Más que un ideal es una realidad que se nos concede por gracia, por Luis Fernando Pérez Bustamante

Como habrán podido comprobar los lectores de InfoCatólica, en este portal queremos contribuir a dar una interpretación de la exhortación apostólica Amoris laetitia en conformidad con el magisterio bimilenario de la Iglesia. Esa es la interpretación verdadera de cualquier documento de la Iglesia.

Una de las cuestiones que el papa Francisco aborda varias veces en el texto es el concepto del “ideal” del matrimonio, que en realidad puede trasladarse al “ideal” de toda la vida cristiana. En uno de los puntos de la exhortación leemos:

29… Muchos no sienten que el mensaje de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia haya sido un claro reflejo de la predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera.

Esas palabras del Santo Padre parecen una especie de crítica a la Iglesia por haberse alejado de la actitud de Cristo hacia los pecadores. Pero si alguien piensa que eso significa que la Iglesia no está llamada a proponer el ideal que Cristo propone, yerra. Dice también el Papa:

307. Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza

La clave que puede conjugar la presentación del ideal cristiano y la “cercanía compasiva” con los que están lejos del mismo aparece en este otro punto de Amoris laetitia

37.. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario. 

Efectivamente, hemos de despertar la confianza en la gracia. Sin la gracia de Dios, no hay ideal alcanzable. Sin la gracia de Dios, es imposible que el matrimonio alcance plenamente aquello para lo que ha sido llamado. Sin la gracia de Dios, estamos absolutamente incapacitados para obrar conforme a la voluntad divina. Sin la gracia de Dios, el divorcio, las relaciones tormentosas entre padres e hijos, e incluso entre hermanos, pueden estar a la vuelta de la esquina. Sin la gracia de Dios, el adulterio puede ser imposible de evitar. Etc.

En otras palabras: donde la gran mayoría de los católicos habitualmente no vayan a Misa ni siquiera los domingos, es imposible que esa gran mayoría viva el matrimonio sin profanarlo en la anticoncepción o sin destrozarlo en divorcios y adulteros: “Si no coméis mi cuerpo y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan 6,53).

En realidad, el edificio entero de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia debe construirse sobre una buena predicación y vivencia de la gracia. La razón es clara. Por gracia somos salvos. Por gracia recibimos el perdón de Dios. Por gracia recibimos la capacidad de dejar atrás nuestros pecados. Por gracia se nos abren las puertas a la santidad.

Cuando Cristo anula la posibilidad del divorcio, no tiene intención alguna de “complicar” la existencia de los cristianos. Al contrario, busca devolver al matrimonio al “ideal” originario de Dios en la creación. Cuando Cristo llama adúlteros a los que se divorcian y vuelven a casar, está dando verdadera libertad a aquellos que pueden sentir la tentación de caer en adulterio. Hacer comprender la gravedad del divorcio y el recasamiento es el primer paso para evitar muchos divorcios y muchos adulterios.

Ahora bien, Cristo no solo nos muestra aquello que no debemos hacer, sino que nos capacita con la ayuda de su gracia para no caer en pecado. Al decirnos que “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre“, indica precisamente que es Dios el cemento de la unión matrimonial. Y Dios nunca falla. Por tanto, ante cualquier crisis conyugal, la solución es buscar a Aquél que nos ha unido, para que así no se produzca la ruptura.

Al matrimonio, como al resto de la vida cristiana, se le aplica todo lo que la Escritura dice sobre la necesidad de la conversión:

Marcos 4,17
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Convertios, porque se acerca el reino de Dios.

Hech 3,19
Pedro les contestó: Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hech 26,20 … anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

Rom 6,22-23 
Pero ahora, libres del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.

El primer fruto de la gracia es, pues, convencer al hombre de su condición pecadora y la necesidad del arrepentimiento. Y el verdadero pescador de hombres no esconderá esa realidad a aquellos que son objetos de su pesca. Al contrario, la sacará a la luz, la sacará fuera del agua. No para juzgarla, sino para sanarla. Ese es el gran error de aquellos que piden que callemos ante los pecados de los hombres. O peor aún, que los justifiquemos. Acusan al que hace tal cosa de ser justiciero y de duro corazón. Pero, insistamos, no se trata de señalar el pecado para condenación sino justo para lo contrario.

De hecho, Dios no pretende solo que el hombre se reconozca pecador y busque su perdón. El Señor llama y mueve por el Espíritu santo a la santidad.

1 Ped 1,14-16
Como hijos de obediencia, no os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia, antes, conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo, porque escrito está: “Sed santos, porque santo soy yo”.

Y manda la santidad porque la concede:

2ª Cor 9,8
Y poderoso es Dios para acrecentar en vosotros todo género de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda obra buena.

Fil 2,13
porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito.

Cualquier pastoral basada en la gradualidad debe tener en cuenta que el objetivo final es separar totalmente al fiel del pecado, para que viva en santidad. Y eso en el matrimonio es especialmente necesario. Al fin y al cabo, San Pablo enseña que la relación conyugal es imagen de la relación entre Cristo y su Iglesia. 

Efe 5,31-32
“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". Gran misterio es éste, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesia.

A pesar de las muchas infidelidades de los miembros de la Iglesia, Cristo nunca se “divorcia” de ella. Siempre permanece fiel. Por tanto, no cabe lugar a ningún tipo de aceptación de uniones basadas en el adulterio. No hay excepciones a esa norma. En todo caso, para quienes viven en la ignorancia o en la debilidad pecaminosa hay una progresiva liberación de la misma. La gracia es más que poderosa para librarles del error, para que no dejen a un lado las palabras de Cristo sobre el divorcio y el adulterio.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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