(L´Occidentale/Secretum meum mihi) Entrevista al cardenal Sarah:
El cardenal Burke, dijo recientemente: «Si por fundamentalista se entiende alguien que insiste en las cosas fundamentales, soy un fundamentalista». Él respondía a una provocación dada su notable y reiterada oposición a cualquier cambio en la práctica pastoral en discusión en el Sínodo. ¿Siente que puede casarse con este mismo sentir?
El Papa Benedicto XVI subrayó sin pausa el problema de la dictadura del relativismo. Hoy todo es posible. Ya no tenemos raíces. Nada estable. Sin embargo, tenemos una Doctrina estable, tenemos una Revelación. Hacer que la gente regrese a las raíces de las cosas, la Revelación es un deber para nosotros los Obispos. No podemos dejar a la gente sin un camino seguro. Sin una roca sobre la cual apoyarse. En la parroquia la roca sobre la cual apoyarse es el párroco, en la diócesis es el Obispo, en la Iglesia universal, es el Papa. Y tratamos de ayudar al Santo Padre para asegurar a la gente que existe estabilidad. Hay un camino. Y el camino es Jesucristo. Lo dijo claramente: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Es esto lo que es estable. Es esto lo que busco testimoniar. Tenemos verdaderamente una roca, tenemos un camino, tenemos una Verdad que salva. Es inútil moverse de allí.
¿Así es que Usted es un «fundamentalista», en el sentido que lo atribuyó Burke al final?
Sí, seguramente. (Sonrisas complacientes)
La palabra ‘fundamentalismo’ ahora se asocia al islam. Tema que ha invadido nuestras conversaciones diarias. El islam identifica el mundo político y el religioso, convencido de que sólo el poder político puede moralizar la humanidad. Aquí se pone de manifiesto toda la diferencia y la novedad del cristianismo, cuyo Dios no es el rey de un reino temporal banal. En esta óptica, ¿no es verdad lo que dijo, cuando todavía era cardenal, el Papa emérito? «En la práctica política el relativismo es bienvenido porque nos vacuna de la tentación utópica». ¿La Iglesia Católica de 2016 ha conservado esta misma actitud frente a la política, o está convencida que al final, el cielo en la tierra se podría siempre realizar?
Creo que desde el principio tenemos que dividir al hombre. Separar es decir, su propia identidad y su trabajo, su política. No debemos mezclar la religión con la política. Sin embargo, al mismo tiempo, el hombre es uno. No puede ser un cristiano en la iglesia, y otra persona fuera. Y entonces, ¿cómo arraigar el Evangelio en mi obrar, en la política, en la economía? Este es el problema fundamental. Porque si divido, ¿qué ocurre? Soy un cristiano en la iglesia, pero un paso fuera de la iglesia y mi comportamiento es el de pagano, un hombre que no cree en nada. Un hombre que sólo cree en su haber, en el poder. Pero la verdadera fe opera en la caridad. La verdadera fe se manifiesta en la caridad, es decir, en acciones concretas. Así que creo que el problema está todo en ser cristianos realmente verdaderos en la actualidad, en la economía en la política, en el arte, en la cultura, en la vida familiar. Es imposible decir soy cristiano y después no me caso en la iglesia, por ejemplo. (Sonríe). Es difícil decir soy cristiano, pero yo no voy a la misa. El ser cristiano debe reflejarse necesariamente en la vida práctica. Y cada uno de nosotros está inmerso en la sociedad. Debemos ver en nuestra vida el Evangelio. Hay una transparencia que debe ser vista en la vida cotidiana, y esto es la verdadera cristiandad.
En su libro Usted ha abordado ampliamente el tema «teología de la liberación». Esa teología que ha transformado, y lo sigue haciendo, el Evangelio en receta política, con la absolutización de una posición por la cual sólo esto sería la receta para liberar y dar progreso. Convencidos, de esta manera, que el estado es el último poder. ¿Cree que el pensamiento marxista está regresando en muchas otras formas en nuestro tiempo?
Cuando concibe la cristiandad de una manera horizontal, como si sólo en la acción humanitaria, social, política, está el que cuenta, estamos equivocados. Y se equivoca porque antes de hacer, tengo que sacar de lo alto para encontrar el camino correcto a seguir. Es decir, debo estar inspirado por Dios. La «teología de la liberación» quería sólo hacer una «teología de la acción» que no inspira el Evangelio y que, sobre todo, no se inspira en el Evangelio. Así que creo que también hoy estamos tentados a ver nuestra obra cristiana como una obra social. No critico a nadie, no digo que esté mal hacer ... Pero, por ejemplo. Insistimos tanto en la acogida a los refugiados, bien. No deberíamos hacerlo sólo para darles la comida, trabajo, una casa. Ellos tienen una necesidad más alta, es decir, Dios. ¿Pensamos en esto? ¿O el nuestro es sólo un discurso ‘horizontal’? Este es el problema. La «teología de la liberación» está regresando de nuevo en la práctica de la vida social de la Iglesia. No digo que no debamos ocuparnos materialmente de la gente pobre. Pero la injusticia más grave es dar sólo comida a los pobres, ellos necesitan el Evangelio. Ellos necesitan de Dios. Lo dice también el Papa Francisco.
En efecto, parece que la pobreza se ha convertido en el centro de todo el apostolado en el catolicismo. Al menos es lo que perciben los fieles. Una vez Benedicto XVI dijo: «La pobreza puramente material no salva, [...] el corazón de los que no poseen nada puede endurecerse, envenenarse, ser malvado, estar por dentro lleno de afán de poseer, olvidando a Dios y codiciando sólo bienes materiales», Usted contó el episodio de la eliminación del baldaquino de la Catedral de Conakry. En una óptica malsana e hipócrita, a las iglesias hoy, prefieren ‘despojarlas’ en lugar de ‘vestirlas’. ¿Por qué?
Porque hemos perdido la majestad, la dignidad, la Grandeza de Dios. Dios ahora o nada. (Sonríe irónicamente. Juega solo con el título de su libro). Y así nada debemos despojar de su casa. Lo que es mera injusticia. ¡Es de verdad injusto! Cada uno de nosotros queremos vivir en una casa bella. ¿Por qué nos permitimos privar a Dios de la belleza? Hemos perdido el sentido de la sacralidad, de la belleza. Dios que es bello, que tiene lo bello, merece una casa bella. No es pobreza desnudar la iglesia. (Sonríe de nuevo. ‘Desnudar la Iglesia’ le suena ridículo) Es sólo signo de desacralización, de desprecio de Dios. Justo por esta razón, por este riesgo latente, es que Benedicto XVI ha prestado tanto cuidado en la Liturgia. Desde el «vestimento» del sacerdote, a la belleza del altar y toda la iglesia. Este es un signo de la religiosidad, de la sacralidad. Pensemos en lo bello que era el templo de Jerusalén, sin embargo, eran muy pobres en ese tiempo. O pensemos cuando en Campania habían construido estas maravillosas iglesias, la gente no era pobre, era pobrísima. Pero han querido dar todo por Dios. Porque nada es demasiado rico para Dios.
El católico ferviente del siglo XXI es constantemente acusado de ser un retrógrado y enemigo de la libertad. De la libertad arbitraria e individualista. ¿La Iglesia se dejará golpear por el sazonado mito de la libertad de amor? ¿Todo será sometido al principio de la mayoría porque se cancelará la diferencia entre el bien y el mal?
Yo espero que la Iglesia mantenga siempre la Luz. La luz y la verdad. Cristo dijo, la Verdad nos liberará. La verdadera libertad es la Verdad. Es decir, una libertad que me permite hacer lo que me place, no es verdadera libertad. Es sólo esclavitud. La verdadera libertad es la que se compromete a buscar la Verdad, la Belleza, la Justicia, lo que es capaz de hacer progresar a cada uno de nosotros. Ser libres es posible sólo en Cristo. Sólo él libera.
No tiene nada que ver con lo que me place. Y la Iglesia debe seguir este camino. La más auténtica libertad es escapar de lo que nos mantiene en la esclavitud. Somos esclavos de dinero, del poder, de una infinidad de cosas que no son nuestro bien. ¿Quién puede iluminar al hombre para buscar la verdadera libertad? Creo que sólo el Evangelio. La libertad viene del Hijo de Dios. Y la verdad por desgracia ya no se considera. Cada uno tiene su propia verdad y por lo tanto su libertad. Hoy la verdad es ‘lo que me conviene’. Pero la libertad es una cosa objetiva. Y me une a querer la libertad que es Dios. Sin amor no hay libertad. El amor es respetar al otro. Dios es la libertad, es el amor. El amor es incapaz de imponer y Dios es el origen de la libertad porque es incapaz de imponer. Y Dios es el origen de la libertad, porque es incapaz de imponer su propia visión, pero nos deja elegir por amor. Esto es amor.
Hace un tiempo Usted dijo que África en materia de homosexualidad, podría convertirse en la punta de lanza de la Iglesia en su oposición a la decadencia occidental; ¿continúa siendo de la misma opinión?
El futuro está en las manos de Dios. Pero África luchará en modo enérgico para no aceptar esta desviación. Porque es contra natura. Ningún pagano puede pensar y creer verdaderamente lo que vemos aquí en Occidente. Ninguno. El hombre está hecho para la mujer. La mujer está hecha para el hombre. En mi libro lo digo claramente, porque en el fondo es un concepto muy claro de por sí: el hombre no es nada sin la mujer, y viceversa. Pero por encima de todo, ambos son nada sin un tercer elemento que es el fruto que nace de su amor: una nueva vida, un niño. El llamado «matrimonio homosexual» es puro egoísmo. No hay ningún fruto. Un amor que no hace nacer nada no puede destruir la verdadera felicidad, la verdadera complementariedad. Un hombre no puede completar a otro hombre; como se puede probar, nunca tendrá éxito. Es la naturaleza. Hasta los pájaros lo saben.
Una última pregunta. Si pudiera hacer una entrevista a un personaje del pasado, ¿con quién se sentaría a hablar?
Elegiría quizá, San Agustín. Agustín es el hombre que ha vivido una vida difícil desde niño. Tal vez hoy todos vivimos la misma experiencia. Justo él sabría dar una lección, a partir de sus eventos existenciales. Cómo el hombre puede cambiar el curso de la propia existencia, salir del error y convertirse, sólo San Agustín, para mí, puede indicarlo a la perfección. Pero la conversión, dirá él, no sucede sin la oración. Su madre oró mucho, y ha logrado cambiar su vida. Agustín es para mí un modelo del hombre moderno.
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