Ya me extrañaba a mí. Porque Rafaela, en cuanto que hay algo polémico o alguna cosa de iglesia sale en la televisión, con cualquier disculpa coge el teléfono y me llama. Aparentemente nada, que si cómo estás, y qué tal tus sobrinos, para, a continuación, ese consabido “por cierto, yo quería preguntarte una cosa…” Y ahí es donde la cosa se complica.
Llevaba esperando su llamada desde el sábado. Si es que nos conocemos más que si fuera mi madre. El viernes se presenta “Amoris laetitiae”, la prensa y la televisión, y no digamos internet dando alas al asunto y Rafaela, que me lo sé, teléfono y oye cura cómo estás.
Desde que su sobrino le puso ese ordenador conectado a la red, es una mujer de lo más informada. Hasta me cuenta que ha tenido el valor de comenzar a embaularse la exhortación, que en mujer de pueblo y formación justita no me negarán que tiene su mérito.
Lo primero, me dice, tras la disculpa de la salud y esas cosas, es que por qué el documento va dirigido a todos los fieles, si luego no hay quién lo entienda. Porque claro, me dice ella, yo leo y leo y casi que me da igual así que en latín, que sigo sin aclararme, y eso que casi te puedo repetir el catecismo de Astete de memoria. ¿Tú crees, cura, que la gente corrientita como yo, y no soy la más burra del mundo, se entera de lo que dice? Mujer, algo se entenderá…
No, insiste Rafaela. No hay quien lo entienda. Estos documentos parece que se escriben para vosotros y para cuatro más listos. Los demás, lo que nos digan. Bueno, mujer, pues tampoco está mal la cosa.
No. No estaría mal si todos entendiesen lo mismo. Pero es que llevo días leyendo lo que dicen los demás y aquí cada cual lo entiende de una manera. Según la televisión, ya pueden comulgar los que viven arrejuntados. Los periódicos más de lo mismo. Hoy leo en ese sitio donde tú escribes que por lo visto un obispo mandamás me parece que en Filipinas ha dicho que no hay que esperar, que a comulgar todos. Gente que afirma que de eso nada, que todo sigue como siempre. Otros que no, que hay que abrir la mano. Este que si misericordia y apertura, aquél que misericordia pero sin pasarse. Este otro que depende, pero ese que no depende de nada y que cariño sí, pero lo del sexto mandamiento como siempre.
Mira, cura, yo al final llego a una conclusión. Yo, Rafaela, y lo hablaba con Joaquina y la María esta mañana. El catecismo de Astete se entendía perfectamente. Acostarte con un hombre que no fuera tu marido era pecado mortal y punto. Ahora no es que deje de ser pecado, que por lo menos habría claridad. Ahora es peor: porque es, o no es, o puede ser, o vaya usted a saber, o depende del cura, o de las circunstancias, o de que quieras entenderlo, o de que personalmente lo comprendas o no.
Total, que nos acaban de regalar un documento, después de no sé cuántas reuniones de obispos en Roma, para llegar a la conclusión de que depende, pero tampoco veo claro exactamente de qué depende. Para esa burra no necesito yo alforjas. Por cierto, cura ¿el catecismo de Astete sigue siendo válido o quizá es poco misericordioso?
- Rafaela, te escucho, pero mira que te estás pasando. Ahora escúchame tú.
- Huy, perdona, pero me parece que me llama mi marido. ¿De aquella infección de la orina quedaste bien?
- Sí, Rafaela, muy bien.
- Bueno, que te llamo que ya me contarás del libro…
- Rafaela…
- Hasta mañana… Y Astete dices que como siempre, ¿no?
- Rafaela…
- Hasta mañana…
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