Manuel Acosta Elías es licenciado en Geografía e Historia, máster en literaturas hispánicas, doctor en filología hispánica y tiene nivel superior de catalán, nivel D. Es diputado de Vox en el Parlamento de Cataluña. En esta entrevista, como experto en estudios medievalistas, analiza con objetividad las características esenciales de la sociedad medieval.
¿Por qué decidió especializarse en estudios medievalistas? ¿Qué es lo que más le atrajo de este período?
La inquietud por la historia, su atracción, me interpela desde niño. El punto de inflexión, sin duda, para decidirme a estudiar la carrera de Historia radica en el influjo de Jesús Fernández, un excelente profesor que me encandiló con su maravillosa forma de explicar la Historia en el colegio, en la que combinaba elocuencia y pedagogía.
¿Por qué me decidí a estudiar la Edad Media? Mi carácter inconformista me impulsó a reflexionar sobre el menosprecio, el denuesto constante del Medievo por parte de los agentes del pensamiento único o de lo políticamente correcto (escritores, cineastas, comunicadores o políticos). Al estudiar rigurosamente la época medieval hallé todo un magnífico acervo civilizador que cimentó una sociedad altamente avanzada como fue la medieval.
Una época que fue sin duda el gran esplendor de la cristiandad.
Como en cualquier época de la humanidad, se conjugaron luces y sombras. La Iglesia, no ajena a la sociedad ya que es una institución conformada por hombres, también se vio afectada por momentos de esplendor y de regresión en su misión de salvación de las almas. No obstante, la sociedad medieval estaba fundamentada en Cristo: los gobernantes, las instituciones, las leyes, las costumbres, el arte y la economía respetaban los principios universales de la Iglesia Católica.
¿Por qué nos la presentan como una época bárbara y oscura?
La visión peyorativa de la época medieval fue una obra de ingeniería social, una calumnia -un fake, diríamos hoy- urdida por la Ilustración, por el liberalismo relativista promotor de la Revolución Francesa, con la intención de denostar y destruir la sociedad medieval de base cristocéntrica, fundamentada en la Ley Natural, en la existencia de verdades absolutas.
¿Cómo se puede refutar esta leyenda negra sobre la etapa más esplendorosa de la cristiandad?
Estudiando la historia, sin apriorismos, con espíritu crítico. De este modo descubriremos personajes protagonistas en la difusión de esta patraña liberal como Washingtown Irwing, quien en su novela La vida y viajes de Cristóbal Colón propagaba en 1828 que durante la Edad Media el retraso intelectual y científico era de tal envergadura que, por ejemplo, se creía que la Tierra era plana. No obstante, lo cierto es que en la Edad Media se sabía perfectamente que la Tierra era redonda: Tolomeo en el siglo II, Sisebuto y el Venerable Beda en el VII, Ahmad al-Farghani en el IX, Francis Bacon y Tomás de Aquino en el XIII, entre otros, lo demostraron científicamente.
¿Cuál es el principal legado de esta época que nos ha llegado hasta nuestros días?
La Verdad, la Belleza y el Bien. Es decir, los sólidos cimientos necesarios para construir una civilización capaz de ofrecer a las personas el bienestar común en plenitud, tanto material como espiritual.
Lamentablemente, nuestra actual sociedad está substituyendo la roca firme por arena. Por eso el edificio se desvanece a pasos agigantados por el hedonismo, el materialismo, la hipersexualización, las pasiones desordenadas, la subversión de la naturaleza humana…
La Iglesia tuvo un papel decisivo en la creación de las Universidades. ¿Por qué no se resalta?
Efectivamente, la institución destinada específicamente a crear la ciencia y a difundir la cultura superior, la Universidad, nació en la Cristiandad medieval al albur de los colegios catedralicios, alcanzando reconocimiento público inmediatamente. Inicialmente se la denominó studium generale, al impartir las siete artes liberales en general y como consideración a su carácter de corporación de maestros y alumnos. Sin embargo, en el contexto europeo medieval, la denominación universidad se fue imponiendo debido a su espíritu universalista, supranacional, ya que maestros y estudiantes circulaban libremente por las universidades europeas teniendo en cuenta el prestigio de la entidad, así como sus propios intereses y posibilidades.
Para los que pretenden construir, desde hace tres siglos, una sociedad de espaldas a Dios, resulta muy incómodo reconocer que la ciencia y la cultura avanzaron gracias al mecenazgo e impulso de la Iglesia Católica.
Igualmente tampoco se habla de la labor de la Iglesia en la conservación y difusión de la cultura clásica.
Tras la caída de Roma, Europa entró en una profunda crisis: la creciente inseguridad individual, social, jurídica y económica provocó la decadencia de la vida cultural.
Gracias a una iniciativa privada, al monacato cristiano organizado desde el siglo VI por San Benito en Monte Casino, han llegado hasta nuestros días las obras de los clásicos de la antigüedad grecolatina, sin los cuales Europa no hubiera adquirido el alto nivel cultural, intelectual, científico y tecnológico que le ha caracterizado. La ingente labor de los monjes en los scriptorium monacales, movidos por la firme voluntad de civilizar el mundo como consecuencia del imperativo de amar al prójimo, hizo posible la preservación del legado clásico grecorromano.
¿Cuáles eran las principales características de una sociedad teocéntrica como la medieval?
Es importante no caer en una interpretación presentista para contestar esta pregunta. Es decir, no podemos estudiar y valorar otra época histórica con criterios actuales, sino con los que configuraban su universo conceptual.
Así pues, todos los hombres que componían aquella sociedad anhelaban alcanzar el bien común en su más amplia acepción: el bien material (vida material e intelectual digna) y el bien espiritual (la salvación del alma). La estructura de la sociedad, admitida unánimemente, era estamental: los nobles tenían la obligación de defender, con su propia vida si fuese necesario, la integridad física de las personas, su bienestar material; el clero debía entregar su vida rezando y atendiendo espiritualmente a los hombres para que pudieran alcanzar la salvación de su alma; el pueblo trabajaba para conseguir su sustento y progreso, además de mantener con su trabajo a nobles y clérigos que entregaban la vida en pos de la salvación del pueblo. Asimismo, el rey ostentaba la máxima responsabilidad de este equilibrio social.
Sin embargo, esta explicación sería insuficiente si no tuviéramos presente que todos los súbditos, incluido el rey, estaban sometidos a la Ley Natural, a los Diez Mandamientos y al derecho positivo de cada reino. Cualquiera que incumpliera los preceptos recogidos en la Ley Natural y la ley positiva incurría en una injusticia, perdía su autoridad y podía ser juzgado por atentar al bien común.
¿Hasta qué punto el catolicismo impregnaba todo el orden temporal?
Como he indicado anteriormente, los principios universales de la Iglesia Católica vertebraban las leyes de la Cristiandad, redundando en beneficio de las personas, ya que los Mandamientos se resumen en el amor a Dios y al prójimo. Un claro ejemplo lo podemos encontrar en el movimiento de Paz y Tregua, impulsado por el Abad Oliva a principios del siglo XI y con el respaldo del papa Gregorio VIII, que protegía a los ciudadanos inermes en época de guerra. Nos encontramos con la primera concreción del derecho internacional que, posteriormente en el siglo XVI, desarrolló profusamente el dominico Francisco de Vitoria y toda la Escuela de Salamanca.
Esto no quiere decir que la sociedad medieval fuera el paraíso en la tierra, exenta de pecados e injusticias. La diferencia entre aquella época y la nuestra actual estriba en que nadie, ni el gobernante medieval ni el súbdito, justificaba según su conveniencia el pecado -y sus consecuencias sociales- cuando lo cometía, mientras que hoy las personas se hacen una religión a la carta.
¿Por qué empezó a decaer la Edad Media?
El Renacimiento, impulsando un laudable fomento del desarrollo intelectual, artístico y cultural, sobredimensionó al hombre y transformó la sociedad teocéntrica en antropocéntrica. Esta nueva sociedad, en la que el sustrato cristiano aún se mantenía vigoroso, preparó el terreno para el advenimiento de la Edad Moderna, inoculando la posibilidad de relativizar valores absolutos, convirtiendo paulatinamente al hombre en juez, sin necesidad de rendir cuentas a ningún superior, en todos los ámbitos de la persona y de la sociedad.
Así pues, como Adán y Eva, hombres perfectos poseedores de los dones preternaturales, llevados por la soberbia cayeron en la trampa de ser como Dios, el hombre del Renacimiento empezó a flirtear con ese mismo pecado capital.
¿Cuál fue el momento de ruptura de esta sociedad teocéntrica?
Todo un cúmulo de circunstancias (herejías como el pelagianismo, las teorías heréticas de Wyclif, Hus…) es imposible concretarlo en un hecho determinado. Pero si queremos fijar una fecha, mi opinión sería la de 1517, año en que Lutero cuelga en la iglesia de Todos los santos de Witemberg las 95 tesis, un alegato en contra de la autoridad del papa con la excusa de la expedición de bulas.
¿Cree que en el futuro podrá haber un periodo similar de esplendor de la cristiandad?
Sin duda alguna. El Sagrado Corazón de Jesús, el 14 de mayo de 1733, se apareció al Beato Bernardo de Hoyos para decirle: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”. Pero Dios, que no nos necesita para instaurar su reino, quiere que nos esforcemos en conseguirlo mediante la oración y la acción. A Dios rogando y con el mazo dando.
Por Javier Navascués
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