Podemos tiene razón

Mis lectores habituales -si es que tengo alguno- se extrañarán del título de este artículo. Sin embargo, si siguen leyendo, comprenderán qué razones me asisten para dar la razón a un movimiento de extrema izquierda que aglutina y remoza, con una apariencia de modernidad, viejos componentes del populismo y el neocomunismo, con amagos fuertemente anticlericales. Y, cuando digo Podemos, lo uso como un nombre genérico, incluyendo a otros movimientos afines, en esa coiné ecologista-pacifista-feminista, tan diversa y, al tiempo, tan igual y redundante.

Me explicaré. Una de las señas de identidad de este grupo es su actitud agresiva contra el cristianismo. No se trata del debate ilustrado y liberal del laicismo, del discurso de la separación Iglesia-Estado; de la moral autónoma; se trata de algo más hondo y radical. En el debate de ideas en la tradición del parlamentarismo democrático existe la intención de encontrar un espacio de convivencia con el otro, que establece una especie de zona de neutralidad entre los campos opuestos. Aquí, no existe esa intención, sino la de humillar y desarmar al adversario; la de hacer desaparecer su influencia y su rastro en la sociedad. Cuando se irrumpe en una capilla con la intención de profanarla, o se hace una procesión blasfema no se actúa desde la fría razón. No sirven las ideas y argumentos. Estamos en el terreno de las pasiones profundas, de lo trascendente -o su negación-, Este debate, esta lucha se sitúa en un nivel religioso, porque la actitud blasfema tiene también un carácter religioso, aunque negativo.

Pemán cuenta, en un artículo que toma su título de un famoso libro del filósofo ruso Berdiaeff, “Hacia una nueva Edad Media”, comenta una escena que se da en la guerra civil española: un miliciano, en una acción de saqueo y destrucción, se encuentra un fajo de billetes, lo mira y los arroja al fuego, como negando las leyes del materialismo histórico. No es la economía, lo material, el motor de la historia. Les mueve algo trascendente, idealista. Para Pemán, como para Paul Claudel, en la guerra española se dirimía una lucha entre civilizaciones y, en última instancia, entre civilización y barbarie, entre el Bien y el Mal (véase el Poema de la Bestia y el Ángel del español y el poema A los mártires españoles de Claudel[1]).

En los conflictos que hay planteados con el integrismo islámico, en la persecución que los cristianos sufren en Oriente Próximo, en la guerra cultural sostenida por los epígonos metarfoseados del marxismo se ponen en la palestra los conceptos de civilización, cultura, tolerancia, derechos humanos, valores; pero la palabra tabú nunca sale a la luz, aunque esté en la cabeza de todos: religión. Nadie en el abigarrado mundo de los analistas y los expertos la pronuncia. Pero si seguimos profundizando en los grandes conflictos que nos zarandean, nuestra azada topará con esta roca maciza e inevitable.

Por todo esto -y vuelvo al principio- Podemos y sus adláteres tienen razón. Yerran en la dirección, pero se sitúan en el campo de batalla apropiado.

Tomás Salas

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