(VIS) El Papa Francisco empezó el segundo discurso de su intensa visita con palabras de gratitud a Dios, que le concedió cumplir su anhelo de encontrarse allí, al presidente de Grecia, al Patriarca Bartolomé y al Arzobispo Jerónimo.
Tras manifestar su admiración por la generosidad de los habitantes de Lesbos, del pueblo griego, de otras naciones vecinas, de los voluntarios y asociaciones que se desviven en ayudar, el Obispo de Roma señaló que es comprensible la preocupación en Grecia y otros países de Europa, pero «no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números, son personas, con rostros, nombres, historias». Y que por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano, sometidos a vejaciones de verdugos infames.
Recordando la importancia de eliminar las causas de esta dramática realidad, más allá de salir al paso de la emergencia del momento, el Papa dijo una vez más que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. Hay que construir la paz, oponerse a la proliferación y tráfico de armas, dejar sin apoyo a los que impulsan odio y violencia.
En el campo de refugiados de Mória
El Obispo de Roma visitó poco después de mediodía, hora local, el Campo de Refugiados de Mória. El Pontífice llegó en un pequeño autobús –procedente del aeropuerto de Mitilene y distante 8 km– acompañado por el Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo, y por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé.
Tras los discursos que pronunciaron el Arzobispo y el Patriarca, el Santo Padre, antes de la Firma de la Declaración conjunta, saludó a los 2.500 prófugos que allí piden asilo.
Hablando a estos hermanos y hermanas en italiano, Francisco les manifestó ante todo su deseo de estar con ellos, para decirles que «no están solos», sabiendo que durante semanas y meses, han sufrido tanto, viéndose obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución por el bien de sus hijos y con la esperanza de construirse una nueva vida en este continente.
El Papa Bergoglio les dijo también que ha querido estar con ellos para llamar la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria, implorando al mismo tiempo, su solución. De ahí que el Pontífice les haya manifestado su esperanza de que «el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas», para que responda de un modo digno de nuestra humanidad común.
A pesar de haber puesto de manifiesto que la experiencia demuestra con qué facilidad se suelen ignorar los sufrimientos de los demás o, incluso, aprovecharse de su vulnerabilidad, el Santo Padre afirmó que estas crisis pueden despertar lo mejor del ser humano, tal como ellos mismos lo han comprobado con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a sus necesidades a pesar de sus propias dificultades, así como gracias a muchas personas de Europa y del mundo que han ido a ayudarlos.
De modo que el mensaje que Francisco ha querido dejarles ha sido: «¡No pierdan la esperanza!». Porque – como les dijo – el mayor don que podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento y una oración.
Y se despidió de estos «queridos hermanos y hermanas» con el deseo de que Dios los bendiga a todos y, de modo especial, a sus hijos, a los ancianos y a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. «Los abrazo a todos con afecto» – les dijo el Papa –, a la vez que invocó sobre ellos y sobre quienes los acompañan, «los dones divinos de fortaleza y paz».
Texto completo de la Declaración conjunta
Nosotros, el Papa Francisco, el Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Arzobispo de Atenas y de Toda Grecia Ieronymos, nos hemos encontrado en la isla griega de Lesbos para manifestar nuestra profunda preocupación por la situación trágica de los numerosos refugiados, emigrantes y demandantes de asilo, que han llegado a Europa huyendo de situaciones de conflicto y, en muchos casos, de amenazas diarias a su supervivencia. La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecución y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos fundamentales.
La tragedia de la emigración y del desplazamiento forzado afecta a millones de personas, y es fundamentalmente una crisis humanitaria, que requiere una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos. Desde Lesbos, nosotros hacemos un llamamiento a la comunidad internacional para que responda con valentía, afrontando esta crisis humanitaria masiva y sus causas subyacentes, a través de iniciativas diplomáticas, políticas y de beneficencia, como también a través de esfuerzos coordinados entre Oriente Medio y Europa.
Como responsables de nuestras respectivas Iglesias, estamos unidos en el deseo por la paz y en la disposición para promover la resolución de los conflictos a través del dialogo y la reconciliación. Mientras reconocemos los esfuerzos que ya han sido realizados para ayudar y auxiliar a los refugiados, los emigrantes y a los que buscan asilo, pedimos a todos los líderes políticos que empleen todos los medios para asegurar que las personas y las comunidades, incluidos los cristianos, permanezcan en su patria y gocen del derecho fundamental de vivir en paz y seguridad. Es necesario urgentemente un consenso internacional más amplio y un programa de asistencia para sostener el estado de derecho, para defender los derechos humanos fundamentales en esta situación que se ha hecho insostenible, para proteger las minorías, combatir la trata y el contrabando de personas, eliminar las rutas inseguras, como las que van a través del mar Egeo y de todo el Mediterráneo, y para impulsar procesos seguros de reasentamiento. De este modo podremos asistir a aquellas naciones que están involucradas directamente en auxiliar las necesidades de tantos hermanos y hermanas que sufren. Manifestamos particularmente nuestra solidaridad con el pueblo griego que, a pesar de sus propias dificultades económicas, ha respondido con generosidad a esta crisis.
Juntos imploramos firmemente por fin de la guerra y la violencia en Medio Oriente, una paz justa y duradera, así como el regreso digno de quienes fueron forzados a abandonar sus hogares. Pedimos a las comunidades religiosas que incrementen sus esfuerzos para recibir, asistir y proteger a los refugiados de todas las confesiones religiosas, y que los servicios de asistencia civil y religiosa trabajen para coordinar sus esfuerzos. Hasta que dure la situación de necesidad, pedimos a todos los países que extiendan el asilo temporal, ofrezcan el estado de refugiados a quienes son idóneos, incrementen las iniciativas de ayuda y trabajen con todos los hombres y mujeres de buena voluntad por un final rápido de los conflictos actuales.
Europa se enfrenta hoy a una de las más graves crisis humanitarias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para afrontar este desafío serio, hacemos un llamamiento a todos los discípulos de Cristo para que recuerden las palabras del Señor, con las que un día seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,35-36.40).
Por nuestra parte, siguiendo la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, decidimos con firmeza y con todo el corazón de intensificar nuestros esfuerzos para promover la unidad plena de todos los cristianos. Reiteramos nuestra convicción de que «la reconciliación (entre los cristianos) significa promover la justicia social en todos los pueblos y entre ellos… Juntos queremos contribuir a que los emigrantes, los refugiados y los demandantes de asilo se vean acogidos con dignidad en Europa» (Charta Oecumenica, 2001). Deseamos cumplir la misión de servicio de las Iglesias en el mundo, defendiendo los derechos fundamentales de los refugiados, de los que buscan asilo político y los emigrantes, como también de muchos marginados de nuestra sociedad.
Nuestro encuentro de hoy se propone contribuir a infundir ánimo y dar esperanza a quien busca refugio y a todos aquellos que los reciben y asisten. Nosotros instamos a la comunidad internacional para que la protección de vidas humanas sea una prioridad y que, a todos los niveles, se apoyen políticas de inclusión, que se extiendan a todas las comunidades religiosas. La situación terrible de quienes sufren por la crisis humanitaria actual, incluyendo a muchos de nuestros hermanos y hermanas cristianos, nos pide nuestra oración constante.
Lesbos, 16 de abril de 2016 - Ieronymos II - Francisco - Bartolomé I
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