Comentamos aquí un pasaje de “Amoris Laetitia”, en su cap. V:
“185. En esta línea es conveniente tomar muy en serio un texto bíblico que suele ser interpretado fuera de su contexto, o de una manera muy general, con lo cual se puede descuidar su sentido más inmediato y directo, que es marcadamente social. Se trata de 1 Co 11,17-34, donde san Pablo enfrenta una situación vergonzosa de la comunidad. Allí, algunas personas acomodadas tendían a discriminar a los pobres, y esto se producía incluso en el ágape que acompañaba a la celebración de la Eucaristía. Mientras los ricos gustaban sus manjares, los pobres se quedaban mirando y sin tener qué comer: Así, «uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres?» (vv. 21-22).
186. La Eucaristía reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. Se trata, pues, de «discernir» el Cuerpo del Señor, de reconocerlo con fe y caridad, tanto en los signos sacramentales como en la comunidad, de otro modo, se come y se bebe la propia condenación (cf. v. 11, 29). Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas. La celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social»[207]. Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía con adecuada disposición refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su compromiso con los necesitados.”
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Este texto puede ser entendido de dos maneras muy distintas, y sólo una de ellas es compatible con la fe católica y por tanto, es la que debemos suponer en un documento del Papa. La pauta la da el comienzo:
“185. En esta línea es conveniente tomar muy en serio un texto bíblico que suele ser interpretado fuera de su contexto, o de una manera muy general, con lo cual se puede descuidar su sentido más inmediato y directo, que es marcadamente social.”
Leamos el texto bíblico en cuestión:
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“23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;
24 y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.”
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Esto lo dice San Pablo después de haber señalado la conducta inapropiada de los corintios en las celebraciones eucarísticas.
Como se ve, el fundamento que da para afirmar la necesidad de “discernir” a la hora de celebrar la Eucaristía, y la “condenación” o “juicio” de los que la celebran “sin discernir”, es la consagración del pan y del vino que el Señor realizó en la Última Cena, y por tanto, la Presencia Real de Jesús en el Sacramento eucarístico, por lo cual el punto central está en cómo se “come” y cómo se “bebe” el Cuerpo y la Sangre del Señor, es decir, en la recepción de la “res” sacramental presente bajo las especies del pan y el vino.
No hay ninguna referencia explícita en ello al aspecto “social” de la celebración, que implícitamente sin duda está presente, porque el Cuerpo de Cristo, realmente presente en el Sacramento, es también místicamente la Iglesia toda, ya que por el Bautismo nos hacemos miembros de Cristo.
Si el sentido más inmediato y directo es, entonces, social, no lo es en forma principal, sino secundaria, pues principalmente ese sentido más inmediato y directo del texto es sacramental y tiene que ver con la Presencia Real de Jesucristo bajo las especies eucarísticas.
De hecho, asi se entiende que el texto diga que el sentido más inmediato y directo del pasaje es “marcadamente social“, en vez de decir que es “social” sin más.
Ahora bien, no es imposible que algunos quieran interpretar ese texto en el sentido de que esas “interpretaciones fuera de contexto” son precisamente las que insisten en la Presencia Real de Jesucristo, de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, y que precisamente por ese motivo se resisten a aceptar una “pastoral del sacrilegio eucarístico” que consistiría en dar la comunión a personas que, como los divorciados vueltos a casar, por ejemplo, están en situación objetiva de pecado mortal.
Decimos situación objetiva de pecado mortal, porque todo el mundo acepta que es una situación de objetiva de pecado, y es claro que el adulterio no es un pecado venial.
Según esta interpretación torcida de las palabras del Papa, al fin de cuentas el significado real de este pasaje de la Escritura se reduciría a ese significado “social”, y el atentado contra el Cuerpo de Cristo de que aquí se habla se reduciría a la ofensa que se hace a la comunidad, a los miembros de Cristo que son los hermanos en la fe, por el hecho de discriminar en la comunidad a aquellos que son pobres.
Un subproducto “favorable” a esta forma de ver sería la conclusión de que el problema del sacrilegio eucarístico se plantea sólo en relación con nuestra conducta personal y familiar hacia los pobres y no en relación a la recepción de la Eucaristía en situación objetiva de pecado grave como es por ejemplo estando en una unión adúltera sin arrepentimiento y sin propósito de enmienda.
Por el contrario, aquí se debe plantear el “et…et” (esto y también aquello) propio de pensamiento católico. No oponer verdades, sino afirmarlas todas al mismo tiempo, como indica claramente el texto mismo: “tanto en los signos sacramentales como en la comunidad” debemos discernir la presencia de Cristo (según sus diversas modalidades en cada caso, por supuesto).
Por otra parte, el texto es una reconfortante reafirmación de que sí es posible y existe el sacrilegio eucarístico y que por recibir indignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor bajo las especies sacramentales se puede comer y beber la propia condenación.
Reconfortante, decimos, porque si algo nos angustia en la actual nefasta tendencia a dar la Eucaristía a los que están en pecado mortal es, junto con la condenación eterna que se favorece de ese modo en esas pobres almas, el horrendo atentado que se inflige a Nuestro Señor Jesucristo que ha llegado al extremo de hacerse presente bajo las humildes especies sacramentales precisamente llevado de su inmenso amor a todos nosotros.
El solo hecho de que en la Iglesia de Cristo haya llegado a ser significativa una tendencia como ésa debe llevarnos a todos, Pastores y simples fieles, a un riguroso examen de conciencia y a una actitud penitencial profunda delante de Dios Nuestro Señor, con el cual no se juega.
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