor y en la entrega generosa por sus hermanos hasta la muerte. Y en el centro del drama redentor, acompañando siempre a su Hijo, Maria, una criatura como nosotros, elevada a la dignidad de Madre de Dios, colaboradora singular en la redención del mundo, y Madre nuestra entregada por Jesús junto a la Cruz al discípulo amado y en el a todos los hombres.
La Semana Santa no puede vivirse sin esa fe. Quitarle esa fe es vaciarla de contenido, dejarla hueca como una carcasa que no lleva nada dentro. La Semana Santa procede de la fe y genera la fe. Por eso su lugar es la comunidad cristiana, la Iglesia, y más concretamente, la Iglesia católica donde esa piedad popular ha sido alimentada a lo largo de los siglos. Precisamente este año, y por primera vez en la historia, todas las Cofradías y Hermandades de la Ciudad, celosas de su identidad cristiana creyente, a veces no comprendida e incluso despreciada, han decidido hacer estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Es como el lugar donde esa fe puede mejor expresarse y al mismo tiempo donde las Cofradias encuentran amparo, porque la Catedral es su casa, la casa de la Iglesia, la casa de la comunidad cristiana. Quien mira esta circunstancia sin fe, no entiende a que viene esta movida, o a lo sumo la interpreta como un alargamiento de la carrera oficial, y no faltará quien se sienta molesto. Quien mira este acontecimiento con fe, entiende que las Cofradías busquen cobijo en quien puede dárselo en momentos en que la fe tenemos que vivirla a la intemperie.
Las dificultades nos hacen crecer y madurar, si las vivimos desde Dios y con Dios. «Todos a la Catedral» es un signo visible de esta vivencia. Sean todos bienvenidos a su Casa, la Casa de Dios y de la Comunidad Católica. La unión de todos hace superar las dificultades que surgen en el camino, y las dificultades se convierten en un estímulo y una nueva motivación. Esta circunstancia viene a añadirse como un atractivo más a la belleza de nuestra Semana Santa de Córdoba, cuando todas las Cofradías pasarán por el primer Templo de la diócesis como señal de unidad, simbólicamente expresada en nuestra Catedral, donde está la Cátedra del Obispo.
Vivamos esta Semana Santa con especial fervor. Pasa Cristo por nuestras calles, acompañado de su bendita Madre. Pasan en sus preciosas imágenes, sagrados titulares de cada Hermandad. Al mirar a Jesús, Él nos mira y nos ofrece su ayuda para llevar nuestra cruz, Él nos mira para ofrecernos su perdón en este Año de la misericordia, Él alienta en nosotros la esperanza de que el final no es la muerte, sino la gloriosa Resurreccion, la suya y la nuestra. Y al pasar su Madre llena de majestad y señorío en sus pasos de palio, ella nos invita a acercarnos a su Hijo, en el único en que podemos alcanzar la salvación.
Pasa Jesús, pasa Maria, pasa un pueblo creyente con el deseo de llevar esta misericordia de Dios y su paz a todos los hombres. No dejemos pasar delante de nosotros estos acontecimientos, sin conmovernos ante tanto dolor, sin valorar y estimar tanto amor, sin que cambiemos nuestro duro corazón por un corazón sensible al amor de Dios y a las necesidades de tanta gente que sufre en nuestro entorno. La Semana Santa cambia nuestra vida si la vivimos con fe.
Recibid mi afecto y mi bendición
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