(SIC/RV) «La adoración en Espíritu y Verdad» fue el tema elegido por el Predicador de la Casa Pontificia durante su reflexión sobre la constitución Sacrosanctum Concilium que desarrolló a lo largo de cuatro puntos, a saber:
«El Concilio Vaticano II: un afluente, no el río»; «El lugar del Espíritu Santo en la liturgia»; «La adoración en el Espíritu» y «La oración de intercesión», que introdujo de la siguiente manera:
«En estas meditaciones de Cuaresma querría proseguir en las reflexiones sobre otros grandes documentos del Vaticano II, después de haber meditado en Adviento, sobre la Lumen Gentium. Creo mientras tanto que sea útil hacer una premisa. El Vaticano II es un afluente y no el río. En su famosa obra sobre ‘El desarrollo de la doctrina cristiana’, el beato cardenal Newman ha afirmado con fuerza que detener la tradición en un punto de su curso, incluso si fuera un Concilio ecuménico, sería volver muerta una tradición y no ‘una tradición viva’».
Al respecto, el Padre Cantalamessa afirmó que «la tradición es como una música». Y se preguntó: «¿Qué sería de una melodía si se detuviera en una nota, repitiéndola hasta el infinito?». «Sucede – respondió inmediatamente – con un disco que se arruina y sabemos que efecto produce».
Al recordar que San Juan XXIII quería que el Concilio fuera para la Iglesia como «un nuevo Pentecostés», el predicador destacó que tras el evento conciliar hubo un despertar del Espíritu Santo, quien dejó de ser «el desconocido» en la Trinidad, puesto que la Iglesia tomó mayor conciencia de su presencia y de su acción. Por esta razón, citó un pasaje de la homilía de la misa crismal del Jueves Santo de 2012 de Benedicto XVI, en el que el Papa emérito afirmaba:
«Quien mira a la historia de la época post-conciliar puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha asumido formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que vuelve casi tangible la vivacidad de la santa Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo».
Lo que – como explicó el Padre Cantalamessa – no significa que podemos descuidar los textos del Concilio o ir más allá de ellos; sino que significa releer el Concilio a la luz de sus mismos frutos; a la vez que señaló el hecho de que los concilios ecuménicos pueden tener efectos no entendidos en el momento por sus mismos participantes, tal como lo había indicado el mismo cardenal Newman a propósito del Vaticano I.
Del segundo punto de su reflexión, «El lugar del Espíritu Santo en la liturgia», el religiosos afirmó que se trata de una premisa general que se revela útil al abordar el tema de la liturgia en la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum concilium, de la que explicó:
«El texto nace de la necesidad, advertida desde hace tiempo y desde diversas partes, de una renovación de las formas y de los ritos de la liturgia católica. Desde este punto de vista, sus frutos han sido tantos, y muy benéficos para la Iglesia».
En cuanto a la adoración «en el Espíritu», el sacerdote señaló que el Espíritu no autoriza a inventar nuevas y arbitrarias formas de liturgia o a modificar por propia iniciativa las existentes, puesto que esta tarea corresponde a la jerarquía. Sin embargo, dijo, Él es el único que renueva y da vida a todas las expresiones de la liturgia. En otras palabras, el Espíritu no hace cosas nuevas, ¡hace nuevas las cosas!». Concepto que reforzó recodando lo que Pablo refiere de Jesús: «Es el Espíritu que da la vida» (Jn 6, 63; 2 Co 3, 6) y que se aplica en primer lugar – dijo – a la liturgia. De hecho añadió textualmente:
«El Apóstol exhortaba a sus fieles a rezar «en el Espíritu» (Ef 6, 18; cf. también Judas 20). ¿Qué significa rezar en el Espíritu? Significa permitir a Jesús continuar ejerciendo su propio oficio sacerdotal en su Cuerpo que es la Iglesia. La oración cristiana se convierte en prolongación en el Cuerpo de la oración de la cabeza.
Después de afirmar que el Espíritu Santo vivifica de forma particular la oración de adoración que es el corazón de toda oración litúrgica, cuya peculiaridad deriva del hecho que es el único sentimiento que podemos nutrir sólo y exclusivamente hacia las personas divinas, el Padre Cantalamessa recordó que esto es lo que distingue el culto reservado, por ejemplo, a la Santa Virgen; puesto que «nosotros – dijo – veneramos a la Virgen, no la adoramos, contrariamente a lo que algunos piensan de los católicos». Y explicó:
«La adoración cristiana es también la trinitaria. Lo es en su desarrollo, porque es adoración dirigida ‘al Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo’ y lo es en su término, porque es adoración hecha, juntos ‘al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo’».
Además, al comentar un pasaje de san Basilio, recordó cuanto él mismo escribe, cuando se pregunta: «¿Cuál es hoy, para nosotros los cristianos, esa cavidad, ese lugar en el que podemos refugiarnos para contemplar y adorar a Dios?». A lo que el santo erudito responde: «¡Es el Espíritu Santo!». A la vez que se interroga diciendo: «¿De quién lo sabemos?». Y responde: «Por el mismo Jesús que dijo: ¡Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y verdad!».
Al referirse al último punto, el de la oración de intercesión, el P. Cantalamessa explicó que junto a la adoración, un componente esencial de la oración litúrgica es la intercesión. Puesto que en toda su oración, la Iglesia no hace más que interceder: por ella y por el mundo, por los justos y por los pecadores, por los vivos y por los muertos. Y también – afirmó – ésta es una oración que el Espíritu Santo quiere animar y confirmar. Tal como san Pablo escribe:
«El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Rm 8, 26-27).
El Espíritu Santo intercede por nosotros y nos enseña a interceder, a su vez, por los demás, dijo el Predicador de la Casa Pontificia al concluir esta Primera Predicación de Cuaresma, invitando a proclamar juntos el texto que refleja mejor el lugar del Espíritu Santo y la orientación trinitaria de la liturgia, o sea la doxología final del canon romano:
«Por Cristo, con Cristo y en Cristo, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, cada honor y cada gloria por los siglos de los siglos, Amén».
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