Según el último avance del barómetro del CIS del mes de septiembre de 2021, acabamos de llegar al mínimo de católicos en España, el 57,4% (1,8 puntos menos que hace un año), y el segundo mínimo de católicos autodenominados practicantes, 18,4%.
El mínimo absoluto de católicos practicantes se alcanza en mayo de 2020, en plena pandemia y con muchísimos templos cerrados, 17,6%.
Como la pregunta es «¿Cómo se define Ud. en materia religiosa: católico/a practicante, católico/a no practicante, creyente de otra religión, agnóstico/a, indiferente o no creyente, o ateo/a?», el concepto de «practicante» es a gusto del consumidor.
Si nos atenemos a la práctica religiosa, en el caso de un católico, podemos ser más objetivos sumando los porcentajes de los que asisten varias veces al mes, como mínimo, hasta varias veces a la semana. Eso da un 24,1% de practicantes sobre creyentes (ya sé que sobre creyentes católicos y de otras confesiones, pero se puede usar). Así que el porcentaje de españoles católicos practicantes baja un poco más hasta el 13,8%.
El «tezanómetro» en septiembre de 2021 nos cuenta que los que se consideran «Ateo/a (niegan la existencia de Dios)» suponen el 14,6%, y, por lo tanto, superan a los católicos practicantes.
Ya el año pasado mostré las inconsistencias de los barómetros del CIS desde que los preside el socialista Tezanos. La inexplicada –e inexplicable– desaparición de un 10% de católicos (aproximadamente 4,7 millones de españoles) desde el comienzo de la pandemia, ha arrojado un manto de dudas y una pérdida de credibilidad de los datos del que era un prestigioso estudio. Que las fluctuaciones de católicos tengan bastante correlación con las variaciones de estimación de voto, no solo no deja de sorprender, es que no ayuda a mejorar la credibilidad. Más cuando ya casi nadie se toma en serio las estimaciones de voto que ofrece el CIS visto el grado de acierto o de predicción.
Fuera de los datos aberrantes de algunos meses del barómetro, sí parece consistente una bajada de 0,2-0,3 puntos entre meses (de media).
No es descabellado considerar como muy cierta la tendencia descendente y sostenida. Las causas son variadas y complejas, y aunque animo a desconfiar en quien lo atribuya a una sola causa, más desconfío y animo a hacerlo en quienes mienten hablan de «primavera de la Iglesia» o «efecto no-se-qué/quien». Llegar a tener ese grado de desconexión con la realidad no solo es estéril, es contraproducente.
Eso de ‘acercarse’ al mundo no parece dar mucho resultado. Al menos del modo en el que se ha planteado. Quizá sea bueno replanteárselo y reconocer que había buena intención pero que no funciona. El mundo es mucho más rápido, no le pillarán nunca.
Las previsiones a corto/medio plazo no son nada buenas. El número de matrimonios canónicos (por la Iglesia) ya alcanzó el mínimo antes de la pandemia, y los números del año pasado fueron peores. En 2020 los matrimonios por la Iglesia bajaron un 72,7%, con sólo 9.444 uniones (habrá que ver si se recuperan y es solo efecto de templos cerrados). A nadie se le escapa el impacto que esto tiene en que los niños sean bautizados, ¿no? En caso de que haya niños, claro.
¿Conversiones?, ¿bautismos de adultos? Quita, quita, si para algunos “es pecado” siquiera plantearlo.
Todavía es pronto para conocer el impacto de la gestión de bastantes pastores, a todos los niveles, sobre el acceso a los sacramentos durante la pandemia. Entre los católicos es un asunto más importante que en otras confesiones o religiones.
¿Pesimismo? En absoluto, desde hace algo más de 2.000 años la solución ha sido siempre la misma: santidad personal. Y querer tanto a los demás como para no solo desearles que conozcan al Señor, también poner los medios. Él es el Señor de la Historia.
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