La próxima semana es el carnaval. Según una teoría, el origen de la palabra «carnaval» proviene del latín carne vale, es decir, «adiós a la carne», porque al día siguiente comienza la Cuaresma, un tiempo en el que los cristianos se abstienen de comer carne como penitencia. Por lo tanto, al decir adiós a la carne el martes antes del Miércoles de Ceniza, se organizaba una buena comida, comiendo carne evidentemente. Todo esto, que sólo puede explicarse en un ambiente cristiano, dio lugar a una fiesta nada cristiana. Se ve como lo sagrado y lo profano están muy cerca y lo segundo puede contaminar lo primero. Es lo mismo que sucede hoy en día con las fiestas religiosas, cuando lo profano que ha nacido en torno a lo sagrado termina ahogándolo y contaminándolo. Esto ocurre hasta en la Navidad y en las fiestas de los patronos de ciudades y pueblos. Lo accesorio toma el lugar de lo principal, que queda dañado, olvidado y profanado.
El carnaval podría considerarse una fiesta pintoresca de divertidas marchas y desfiles de disfraces, un festejo popular, un juego callejero, una celebración casi inocente o una diversión hasta cierto punto sana, en la que la gente expresa su alegría. Por desgracia, también se ha convertido en una fiesta totalmente profana y nada edificante, donde campan a sus anchas la desvergüenza, las orgías y las fiestas mundanas, repletas de libertinaje, donde se piensa que todo está permitido y donde la inmoralidad se ve favorecida incluso por las autoridades, que sólo se preocupan de la salud física y no de la moral.
La gran fiesta cristiana es la Pascua, precedida inmediatamente por la Semana Santa, para la cual nos preparamos con la Cuaresma, que comienza el Miércoles de Ceniza en señal de penitencia. Por lo tanto, es la fecha de la Pascua la que determina la fecha del carnaval anterior al Miércoles de Ceniza, que siempre se celebra 47 días antes de la Pascua.
Debido al libertinaje que se produce en estos días de jolgorio, muchos cristianos prefieren retirarse de la agitación y dedicarse al recogimiento y la oración. Es lo que se llama «retiro de carnaval», una práctica muy recomendable para aquellos que desean alejarse del ruido y reflexionar sobre lo único necesario: la salvación eterna. Es el momento de pensar en Dios, en la propia alma, en la misión de cada uno y en la necesidad de estar a bien con Dios y con la propia conciencia. «El ruido no hace bien y el bien no hace ruido», dijo San Francisco de Sales.
Ya nos lo advirtió San Pablo: «No os conforméis a este mundo» (Rm 12,2); «Os lo he dicho muchas veces y ahora os lo repito, con lágrimas en los ojos: hay muchos por ahí que se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la destrucción, su dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. Sólo se preocupan de las cosas de este mundo» (Flp 3, 18-19); «Los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen, porque la representación de este mundo se termina» (1 Co 7, 31).
Pasemos, por lo tanto, este tiempo en la tranquilidad del hogar, en algún lugar más tranquilo o, mejor aún, participando en un retiro espiritual. ¡Que sea un tiempo de descanso y recogimiento para todos!
Dom Fernando Arêas Rifan, obispo de la Administración Apostólica San Juan María Vianney
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