La Cuaresma es camino hacia la Pascua, y nos encontramos ya en el segundo domingo. Domingo de la transfiguración del Señor. En el camino hacia la Pascua, en este segundo domingo se nos propone como un adelanto de la meta, al presentarnos a Jesús en su misterio de la transfiguración.
Subió Jesús a un monte alto. El monte, como lugar de elevación, de encuentro con Dios. Y se llevó consigo a tres de sus discípulos, no a todos: Pedro, Juan y Santiago. Estos serán testigos aquí y en otros momentos de esa cercanía e intimidad que Jesús viene a mostrarles para todos los hombres. Y en clima de oración, el aspecto de su rostro cambió (se transfiguró) y sus vestidos brillaban de blancos. Pedro y sus compañeros estaban como somnolientos y al despertarse con ese fulgor que salía de Jesús, exclama: «Qué bien se está aquí, Maestro». Una nube les cubrió a todos y se asustaron. Y en ese momento, Dios Padre les mostró a su Hijo amado.
Qué estampa más bonita, para la contemplación y la oración del tiempo cuaresmal. En esta Cuaresma Jesús quiere elevarnos de nivel, llevarnos consigo a su monte santo. No podemos continuar con una vida rastrera, a ras de tierra, topándonos cada día con los mismos problemas. Hemos de levantar el vuelo e ir con Jesús a lo alto, para mirar nuestra vida desde otra perspectiva, desde la perspectiva de Dios. Y si vamos con Él, Él nos muestra su identidad más profunda: Él es Dios, que ha tomado nuestra carne, nuestra vida. Y en esta carne nuestra nos ha mostrado la gloria de Dios. La gloria de Dios ya no es algo ajeno al hombre, la gloria de Dios se muestra en el rostro humano del Hijo amado y en el rostro de cada persona, especialmente de aquellos que sufren.
En esa relación profunda con Jesús, estamos llamados a experimentar una paz y un gozo que nadie más puede darnos: «Qué bien se está aquí», con Jesús, acogiendo la misericordia de Dios que nos trata como hijos, como amigos. Desde ese gozo y esa paz, estamos llamados a salir al encuentro de cada persona humana para anunciarle nuestra experiencia de Dios y la buena noticia de su salvación para todos. No podemos guardar lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado junto a Él. Necesitamos comunicarlo, participarlo a otros. Este es el gozo del evangelio y de la evangelización. Esta es la urgencia misionera, que no pase la vida de los demás sin tener noticia de esta nueva vida y puedan disfrutarla cuanto antes.
El encuentro con Jesús, el Hijo amado del Padre, nuestro hermano mayor, que ha venido a la tierra para encontrarnos y salvarnos, es algo que cambia la vida. La experiencia de Dios misericordioso, que se ha revelado en el rostro humano de Jesús, es la pauta principal de la evangelización, que no se impone a nadie, sino que se propone amablemente, aunque a veces escuece.
A veces se plantea la vida cristiana como una carrera de obstáculos en la que prima nuestro esfuerzo. La Cuaresma entonces consiste en un conjunto de prácticas que hacen más austera nuestra vida y nos permiten adelgazar en el alma y en el cuerpo. También es algo de eso. Pero principalmente la Cuaresma es encuentro con Cristo, que es tentado y vence la tentación, con Cristo que en el monte se transfigura y manifiesta la gloria de Dios en su rostro humano, con Cristo que nos invita a subir con él a Jerusalén para participar de su Pascua, de su muerte y de su resurrección. La Cuaresma ante todo es tiempo de gracia y de salvación. Tiempo de misericordia, para alcanzarla y repartirla. Tiempo para ejercitarse en el amor al prójimo, actuando las obras de misericordia.
Subamos a Jerusalén con Jesús, vayamos y muramos con él para resucitar con él a una vida nueva.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
This entry passed through the Full-Text RSS service - if this is your content and you're reading it on someone else's site, please read the FAQ at http://ift.tt/jcXqJW.
Publicar un comentario