Ushetu, Kahama, Tanzania, 11 de abril de 2016.
Hoy estuvimos en la parroquia de Kabuhima. Ha sido un día histórico para esa parroquia y para la diócesis en general. Recorrimos las cuatro horas que nos separan de ese extremo de la diócesis para asistir a la consagración de la nueva iglesia y del altar de esa parroquia, pero hoy mismo fue establecida como parroquia oficialmente, porque era una parroquia en preparación.
Fue una gran fiesta, realmente muy grande… no me lo imaginaba tan grande, aunque si me imaginaba que iba a haber mucha alegría y una ceremonia muy linda, y no estuve errado. La parroquia es del P. Salvatore de quien les he contado de otras cónicas. Este padre es oriundo de Italia, mas precisamente de la diócesis de Catania, y es del clero diocesano, y con un gran espíritu misionero, ha llegado hace catorce años a esta diócesis y se ha quedado.Resumo brevemente su historia en ese lugar donde estuvimos hoy. Cuando llegó, allá por el año 2002, comenzó a celebrar misa en una capilla de troncos y barro, con techo de paja. A los pocos años construyó una capilla más grande, de material, con techo de cinc, muy digna. Al tiempo comenzó a quedar demasiado chica, y estuvo el proyecto de hacer una iglesia más grande. Cuando consultó al obispo le dijo que hiciera una bien grande, y él mismo se sorprendió, pero vio que era un deseo de Dios, y un desafío. En el año 2008 se bendijo el terreno y se puso la piedra fundamental. Y hoy, 9 de abril de 2016 hemos asistido a la consagración de dicha iglesia. Le falta trabajo, pero ya es una iglesia, y se comenzará a usar como tal, mientras siguen colaborando todos para terminarla.
Fue una gran fiesta y me sentí muy contento por el mismo P. Salvatore, porque es un sacerdote muy bueno, entregado y generoso. Y no es por decirlo nomás, sino que eso se confirma con el cariño que le demostró hoy la gente, en cada momento que lo nombraban.
Pero me quedó grabada la imagen luego de que anunciaron que era establecida la parroquia oficialmente, con el nombre de “Parroquia de la Sagrada Eucaristía”, y el P. Salvatore nombrado párroco, primer párroco de dicha parroquia. La gente explotó en aplausos, y el padre comenzó un canto que todos los conocen, casi un signo del padre. El padre con el micrófono en la mano cantaba delante del altar con los ojos cerrados y como gozando el momento… me imagino que las abnegaciones vividas en catorce años, el haber dejado su tierra, el sacrificio de la lengua, las humillaciones, la pobreza, y tantas dificultades que habrá superado con la gracia de Dios, se habrán visto coronadas en gran parte el día de hoy.
Aprovecho entonces a hacer algunas reflexiones, porque una vez que fui a visitar al padre, y me alojé en su casa, estuvimos conversando bastante, a pesar de mi “itañol”… Pero lo primero que me dijo fue: “Diego, somos privilegiados de estar aquí. Somos bendecidos por Dios de poder estar donde estamos”. Compartí totalmente la afirmación. Y si bien nuestra conversación de aquella tarde se fue desviando por muchos temas, me quedo con esa frase con la que me recibió, y que sonó muy espontánea.
Yo creo ciertamente que es una gran bendición estar donde estoy, es decir, ser sacerdote y misionero, y misionero en este lugar. Es una gracia inmerecida e impagable. Mucha gente que lee estas crónicas me escribe que desearía poder estar aquí, que se muere por poder venir aunque sea a visitar y trabajar un poco de tiempo. Otros me escriben que siempre fue el sueño de su vida, pero que por las circunstancias actuales, de familia y trabajo, saben que nunca podrán hacerlo, y rezan por nosotros, y se alegran por leer lo que escribimos. Por eso mismo, es una gracia muy grande… digamos simplemente, es una gracia de Dios.
Una gracia de Dios que en mi caso debo agradecer a mi querida Congregación del Verbo Encarnado. No estaría aquí si no estuviera en una congregación misionera. No estaría aquí con estas convicciones, si no hubiera recibido la formación que recibí. Formación que por mis propios defectos tal vez no he aprovechado del todo, pero que en fin, gracias a mis superiores y formadores, y nuestro fundador, soy lo que soy. Lo bueno que tengo, lo que recibido de ellos. No se darían tantos frutos misioneros, si no fuéramos parte de un instituto misionero. El año pasado les contaba que pude hacer más de mil bautismos por mis propias manos, sin contar los que se hicieron en la parroquia por otros sacerdotes. Sin nombrar tampoco tantas otras cosas, como las misas, confesiones, comuniones, confirmaciones, atención a los enfermos, grupos de monaguillos, oratorio, campamentos, misiones populares, Ejercicios Espirituales, y una larga lista de etcéteras.
Tengo la gracia de ser sacerdote y misionero. Y esta gracia la he recibido por pertenecer a una Congregación, que lleva por nombre “Del Verbo Encarnado”. Cuando hice mis votos perpetuos y los firmé sobre el altar, pedí la gracia a Dios, con la ayuda de las oraciones de mis hermanos y hermanas de la Familia Religiosa, de poder ser como “una nueva encarnación del Verbo”, según las palabras de Sor Isabel de la Trinidad. No debo olvidarlo nunca, y por eso les pido que recen por mí, que debo siempre tratar de imitar en todo a Cristo. Como miembros de este Instituto no debemos pretender otro “éxito”, que el de la Cruz, como dijo San Pablo: “… pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado.” (I Cor 2,2) Esa será nuestra mayor alegría, y será un éxito rotundo, como el de Cristo en la Cruz, invisible para el mundo. Que nuestro mayor deseo, como miembros del Verbo Encarnado, sea parecernos a Cristo, y éste crucificado. Mientras más, ¡mejor!
Y así podremos alegrarnos… no estar tristes. Porque hay una bienaventuranza, que nos manda alegrarnos: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.” (Mt 5,11-12).
Gracias señor por ser sacerdote y misionero. Concédeme ser fiel hasta el final. Concédeme parecerme a ti.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE
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