Se cumple un año del accidente catastrófico que asoló Beirut

(Asia News/InfoCatólica) Ya ha pasado un año desde la doble explosión en el puerto de Beirut, «una herida que sigue abierta» y los ciudadanos «esperan que se haga justicia, que se conozcan los nombres de los responsables de este incidente».

En diálogo con AsiaNews, el presidente de Cáritas Líbano, el P. Michel Abboud, describe con estas palabras «un panorama sumamente crítico». Lo es en «varios aspectos»: por un lado, está estrechamente vinculado «a la situación económica de la nación» y a la crisis política, social e institucional. «Es mucha la confusión que vemos», agrega el sacerdote, «porque cuando el poder judicial cita a los políticos o a los miembros de las instituciones para hacerles preguntas e interrogarlos, la mayoría de ellos se niega y esto no contribuye a crear un clima de confianza».

Después de 12 meses, explica el padre Abboud, constatamos que las mayores dificultades son de carácter «psicológico»: hay muchas familias «necesitadas de apoyo y en Cáritas nos movilizamos inmediatamente. Vemos mucha gente que viene por primera vez, para pedir ayuda para sus familias, para sus hijos. Antes del accidente «no era habitual recurrir al apoyo psicológico y la terapia pero en los meses posteriores a la explosión surgió una fuertísima necesidad de contar con estos recursos». «Nuestros expertos», prosigue, «están reforzando varios proyectos con la colaboración de médicos y personal sanitario. Además distribuimos alimentos, porque a raíz de los problemas económicos, muchas familias han quedado en una situación de indigencia».

La doble explosión es vista como la peor catástrofe en tiempos de paz, equivalente a un terremoto de 4,5 grados de magnitud. La devastación se refleja en las cifras: 214 víctimas, 6.500 heridos y 300.000 personas sin hogar. Unos 70.000 libaneses perdieron su empleo por causas relacionadas con la deflagración; 73.000 apartamentos sufrieron daños, 9.200 edificios, 163 escuelas y centros educativos se vieron afectados, así como 106 centros de salud, entre ellos seis hospitales y 20 clínicas. Hasta la fecha, no se ha dado con los responsables del hecho y tampoco hay imputados o condenados en la causa.

Los analistas y expertos describen el siniestro como una de las mayores explosiones no-nucleares de la historia: devastó gran parte del puerto y varias zonas de la capital. La versión oficial es que se produjo a raíz de un incendio en un almacén en el que se conservaba un importante stock de nitrato de amonio desde hacía al menos seis años. Pocas horas después del incidente, el gobernador de Beirut, Marwan Abboud, describió el hecho como una «situación apocalíptica».

La investigación no ha dado resultados significativos. En una nación donde los asesinatos políticos y los atentados de alto nivel quedan impunes, el temor de muchos es que no se llegue a nada. Varios miembros del gobierno, del parlamento y de los principales organismos de seguridad han evitado los interrogatorios amparándose en las llamadas cláusulas de inmunidad previstas en la Constitución.

«El puerto era una fuente económica primordial para el gobierno, un recurso para el país, y para muchas personas que trabajaban allí», sigue explicando el presidente de Cáritas. «Con la explosión, todo se detuvo. Numerosos proyectos y obras quedaron paralizados, muchas viviendas terminaron vacías, y muchos no quieren restaurar sus casas y volver a ellas porque sienten la precariedad de la situación. Otros abandonaron el Líbano. Tenemos que recuperar las certezas».

Frente a una emergencia que se prolonga en el tiempo, la organización benéfica católica está ampliando la distribución de alimentos, kits de higiene personal, imprescindibles en medio de la pandemia de Covid-19. También brinda financiación para la reconstrucción de viviendas. Además, provee atención médica para los pobres que no pueden ir a los hospitales -cada vez más saturados y con una crisis de existencias de medicamentos- o a las clínicas privadas cuyos precios son inasequibles para la gran mayoría. Hasta ahora, Cáritas ha colaborado «en la restauración de 1.500 viviendas, pero tenemos que continuar y para ello se necesitan recursos», dice el presidente de la organización.

En esta situación crítica, concluye el padre Abboud, «el valor de la fe ha surgido con más fuerza. Lo hemos perdido todo: casas, escuelas, familiares y bienes personales. Nos lo han quitado todo, pero no han conseguido quitarnos la fe, que sigue firme. No es la primera vez que el Líbano experimenta una crisis, hemos superado guerras y muertes, tenemos experiencia en el derramamiento de sangre y también vamos a superar esto».

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