El aborto en la Universidad Jesuita de Georgetown, una vuelta al pasado

Como miembro de la Compañía de Jesús, fue vergonzoso. Como miembro de la Compañía de Jesús, fue, como mínimo, lamentable Estaba justo ahí delante, en todos los documentos: la vida era barata, muy barata, en una de las primeras instituciones establecidas por los jesuitas en los Estados Unidos. Allí, en las noticias de la noche y en la primera página del periódico, supimos como algunos, en una de las escuelas jesuitas, habían hecho negocio comprando y vendiendo seres humanos. Se informó de cómo algunos se habían beneficiado al manifestar que una persona que podría parecer diferente de aquellos que eran blancos y ricos, no tenían derecho a vivir ni tratados con dignidad.

Fue un momento terrible y algo interno me impulsaba a pedir perdón a todos esos buenos padres católicos, a todos esos buenos padres cristianos, a todos esos buenos padres musulmanes, a todos esos padres de buena voluntad que confían sus hijos a los colegios jesuitas.

¿De qué estoy hablando? Tenemos que retroceder a 1838, cuando algunos de los primeros jesuitas de Georgetown vendieron unos esclavos para conseguir fondos para mantener la universidad. Entonces, nuestros superiores en Roma insistieron, primero, que para vender a los esclavos había que vender a las familias completas para que permaneciesen intactas, y siempre con destino a lugares en los que pudieran seguir recibiendo los sacramentos. Esto es suficientemente vergonzoso. Es tremendamente triste. Por tanto, necesita que se pida perdón por ello. De acuerdo con esta necesidad, se ha formado un equipo con la misión de encontrar a los descendientes de estos pobres afro-americanos, y ofrecerles su escolarización becada en la Universidad de Georgetown, la más antigua universidad católica en los Estados Unidos, Washington, Distrito de Columbia.

Esta situación es muy triste, pero sin embargo, voy a referirme a un acto muy reciente, celebrado en la universidad de Georgetown en relación con una nueva forma de vender vidas humanas. Me estoy lamentando de esta nueva forma de olvidarnos de aquellos a los que consideramos un inconveniente porque ponen en riesgo nuestra forma de vida.

El mes pasado, la presidenta de Planned Parenthood, Cecilia Richards, fue invitada a la universidad de Georgetown para dar una charla, sin posible oposición, referida a la imperdonable necesidad de destruir la vida humana por nacer. El Fondo para las Conferencias de la Universidad defendió la invitación en aras de la «libertad de expresión». Pienso que no debemos sorprendernos, porque esto viene de un conocido grupo del campus que también invitó al famoso pornógrafo Larry Flint, para hablar sobre los derechos de la Primera Enmienda en la Universidad el 15 de Mayo de 1999 (el mismo Larry Flint que publica revistas como Hustler Magazine, calificada como XXX en relación con el sexo y la pornografía).

Aquí está en juego, no solamente la naturaleza de la educación jesuita y católica, sino también el hecho de cómo preparamos a nuestros jóvenes para que entiendan qué significa «libertad» y el derecho inalienable de cada uno de nosotros de defender la vida más vulnerable, confiada a la familia humana. Los americanos aceptan con toda facilidad el «mantra» de que cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo. Quizás. Pero, desde el preciso momento en que una mujer queda embarazada, ya no se puede hablar de su propio cuerpo sin más, sino también del cuerpo del niño por nacer que está desarrollándose dentro del seno de la mujer. Ella, ahora, comparte su vida con otro, para siempre.

El aborto mata, divide, y yo nunca me he encontrado a ninguna mujer que estuviera verdaderamente agradecida a la clínica o a la persona que causó el aborto de su hijo no nacido.

Cuando la lucrativa industria de Planned Parenthood fue amenazada por la venta de procedimientos y abortivos que causaban la destrucción de la vida humana inocente por nacer, otra decisión del Tribunal Supremo, esta vez en 1992, falló a favor de Planned Parenthood, argumentando lo siguiente:

«Estos temas que se refieren a las elecciones más íntimas y personales que una persona puede llegar a hacer en su vida, elecciones fundamentales de la autonomía y dignidad personales, son el fundamento de la libertad protegida por la Décimo Cuarta Enmienda. El corazón de la libertad es el derecho a definir el propio concepto de existencia, de sentido, del universo, y del misterio de la vida humana. Creencias sobre estos temas no pueden definir los atributos de la personalidad si están formados por una obligación del Estado» (Planned Parenthood del Sur de Pensilvania contra Casey, 1992; 505 U.S. 833, 852).

Quinientos años antes de Cristo, el filósofo griego Heráclito, se hizo famoso por enseñar que un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río. Siguiendo esta forma de pensamiento, todo está en tan continuo cambio, que nada tiene naturaleza estable, ni objetivo ninguno para ello. Mientras esto permanece como una posible corriente submarina en las escuelas filosóficas a través de los siglos, la inestabilidad heracliana reaparece en una forma mucho más perniciosa en el existencialismo moderno. Pensadores como Sartre y Camus, prepararon el camino para el caso Planned Parenthood versus Casey argumentando que la «existencia precede a la esencia», en el sentido de que cada uno, ahora, es forzado a crear el propósito de su vida. Ahora, es el agente humano es el que decide si su vida tendrá algún objetivo, algún significado.

Hoy estamos en disposición de crear nuestro propio mundo, y nuestra propia comprensión de quién tiene derecho a vivir o no, en nuestras fantasías prefabricadas. Actualmente, cualquier razonamiento con sentido común, el preocuparse por los demás, cualquier clase de convergencia o comunión personal, se convierte en una amenaza hacia mi propia manera de querer ser yo mismo. Las ideas, importan realmente. Pueden llevar su tiempo pero de los pensamientos nacen las acciones y de estas los destinos.

La doctrina social católica nos enseña que somos criaturas para la comunión: “… el hombre, única criatura sobre la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (CVII, “Gaudium et spes”, 24). Estamos engañando a nuestros alumnos cuando no les enseñamos que su verdadera personalidad descansa en el corazón del otro; que la verdadera excelencia humana empieza cuando yo comienzo a ver mi propia personalidad en el otro. Este es el punto central de la Encarnación: Dios escogió habitar como una de sus propias criaturas. En Cristo Jesús, desde entonces se encuentran todas las criaturas, y cualquier cosa que hacemos por la más pequeña de ellas, se lo estamos haciendo a Cristo mismo (Mt 25).

Con mayor o menor frecuencia, la historia de la especie humana ha sido una historia de lucha y conquista. Cuando Dios mismo llegó a su propia creación en la persona de Cristo, se suponía el final de esa lucha.

Pero, la Víctima pende de la Cruz, una vez más, solicitando a todos esos con planes de destrucción y dominio que abandonen sus impulsos violentos, y vean en su lugar y en Cristo qué es lo que realmente buscan. Que vean que comerciar con vidas humanas, o venderlas o matarlas, no es el plan que Dios quiere para nosotros.

Esta es la razón por la que todos deberíamos recordar los titulares de los esclavos siendo vendidos y sus familias divididas –tanto peor cuando algunos de los mismos sacerdotes de Cristo estaban implicados. Nolo contendere (1).

Pero cuando en nuestros días los modernos comerciantes de esclavos son invitados a participar en un campus católico para manifestar su panegírico alentando el derecho de los fuertes a destruir a los débiles en el seno materno, y lo presentan como un asunto de estricta justicia, algo está yendo realmente mal.

Planned Parenthood es responsable de haber matado a 300.000 pequeñas vidas inocentes cada año en nuestro país. Cuando a los representantes de esta organización matarife se les da acceso a nuestros estudiantes, tenemos que preocuparnos: las almas de nuestros alumnos están en peligro y se produce un gran escándalo.

Aunque caritativamente todos debemos recordar el hecho de que nuestro enemigo principal y real no está hecho de carne y sangre (Efe 6, 12). Desde esta perspectiva, por tanto, yo rezo para que Cecilia Richards y sus socios –así como todos los que dirigen colegios católicos- se den cuenta de este hecho.

F. David Vicent Maconi, sj

Traducido por “Laudetur IesusChristus”, del equipo de traducción de InfoCatólica 

Publicado originalmente en Homiletic & Pastoral Review

(1) Tecnicismo procesal americano: no entro en el debate.

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