Spelunca latronum…

Spelunca latronum…

Así llama el Redentor Divino a la congregación de sepulcros blanqueados que profanan el templo con sus negocios: Cueva de ladrones (Mt 21, 13).

Cualquier espíritu humano que no haya cedido a la barbarie desvergonzada que nos acecha como una plaga repararía en la acción canallesca que se ha producido en la catedral de Toledo, Primada de España. El mínimo sentido del honor y del respeto le llevaría a levantar la voz contra tamaña infamia. Cobraría mayor consternación y asombro al saber que fue la clerigalla la premeditadamente permisora. Cualquier cristiano, sin embargo, que no haya prostituido su primitiva fe con otros dioses, vería despertar su celo por la casa de Dios a imitación del Señor a quien sirve: el celo de tu casa me devora (Jn 2, 17) y ya no sería aquella afrenta reputada meramente como propia de canallas o de infames, sino que, a la vez que se vería movido a la más justa y tierna reparación a Dios por la ofensa cometida, implorando el perdón de los profanadores, tendría a los tales por satélites del Anticristo, pues de guardianes del Templo han venido en bandidos que horadan sus muros santos.

San Juan nos advierte: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros (1 Jn 2, 19). Podrían haber pasado por necios imprudentes que al perderse entre los jardines de Dafne no vigilaron la puerta. «Perdón, Señor... porque me embriagué de amores... y mientras el ladrón entró»... y Dios perdonaría, pues el amor cubre la multitud de los pecados (1 Pe 4, 8). Pero no... tuvieron que descubrirse, tuvieron que pronunciarse, tuvieron que justificarse. Disculpas a los hombres por si el becerro molesta... pero la estatuilla de oro siguió en su sitio porque, al fin y al cabo, ayuda al diálogo con Egipto.

No fueron sólo gritos de orgía y de lascivia lo que se escuchó en el Templo, sino que usaron el Arca Santa como lupanar de su fornicación:

«Quiero hacerle religión a tu melena, a tu boca y a tu cara
Y que me perdone la Virgen de la Almudena
las cosas que hago en tu cama»

Delicado diálogo... que produce conversiones. De ateo a «ahora creo». Lo que no dice, porque no hace falta, es en quien cree. Los del abrazo fraternal también creen y se bautizan, tienen catecismo y cátedra, se llaman hermanos y tienen una madre viuda.

No sabemos si Judas está en el infierno, pero lo que hizo es digno de la oscuridad sempiterna. Tampoco sabemos si está ya El Ánomos (Pío X pensó que pudiera ser ya su tiempo por los lacayos que tenía dentro de la Iglesia... y ha pasado un siglo), pero sus ministros le preparan su trono. Ésta es su hora, la hora de la apostasía. Hay que elegir bando.

Aarón se salvó porque entre Dathan y Moisés eligió a su hermano, arrepentido, sin tapujos, de su traición.

«¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (San Juan de la Cruz)

Con profundo dolor de corazón y sin ningún regocijo para el alma, me he visto en la obliglación moral de escribir estas líneas.

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