(Asia News/InfoCatólica) Quienes pertenecen a asociaciones y movimientos católicos son «una fuerza misionera y una presencia profética que nos da esperanza para el futuro». Pero «¡hasta las novedades envejecen rápido!». Por eso, el carisma al que pertenecemos debe profundizarse cada vez más y debemos reflexionar juntos para encarnarlo en las nuevas situaciones que vivimos.
El Papa Francisco se centró hoy en este tema, durante el encuentro con los moderadores de las asociaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. El tema central de la cita fue La responsabilidad de gobierno en los grupos de laicos: un servicio eclesial.
Desde esta perspectiva, Francisco habló del decreto sobre Las asociaciones internacionales de fieles, promulgado el 11 de junio de este año. El documento surgió de la experiencia de las últimas décadas, posteriores al Concilio Vaticano. «En la Congregación de Religiosos», reveló, «se están estudiando las congregaciones religiosas, las asociaciones que nacieron en este periodo. Es curioso, es muy curioso. Muchos, muchos, cuya novedad es grande, terminaron en situaciones muy difíciles: terminaron bajo la visitación apostólica, terminaron con pecados sucios, intervenidos con comisarios...». «Y están haciendo un estudio. No sé si esto se puede publicar, pero ustedes saben mejor que yo cuáles son estas situaciones, por el chismorreo clerical que sienten en torno a ellas. Hay muchos -no sólo esos grandes que conocemos y que son escandalosos…¡las cosas que hicieron para sentir que eran una Iglesia aparte, ¡pero si parecían los redentores! -En mi país, por ejemplo, ya se han disuelto tres de ellas y todas acabaron en situaciones de lo más sucio. Eran la salvación, ¿no? Parecían serlo... Siempre con ese hilo [rojo] de rigidez disciplinaria. Eso es importante. Y esto me ha llevado... Esta realidad de las últimas décadas nos ha mostrado una serie de cambios para ayudar, cambios que nos pide el Decreto».
Es precisamente a partir de este Decreto que se plantea el tema del ejercicio de la gobernanza en las asociaciones y movimientos. «Un tema que me resulta particularmente cercano», subrayó el Papa. Continuó diciendo que los cargos de gobierno en los grupos laicos «no son otra cosa que una llamada a servir». Una llamada que, en palabras del Papa, se topa con un obstáculo: el ansia de poder y la deslealtad.
El primer obstáculo es el «ansia de poder. Nuestro deseo de poder se expresa de muchas maneras en la vida de la Iglesia; por ejemplo, cuando consideramos que en virtud del papel que tenemos, debemos tomar decisiones sobre todos los aspectos de la vida de nuestra asociación, diócesis, parroquia, congregación. Delegamos en otros las tareas y responsabilidades de ciertas áreas, pero solo en teoría. Sin embargo, en la práctica, la delegación en los demás se ve vaciada por el afán de estar en todas partes. Y esta voluntad de poder anula toda forma de subsidiariedad. Esta actitud es fea y termina por vaciar de fuerza al cuerpo eclesial. Es un mal modo de «disciplinar». Tal vez alguien piense que este 'deseo' no le concierne, que esto no ocurre en su asociación. Sin embargo, el Decreto no se dirige tan solo a algunas de las realidades aquí presentes, sino que es para todos, sin excepción».
Francisco luego se refirió al gobierno de las asociaciones, movimientos y congregaciones y dijo que la experiencia demuestra «que es beneficioso y necesario prever una rotación en los cargos y que todos los miembros estén representados en sus elecciones. Incluso en el contexto de la vida consagrada, hay institutos religiosos que, al mantener a las mismas personas en los puestos de gobierno, no se han preparado para el futuro; han permitido que se filtren los abusos y ahora tienen grandes dificultades».
En cuanto a la deslealtad, se produce «cuando alguien quiere servir al Señor pero también sirve a otras cosas que no son el Señor. ¡Es un poco como jugar un doble juego! Decimos con palabras que queremos servir a Dios y a los demás, pero en realidad servimos a nuestro ego, y nos entregamos a nuestro deseo de aparentar, de obtener reconocimiento, aprecio... No olvidemos que el verdadero servicio es gratuito e incondicional, no conoce cálculos ni exigencias. Caemos en la trampa de la deslealtad cuando nos presentamos ante los demás como los únicos intérpretes del carisma, los únicos herederos de nuestra asociación o movimiento; o cuando, creyéndonos imprescindibles, hacemos todo lo posible por ocupar puestos de por vida; o también cuando pretendemos decidir a priori quién debe ser nuestro sucesor. Nadie es dueño de los dones recibidos por el bien de la Iglesia; nadie debe ahogarlos. Por el contrario, cada uno es llamado a hacer crecer y fructificar estos dones allí donde el Señor lo coloca, con la confianza de que es Dios el que obra todo en todos (cfr 1 Cor 12,6) y que nuestro bien verdadero da fruto en la comunión eclesial».
La excepción respecto a los fundadores, explicó Francisco, es porque, «en los movimientos eclesiales (y también en las congregaciones religiosas)» hay una distinción «entre los que están en proceso de formación y los que ya han adquirido una cierta estabilidad orgánica y jurídica. Son dos realidades diferentes. Aunque todos los institutos -ya sean movimientos religiosos o de laicos- tienen el deber de verificar, en asambleas o capítulos, el estado del carisma fundacional y de realizar los cambios necesarios en su propia legislación (que luego serán aprobados por el respectivo Dicasterio), en los institutos en formación, en la fase fundacional, esta verificación es más continua, por así decirlo. Por lo tanto, el documento habla de una cierta estabilidad de los superiores durante esta fase. Es importante hacer esta distinción para poder moverse más libremente en el discernimiento. Somos miembros vivos de la Iglesia y para ello necesitamos confiar en el Espíritu Santo, que actúa en la vida de cada asociación, de cada miembro, actúa en cada uno de nosotros. Por eso, hay que tener confianza en el discernimiento de los carismas, que ha sido encomendado a la autoridad de la Iglesia».
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