Exposición del padre Christian Viña, en el Congreso Internacional Garciano.
Fiesta de Nuestra Señora de la Merced, viernes 24 de septiembre de 2021
Le doy gracias a Dios por poder participar en este Congreso virtual sobre Gabriel García Moreno, en el Bicentenario de su nacimiento. Aprendimos a conocer y valorar grandemente su figura, en nuestra Argentina, gracias al libro y a las conferencias sobre su vida y obra de nuestro compatriota, el hoy casi nonagenario padre Alfredo Sáenz, SJ. Les agradezco también, desde el Señor, a los organizadores de este encuentro por el detalle de invitarme. Desde niño, desde mis tiempos de escolar, merced a los buenos sacerdotes que tuve como educadores, me interesé siempre por saber más y mejor sobre Ecuador. Mis formadores me despertaron aquella inquietud; alimentada por el hondo catolicismo del país, la riqueza de su historia, los desafíos de su geografía, y la particularidad de ser atravesado por la línea que lleva su nombre, y distingue al mundo entre el Hemisferio Norte y el Hemisferio Sur. Dije distingue, y no divide; pues las divisiones que sufre nuestro planeta surgen del corazón del hombre (cf. Mt 15, 19), y no de líneas imaginarias de la cartografía… Espero poder visitar vuestra amada Nación, entonces, si el Señor lo permite, en algún momento; con o sin plandemia…
Se me solicitó hablar de la devoción mariana de nuestro héroe y mártir. Destaca el padre Sáenz, en su libro, que al morir su padre, Gabriel García Gómez, español, nacido en Castilla la Vieja, su madre, Mercedes Moreno, encomendó la educación de su hijo al padre Betancourt, religioso del convento de la Merced. El Padre accedió gustoso, pero poco después, como en Guayaquil no había colegios secundarios ni Universidad, creyó que sería oportuno mandarlo a Quito, donde podrían hospedarle dos hermanas del religioso que residían en dicha ciudad (Alfredo Sáenz, SJ. Biografía de Gabriel García Moreno. Quito. 1990). Aquel adolescente, que junto a sus siete hermanos –fue el más pequeño de ocho hijos-, su padre y su madre Mercedes, mostró desde niño un profundo amor a la Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, emprendía una nueva y decisiva etapa de su vida bajo la maternal protección de Nuestra Señora. En 1836, se despidió Gabriel de su madre y de sus hermanos –destaca en la obra citada el padre Sáenz-, y acompañado por unos arrieros, emprendió a caballo el camino, un camino largo, abrupto y peligroso, particularmente para un chico de 15 años. Largos, abruptos y peligrosos serían todos los caminos de su vida, hasta la hora sublime del martirio. Siempre contó, especialmente en las tribulaciones, con la guía segura de la Estrella de la Mañana...
Liberadora, también, en Ecuador
El 10 de agosto de 1218, por pedido de la Virgen María, San Pedro Nolasco fundó la Orden de la Merced, para la redención de los cautivos; especialmente de quienes estaban sometidos por los musulmanes. Sus miembros, además de los votos de castidad, pobreza y obediencia, harían un cuarto voto: dedicar su vida a liberar esclavos, y quedarse en lugar de un cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, cuando no existiere suficiente dinero para lograr su liberación. Cuatro siglos más tarde, en 1696, el Papa Inocencio XII, fijó el 24 de septiembre como fiesta de la Virgen de la Merced, en toda la Iglesia. Con la llegada de los frailes mercedarios a nuestra América, dicha advocación se propagó notablemente en Ecuador, República Dominicana, Perú, y Argentina, entre otros países.
Cuando arribaron los españoles a Ecuador, en 1527, encontraron en la Isla de Plata, una imagen femenina que los nativos tenían como ídolo. A ella le ofrecían, en sus enfermedades, ex votos de plata de sus miembros enfermos; de ahí la denominación de la Isla. Los mercedarios que desembarcaron allí vieron en ella una imagen de María; la consagraron como Nuestra Madre de la Merced, y la trasladaron a Quito. De piedra, y labrada con particular belleza, se desconocen autor, fecha y lugar de su realización. Hoy está en el altar mayor de la Basílica de la Merced, de Quito; y es la imagen más célebre de todo el país. Por su especial protección ante fenómenos naturales, se la conoce también como Virgen del terremoto, y Virgen del Volcán. Siempre el amado pueblo ecuatoriano tuvo un acendrado amor y honda devoción por la Virgen; sea en los tiempos de la colonia, como en los días de la independencia, en los conflictos armados en defensa de su soberanía, y frente a terremotos y otras desgracias públicas. Como ocurre en toda Iberoamérica, María Santísima es la segura protectora de sus hijos; especialmente de los más indefensos, atacados hoy más que nunca por las sectas anticristianas, y por lo tanto antihumanas.
La joven nación iberoamericana reconoce la maternal intercesión de la Virgen de la Merced, en la Batalla de Pichincha, en 1822; decisiva en el camino independentista. El propio general Antonio José de Sucre recurrió a su amparo; y, tras la victoria, le entregó su espada. Ese acontecimiento, ocurrido cuando García Moreno era bebé, dejó su impronta en su familia. Su amor a la Santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, fue claro y contundente. De cualquier modo, seguro de que se trata de la mismísima Madre de Dios pero bajo distintos títulos, acudió a Ella, también, bajo otras denominaciones. Registramos, pues, estos hitos en su devoción mariana:
- El 27 de marzo de 1848, al recibirse de abogado, García Moreno juró defender la Inmaculada Concepción de María Santísima. Recordemos que, seis años después, el entonces Papa, hoy Beato Pío IX, el 8 de Diciembre de 1854, declaró solemnemente dicho dogma.
- El 24 de Septiembre de 1860, invocando a Nuestra Señora de las Mercedes, en el día de su fiesta, triunfó García Moreno en Guayaquil contra los peruanos, y otros connacionales que se sumaron a ellos. La Convención Nacional de 1861, luego de la extraordinaria victoria, declaró a la Santísima Virgen de la Merced, Patrona y Protectora del Ecuador. Y el propio García Moreno dispuso que fuera fiesta cívica la de la enunciada advocación. Cuando los liberales y masones, envalentonados, regresaron al poder, a través de una ley impía que provocó el fuerte rechazo de los católicos, el 23 de octubre de 1900, derogaron los decretos legislativos: el primero que declara Patrona de la República a la Virgen María; el segundo que consagra la misma al Sacratísimo Corazón de Jesús, y el tercero que acuerda la erección de una estatua de bronce de la Santísima Virgen en el Panecillo de Quito. Una vez más la revancha sectaria expresaba todo su odio hacia la única y verdadera religión fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
- El 30 de diciembre de 1863, invocando a Nuestra Señora del Quinche, Patrona de Ecuador, García Moreno salvó la frontera ecuatoriana del norte, con el Tratado Diplomático de Pinsaquí.
- El 27 de septiembre de 1868, inauguró la población por él fundada con el nombre de Santa María de la Esperanza, en la provincia de Imbabura.
- El 8 de Diciembre de 1874, veinte años después de proclamado el dogma de la Inmaculada, puso el nombre de Tacsonia Mariae a una preciosa flor, en honor a la Virgen María.
- Fue el socio fundador de la Congregación Mariana de Artesanos de Quito, dirigida por los jesuitas. Y tuvo, también, particular devoción por Nuestra Señora de la Silla; ante cuya imagen dirigía el rezo del Santo Rosario, en familia.
- El 6 de Agosto (Fiesta de la Transfiguración del Señor) de 1875, expiró junto al altar de Nuestra Señora de los Dolores, en la Catedral de Quito.
- Soldado de María
- Sin dudas, el 24 de Septiembre de 1860, la maternal intercesión de la Virgen de la Merced fue clarísima para todo Ecuador. Con su auxilio, García Moreno triunfó sobre el ejército peruano, en la Batalla de Guayaquil. Por ello, la Convención Nacional, en 1861 la reconoció a la Virgen de la Merced como Patrona y Protectora de la República. En los considerandos de la resolución se destaca: Que el triunfo de la causa nacional y restablecimiento de la tranquilidad de la República han sido efectos visibles de la protección y amparo de la Divina Providencia, mediante la poderosa intercesión de la Santísima Virgen María en su advocación de Merced, cuyo día será memorable entre nosotros por el completo triunfo que alcanzaron las armas de la Nación. Lenguaje ardiente, sin rebuscados términos políticamente correctos; que tanto echamos de menos hoy…
Obviamente, García Moreno, como católico fiel y bien formado, tuvo siempre bien en claro que todo lo que es María Santísima le viene de Cristo. Y que, lejos de ser excluyente, el verdadero culto a la Virgen, Madre Corredentora, nos lleva a amar y servir más y mejor a Jesucristo, Nuestro Único Redentor.
Providencialmente, en 1854, García Moreno conoció en París la petición que Jesús le había hecho dos siglos antes a Santa Margarita María de Alacoque: Consagrar Francia a su Sagrado Corazón. Veinte años después, ya como presidente, realizó la Solemne Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, el 25 de Marzo de 1874; constituyéndose, así, en el primer país del mundo, en realizarla. Al año siguiente, el 6 de agosto de 1875 –día en que la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor- caía brutalmente asesinado, por instigación de la masonería, en la Plaza Grande de Quito, al pie del Palacio Presidencial, y en diagonal al Monasterio de la Inmaculada Concepción. Sus célebres últimas palabras, hoy repetidas en el mundo entero fueron: ¡Dios no muere!… Tres siglos antes, en 1599, la Virgen del Buen Suceso, en su aparición a Sor Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa, Madre Abadesa del Convento de la Limpia Concepción de Quito, le dijo: En el siglo XIX vendrá un presidente cristiano, varón de carácter, a quien Dios, Nuestro Señor, le dará la palma del martirio en la plaza en donde está éste mi Convento. Él consagrará la República al Divino Corazón de mi Hijo Santísimo, y esta consagración sustentará la Religión Católica en los años posteriores, los cuales serán aciagos para la Iglesia. Fue, ni más ni menos, que nuestro héroe y mártir; nacido, para mayor gloria de Dios, el 24 de Diciembre de 1821, a horas de la Natividad del Señor; y asesinado, por odio a la fe, el 6 de Agosto de 1875, fiesta de la Transfiguración del Señor.
Nuestro gran apóstol de la Inmaculada Concepción fue definido por el Beato Papa Pío IX -quien proclamó oficialmente dicho dogma-, como «una víctima de la Fe y de la Caridad Cristiana para su amado país». Esas palabras se incluyen en la oración aprobada por el Cardenal Carlos María de la Torre, Arzobispo de Quito, el 21 de enero de 1958; para pedir «la canonización de este gobernante ejemplar, para que los hombres poderosos surjan en obras y palabras para la causa de la misma fe y de nuestro amado país».
Modelo de fe y civismo para Iberoamérica
Gabriel García Moreno, estadista ejemplar, y sobre todo católico íntegro, constituye un auténtico modelo de fe y civismo para Iberoamérica. Y forma parte de esa estirpe de creyentes firmes y coherentes hasta el fin, como Santo Tomás Moro, también mártir; a quien hoy se lo considera como patrono de los gobernantes. ¡Cómo se echa de menos, en nuestra región, y en el mundo entero, hombres públicos de esa talla!
Las mismas manos sectarias, anticristianas y antihumanas que terminaron con la vida de García Moreno –mejor dicho, que le abrieron la puerta de la Vida Eterna- hoy siguen manejando, entre las sombras, las estructuras políticas e institucionales de nuestras naciones. Y se encuentran, por caso, detrás del narco-porno-liberal-socialismo del siglo XXI; del Foro de San Pablo (ahora llamado Grupo de Puebla), y de otras asociaciones, y entidades oficiales, al servicio del globalismo materialista, ateo y anticristiano.
Más que nunca, entonces, debemos recurrir al auxilio de Nuestra Señora de la Merced –como lo hizo, con fervor, toda su vida, García Moreno- para que nos libere de tantas esclavitudes; hábilmente disfrazadas de libertades. El odio anticristiano se extiende aquí y allá. De hecho, en dos milenios de cristianismo, se calcula que 70 millones de cristianos han sido asesinados por su fe. De ellos, 45 millones y medio (65%) fueron mártires en el siglo XX; según reveló Antonio Socci, en su libro «Los nuevos perseguidos». En buena medida, el martirio de García Moreno, en las postrimerías del siglo XIX, abrió las puertas a tanta sangre derramada por fidelidad a Cristo, y su amadísima Iglesia.
De hecho, pocas décadas después, en nuestro amado México, los mismos que estuvieron detrás del crimen de García Moreno, desataron la feroz persecución contra los católicos; que dio lugar a la epopeya Cristera. A ellos nos encomendamos, también hoy, para que intercedan por la causa de canonización de nuestro amado héroe y mártir. Y que Nuestra Señora de la Merced rompa todas las cadenas que nos impiden conocer, amar y anunciar la Verdad (Jn 8, 32). ¡Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!
P. Christian Viña, sacerdote
Publicar un comentario