El cardenal Kasper asegura que está abierta la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar

(Aachener Zeitung/InfoCatólica) Entrevista al cardenal Kasper:

Francisco sigue un ambicioso programa. ¿Qué eco ha tenido en la Iglesia y en la curia vaticana?

La mayoría de las personas –también de fuera de la Iglesia- están entusiasmadas con este papa. En la curia también hay resistencia. Pero, ¿dónde no la hay? Si en la redacción de su periódico ocurriera un cambio total, también habría resistencia.

¿Quiere el papa efectuar un cambio total en la curia?

Ya ha cambiado muchas cosas, y no solo estructuralmente. Le importa sobre todo la mentalidad. Solo si esta cambia, las reformas estructurales traerán algo. Para eso se necesita tiempo. Francisco está trabajando en ello.

El Papa proclamó el año de la Misericordia. La misericordia es el concepto central de su pontificado. Hace cuatro años usted escribió un libro sobre la misericordia y se lo regaló al cardenal Bergoglio durante el cónclave en marzo de 2013. ¿Cómo sucedió?

La edición española del libro se había publicado pocos días antes del cónclave. Se lo regalé al cardenal Bergoglio cuando lo vi parado en la puerta de su habitación en la casa Santa Marta, que es la casa de huéspedes del Vaticano. Antes del cónclave, las habitaciones siempre se sortean entre los cardenales, y él se alojó justo frente a la mía. Estaba entusiasmado con el título «Misericordia», y, por lo visto, lo leyó durante el cónclave.

Al domingo siguiente a su elección, Francisco mencionó expresamente su libro en la plaza de San Pedro y recomendó su lectura. ¿Qué pensó usted en ese momento?

Lo vi en televisión y pensé (ríe): «¿Qué se le ha ocurrido al Papa?» Poco más tarde me dijo: «Le hice propaganda a usted».

¿Antes del cónclave, era él para usted alguien que podría y debería ser papa?

Para mí, era ciertamente un posible candidado. Pero lo propiamente dicho ocurrió en el cónclave. Allí surgió la impresión de que algo se ponía en movimiento. Eso mismo me lo confirmaron también otros cardenales. De todas maneras, Bergoglio era alguien en quien uno se fijaba.

La curia se encontraba en crisis, y debía llegar alguien de fuera. El habló muy bien acerca de esto antes del cónclave.

¿Hubo en el cónclave una fuerte mayoría que pensaba que era necesario un viento fresco de afuera, o tuvo usted que hacer mucho trabajo de convencimiento?

A este respecto soy más bien reservado. La elección de un Papa es una decisión en conciencia. No hay que pretender ejercer mucha influencia.

¿Se forman facciones en el cónclave?

No debería haber facciones. Es natural que haya afinidades; es lo más normal del mundo. Algunos se ponen de acuerdo, y eso no está prohibido. Pero yo no me avengo con que se formen facciones. Cada uno tiene que vérselas con su conciencia.

Usted ha hablado de una «revolución de la ternura y del amor». ¿Es esa ternura –tan rara entre los grandes dirigentes mundiales en la política y la economía- la que el papa hace llegar a los corazones?

Él es, ante todo, un ser humano. Eso lo siente la gente. Y sienten que es creíble, que él vive lo que dice. El utiliza un lenguaje concreto, rico en imágenes, que las personas comprenden. Francisco no es alguién del establecimiento; busca encontrarse con las personas; lo necesita. Por esta razón no vive en el apartamento papal. Cuando se le preguntó por qué no vivía en el Vaticano, respondió: «En mi caso, se trata de un problema patológico. No puedo vivir allí; estaría muy aislado; tengo que estar entre la gente«.

Se habla mucho de un viento fresco que sopla a través de la Iglesia, de «glasnost» y «perestroika» en el Vaticano, de una nueva era franciscana. ¿Es justo -o exagerado- decir esto?

Conceptos de este tipo son un poco exagerados. Pero es correcto: Francisco quiere cambiar el rostro de la Iglesia –no su ser-. Él quiere un rostro humano y misericordioso para esta Iglesia. El no quiere una Iglesia que levante el dedo índice, sino que tienda la mano. Él tiene una gran experiencia pastoral en comunidades rurales y barrios pobres en Argentina. El papa tiene ambos pies sobre la tierra; no se siente cómodo en un mundo clerical y aislado.

Para algunos, en la Iglesia católica las cosas no van lo suficientemente rápido respecto al giro franciscano; para otros, las cosas han ido muy lejos.

Los críticos y los vacilantes ponen el freno; otros quieren cambiar todo rápidamente. El papa no puede. Francisco va adelante caminando paso a paso, y quiere llevar consigo el mayor número posible de personas. Su ministerio es el ministerio de la unidad.

¿Quién pone freno?

Gente con mentalidad conservadora, que piensan mucho desde los principios que quieren ver salvaguardados. Al hacerlo, pierden, en parte, el contacto con la realidad. También sienten miedo de que haya muchos cambios. La curia es una institución vieja, en la que se cultiva el carrierismo y las costumbres.

En la Iglesia hay críticos que le reprochan al papa que aunque ya ha derrumbado muchos muros, no tiene, sin embargo, un plan para la nueva construcción; que tiene más ideas que sustancia; que es demasiado espontáneo.

Ser espóntáneo no es algo negativo. Francisco se deja guiar por el Espíritu Santo. Para él, la fe no es un reflector, sino una lámpara que ilumina cada paso. Ella arroja siempre luz para dar el siguiente paso. El sopesa exactamente qué es posible. Eso se evidencia también en la exhortación sinodal sobre la familia «Amoris laetitia». El papa pone nuevos acentos, pero no puede dividir su Iglesia.

Hace unos meses usted confirmó que el sínodo abrió «la puerta para que en determinados casos los separados vueltos a casar accedieran a los sacramentos». ¿Cuán grande es su esperanza hoy en día?

La puerta está abierta. Pero Francisco no prescribe cómo hay que atraversarla. Él no reitera declaraciones previas y más bien negativas de los anteriores papas sobre lo que no es posible y no está permitido. Hay aquí, pues, un margen de acción para cada uno de los obispos y las conferencias espiscopales. El sínodo de la familia demostró que no solo hay progresistas y conservadores, sino también culturas diferentes en la única Iglesia. La autonomía de las culturas se manifiesta hoy en día muy claramente. El papa tiene que tomar esto en consideración. No todos los católicos piensan como nosotros los alemanes.

Francisco, pues, se mantiene firme en cuanto al objetivo que ha mencionado varias veces en eventos importantes: sinodalidad, decentralización, más competencia para las iglesias locales.

En las dos primeras páginas de «Amoris laetitia» dice que no es tarea del magisterio tomar decisiones para cada situación individual. En segundo lugar, dice que la Iglesia debe inculturarse. Y las culturas son diferentes. Es decir, para nosotros puede ser correcto lo que en Africa es considerado equivocado. El papa, entonces, deja un margen de acción para las diversas situaciones y futuros desarrollos.

La Iglesia se está moviendo

Sí. Francisco no quiere que las cosas sigan siendo como en el pasado. Él habla de pasión y de la belleza del amor apasionado. Ya no es -como antes- algo abstracto o signado por la desconfianza.

Un nuevo acento.

Sí, un nuevo acento.

Y un respaldo para la Conferencia Episcopal Alemana.

Ciertamente.

¿Los párrocos podrán ahora enfrentar más fácilmente los problemas de la pastoral familiar?

Con mayor facilidad y mayor dificultad. Entre nosotros, la praxis es, desde hace tiempo, mucho más abierta. Cuando yo fui obispo de Rottenburg, un párroco me contó de una madre separada y vuelta a casar, que había preparado a su hija para la primera Comunión de una manera mucho más intensa y sólida que otras madres. Era una mujer muy activa en la comunidad parroquial y en Caritas. Así, pues, no podía decirle a la niña en el día de su primera Comunión: «Tú puedes comulgar, pero tu madre no». El párroco tenía completamente la razón. Se lo conté al papa, y Francisco confirmó mi posición: «El párroco tiene que tomar una decisión al respecto». Yo dije: «Él tomó la decisión». Se trata de regular de una manera humana este tipo de situaciones. Ahora hay un respaldo para hacerlo. Por otra parte, no hay una receta patentada. El párroco debe tener tacto. No sé si todos están suficientemente preparados para ello. Hay que hacer mucho en cuanto a la formación, para que cada quien no haga lo que quiera. Unos se apuran; a otros hay que empujarlos. Sería bueno que hubiera criterios comunes; no instrucciones, sino parámetros.

El motivo predominante sigue siendo la misericordia. ¿Calificaría Francisco de «misericordiosa» el trato de la Unión Europea hacia los refugiados de Oriente medio y Africa? ¿Escuchan los Estados de la Unión Europea el mensaje del papa?

No todos aceptan el mensaje. Un Papa también encuentra rechazo. Por otra parte, su visita al campo de refugiados en la isla de Lampedusa trajo consecuencias. Anteriormente, los pescadores italianos tenían expresamente prohibido ayudar a los náufragos. Eso cambió. Como cristianos, no podemos dejar que niños, bebés y ancianos se mojen y embarren. Ciertamente, Europa no puede acoger a todos. Pero poner límites máximos no es una solución al problema y tampoco se puede abolir el derecho individual al asilo. Si actuásemos como en el pequeño Líbano, tendríamos que acoger a millones de refugiados.

Francisco suele expresarse con mucha claridad, y hasta enérgicamente, cuando habla sobre la política europea respecto de los refugiados. Sin pelos en la lengua, le pide a Europa que cambie su estilo de vida. Está impaciente.

Es evidente que no podemos seguir actuando como lo hemos hecho hasta ahora. ¿Qué le vamos a dejar a las próximas generaciones? El papa formula proféticamente no sólo principios abstractos, sino tareas concretas. Es necesario, sobre todo porque también muchos fomentan el miedo: ¡la islamización de Europa! La canciller alemana tiene toda la razón cuando dice que la mejor manera de prevenir la islamización es ir con frecuencia a la iglesia los domingos.

¿Espera usted del papa una filípica dirigida a Europa con ocasión de la entrega, al santo padre, del premio Carlomagno el día 6 de mayo?

Ninguna filípica. No es su estilo. Pero expresará claramente sus opiniones sobre si los valores fundamentales de Europa coinciden con la política de la Unión Europea.

Se ha dicho siempre que, en principio, un papa no acepta ningún tipo de distinciones o premios. ¿Por qué Francisco ha hecho una excepción con el premio Carlomagno?

La junta directiva del premio Carlomagno me pidió que sirviera de intermediario. Fui a donde el papa y le expliqué cuál era el propósito de esta distinción. Europa se encuentra en una situación difícil. Así, pues, se buscó a alguien que fuera una instancia auténtica, creíble y moral. Hay muy pocos. Incluso, Francisco es, quizás, el único. Él, ciertamente, no considera la distinción como un honor personal, sino como una buena oportunidad para decir algo a Europa, a un continente que, según su opinión, está algo cansado.

Usted fue el más importante embajador para el premio Carlomagno que concede la ciudad de Aquisgrán.

No lo sé. Yo fui el cartero.

¿Fue difícil convencer al Papa?

Hay que argumentar cuidadosamente. Poco después, cuando un periodista le preguntó por qué aceptaba el premio, dijo: «Se debe a la testarudez del cardenal Kasper».

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