Te meten el dedo en la boca y es que no paran. Tenía hecho el propósito de no decir ni palabra de la “Amoris laetitia”, pero dale, y dale, y di algo, y venga… y al final lo sueltas.
Ante todo, digo que, después de leer la exhortación, me ratifico en un post que escribí al respecto de la primera parte del sínodo sobre la familia y que titulé “Relatio del sínodo: no hay nada peor que la ambigüedad”. Sigue siendo mi impresión.
Ahora bien, dicho esto, no me hagan demasiado caso. Un análisis sereno y sesudo debe hacerlo alguien de más calado que un servidor. Servidor es apenas un cura párroco que de lo que sabe es de despacho, confesar, atender casos regulares e “irregulares” y tratar de iluminar cada situación según la Palabra de Dios, el catecismo y el derecho canónico, no por capricho, sino porque esos son los textos fundamentales que aparecían como tales en la web de la Santa Sede, además de los documentos del Concilio Vaticano II, pastorales y para nada normativos.
Creo que las reflexiones sobre esta exhortación deben venir de otros “lugares”: obispos en primer lugar, ejerciendo su tarea irrenunciable de magisterio, y después expertos en teología del matrimonio, pastoral familiar, moral fundamental y del matrimonio. Yo poco puedo añadir.
Me han sorprendido cosas. Quizá es que uno hubiera querido algo más de claridad en ciertos temas, pero ya digo que es mi impresión, posiblemente equivocada.
Es una exhortación del santo padre, que está suscitando enormes adhesiones y una acogida positiva, muy positiva, por parte de los obispos que hasta ahora han comentado alguna cosa. A partir de ahí, ¿qué quieren que les diga? Un servidor no es obispo, por tanto carece de la gracia de estado para guiar al pueblo de Dios derivada del propio ministerio apostólico, y bajo ningún concepto me considero más santo, más sabio, más inteligente ni más preparado ni mejor asesorado que el santo padre y los obispos.
Me toca, a mí como sacerdote, leer y releer con tranquilidad, estudiar bien lo que la exhortación dice y el papa nos pide, estar atento a posteriores reflexiones y comentarios de gente sin duda más preparada que yo y a partir de ahí tratar de seguir con mi labor sacerdotal, que no tiene ni puede tener otro sentido que el de “comunicar la caridad de Cristo, buen Pastor” (PDV 57).
Y toca rezar mucho, para que sepamos acoger, animar y ayudar a todos, especialmente a los heridos por cualquier causa, con los mismos sentimientos de Cristo e interpretando rectamente lo que la Iglesia nos pide y nos confía.
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