(InfoCatólica) La desesperación culpable de Adán cubriéndose los ojos y el grito de Eva en señal de duelo simbolizan, como puede apreciarse en el fresco de Masaccio «La expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal», la pérdida de la plenitud originaria al dejar de verse recíprocamente a través del misterio de la Creación. En la actualidad, la subversión del hombre contra su Creador encuentra su máxima expresión en la «ideología de género». Poco antes de ser elegido Papa, el cardenal Ratzinger lo manifestaba muy claramente: «La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura (…). El hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo, una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo».
Esta rebelión es la que se interpreta en el nuevo ensayo de Roberto Esteban Duque, «Genitales culturales», la categoría en la que estarían los individuos que trascienden las categorías de varón/mujer, masculino/femenino, un texto prologado por Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián. Munilla realiza un diagnóstico sobre la crisis antropológica que atravesamos: «estamos ya en el tiempo en que la sexualidad se separa de la propia identidad personal». Para ejemplificarlo, el prelado echa mano del relato «arreglar el mundo», de Gabriel García Márquez, donde se cuenta cómo un científico pasaba sus días en su laboratorio intentando resolver problemas del mundo. Cierto día, su hijo lo interrumpió, y para entretenerlo recortó de una revista todo los países de un mapamundi y se lo entregó a su hijo, pensando que le llevaría mucho tiempo componerlo. Pero al poco rato escuchó la voz del niño: «Papá, conseguí terminarlo». Para sorpresa del padre, el mapa estaba completo. «¿Cómo lo has conseguido, si tú no sabías cómo era el mundo?», preguntó el padre. Y el hijo respondió: «No sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di la vuelta a los recortes y comencé a recomponerlo. Cuando conseguí completar la figura humana, resultó que había completado el mundo». Éste es el drama real de nuestro mundo. Hasta que no nos recompongamos nosotros, el mundo no se arreglará. La principal aportación que el mundo necesita es sanar y redescubrir al hombre. El principal problema del mundo es un problema antropológico. Necesitamos sanar las heridas provocadas por la Ideología de género, por el narcisismo, por la incapacidad de amar. En el respeto de la Ley natural se encuentra, según Munilla, la verdadera sanación del hombre.
«Genitales culturales» recoge un análisis cáustico sobre la imposición de las políticas identitarias y el revisionismo cultural, una verdadera religión de Estado donde, además de castigar al disidente, se buscará la desaparición de la familia, el control final de la población por medio del control de la sexualidad y de las relaciones humanas. Según el autor, el esfuerzo por despatologizar la transexualidad se intenta justificar esgrimiendo dos argumentos insostenibles: la negación de la identidad sexual binaria y el argumento de la ilimitada autonomía que se pretende conferir a todos aquellos que deseen modificar su apariencia sexual. Es de señalar positivamente la cantidad de datos y la información de este ensayo crítico y propositivo, así como la multiplicidad de voces desfila por el escenario, escenificando la tragedia donde «cualquier persona puede autodeterminarse hombre o mujer sin que nada ni nadie puedan oponerse».
Porque lo cierto es que es una tragedia lo que aquí se ventila. En la raíz de todo mal se encuentra la ausencia de Dios. En su reciente viaje a Eslovaquia y Hungría, el papa Francisco recordaba que la fe purifica y aleja de la mundanidad, de la cultura de lo efímero que no conoce la fidelidad, que no tolera la cruz y que quiere destruir la Iglesia. El Papa dirá que en Europa «la presencia de Dios se diluye por los ‘vapores’ de un pensamiento único, fruto de la mezcla de viejas y nuevas ideologías». La rebelión contra Dios se manifestó en la cultura en los últimos siglos. Marx y Nietzsche fueron dos de sus figuras paradigmáticas: «mataron» a Dios para afirmar al hombre («viejas ideologías»). Pero la rebeldía actual no es contra Dios -quien ya ha desaparecido del horizonte del hombre contemporáneo- sino contra todo signo suyo en la realidad («nuevas ideologías»). El hombre contemporáneo recusa los signos de Dios en la propia realidad humana.
Actualmente el hombre, en su rebelión contra todo rastro de Dios, rechaza su condición sexuada (la sexualidad, lejos de ser constitutiva, está desintegrada de la persona), adoctrinando así en la cultura de la «reasignación de sexo» desde iniciativas legislativas, algo que traerá graves consecuencias no sólo para las personas afectadas sino para las futuras generaciones y la sociedad en general. Constituye un escándalo de inciertas proporciones que a los niños se les haga creer que pueden convertirse en niñas -y viceversa- porque así lo sienten, provocando una espuria mercantilización del cuerpo de los niños.
La ideología de género ha penetrado en todos los ámbitos de manera imparable y se ha implantado sin advertirlo. Ya estamos incluso domesticados. El objetivo, como es el paso de un orden social a otro completamente nuevo, está cumplido. La ideología de género está plenamente aceptada por nuestro ordenamiento jurídico, como también lo está por el ordenamiento europeo, que tiende a hacerla efectiva mediante el desarrollo de diversas medidas, convirtiéndose así en la nueva forma de comprender al ser humano.
Después de constatar las consecuencias a la que nos vemos arrumbados por los dogmas de la identity politics, y mostradas las deficiencias del Proyecto de Ley de Transexualidad, el sacerdote Roberto Esteban muestra las tesis del feminismo que se están implantando progresivamente en el siglo XXI y la deconstrucción como objetivo de la teoría de género. Una de estas tesis manifiesta que todos deberíamos ser feministas. La principal representante es la feminista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. La autora aboga por criar a la prole no basándose en el género y en las expectativas que solemos aparejar al mismo, sino en las capacidades que niños y niñas van mostrando. Para la escritora estadounidense Roxane Gay, todos somos malos feministas. Ser mala feminista es aceptar ser humano, aceptar ser seres complejos, llenos de contradicciones, sin respuesta para muchas cosas. Otra propuesta subraya la idea de que todos deberíamos combatir la cultura de la violación. La idea principal es que el sistema patriarcal crea y fomenta un modelo mediante el cual en las relaciones entre hombres y mujeres el poder reside en los primeros, siendo unos sujetos activos y otros sujetos pasivos. Si esto es así, hay violencia de todo tipo contra la mujer, precisamente porque siempre es sujeto pasivo. En esta misma línea se encuentra la tesis de que todos deberíamos combatir el nuevo machismo, que consiste en negar que el machismo exista y que la igualdad haya sido conseguida. Es el patriarcado líquido, ese nuevo machismo que se filtra por los medios de comunicación donde se da pábulo a una visión muy firme y asentada de las denuncias falsas por la violencia de género. Es la cultura del simulacro y el velo de la igualdad. Otra tesis la encontramos en la escritora norteamericana Jessa Crispin, para quien el feminismo es lucha política y acción y movimiento que cambia con el sistema. Los obstáculos y desigualdades reales a los que se enfrentan las mujeres afectan a las mujeres pobres; las de clase media y alta pueden comprar el acceso al poder y la igualdad. La muerte del feminismo se ha producido si tenemos a Beyoncé o Ana Botín declarándose «feministas». Una ulterior propuesta sostiene que todos deberíamos construir feminismo.
El apabullante, vigoroso y nefasto proceso de deconstrucción y de ingeniería social llevado a cabo por la teoría de género debería cuando menos inquietarnos: deconstrucción de lo masculino y femenino; deconstrucción de las relaciones: padre, madre, marido, mujer; deconstrucción de la reproducción humana; deconstrucción de la educación; deconstrucción del lenguaje; deconstrucción de la religión. Se trata de una elaboración identitaria, fruto de un proceso psíquico, cultural e histórico, capaz de trascender la consideración del cuerpo como «lugar irremediable al que estoy condenado», como señalara Michel Foucault. Ante el discurso religioso que sostiene que «Dios nos hizo así», se alza otro, según la antropóloga Marta Lamas, que subraya la escasa importancia que tienen los cromosomas para definir la identidad de género, porque «la identidad de escoge». La inviolabilidad del cuerpo y su condición sagrada, la percepción de la transexualidad como antinatura, o la incapacidad de percibir la influencia de los cambios culturales en el psiquismo humano convertirían a la moral sexual de la Iglesia católica, según Lamas, en un frente de resistencia transfóbico.
Por otro lado, no hay peor derecho para la mujer que el derecho a la salud sexual, cuando se le entiende y define desde el enfoque y tema de género. Lo menos que puede objetarse en este enfoque es su ambigüedad: propone una sociedad solidaria, pero promueve una «cultura de la muerte» por las razones más individualistas; denuncia la dominación masculina, pero a través del aborto y los anticonceptivos fortalece esa dominación; reclama el cuerpo femenino como terreno de lucha libertaria, pero lo reafirma como fuente de placer y hedonismo; se queja de la mujer reducida a objeto de placer o explotación, pero universaliza los medios materiales para garantizar esa forma de explotación; lamenta que la mujer ha sido menospreciada, pero desprecia a las mujeres que eligen la maternidad. El ejemplo más próximo de semejante propuesta lo encontramos en la escritora feminista Gloria Steinem, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por haber sido «motor de una de las grandes revoluciones de la sociedad contemporánea», para quien el aborto es «un alivio» y «motivo de celebración».
La principal damnificada de semejante locura colectiva es la familia natural. La refundación de la familia que aquí se propone, con el fin de afrontar con cierta solvencia la arremetida de la ideología de género, exige una cierta creatividad por parte de la propia familia, que consistirá en la capacidad de generar una comunión de personas, en trascender lo doméstico para fecundar la vida de otras familias, y en su deber de convertirse en una fuente renovadora y transformadora de la sociedad. La educación en el amor es la primera y fundamental tarea que deberá afrontar la familia. La existencia y las necesidades del otro estarán siempre por encima del propio interés personal y la independencia. La convivencia familiar se convierte así en un entramado educativo de relaciones interpersonales, resultado de un querer primario y plenificante, de una donación y aceptación radicales, fruto del amor como reconocimiento de la dignidad del ser humano. Los aprendizajes decisivos para la formación de la personalidad humana, de la propia educación de la afectividad, son aprendizajes recibidos en el seno de la familia. Así lo dice D. Goleman: «por más que tratemos de convencernos de lo contrario, todos llevamos la impronta de los hábitos emocionales aprendidos en la relación que sostuvimos con nuestros padres».
El libro lleva un subtítulo: «la necesidad de preservar y rehacer la familia». Lo expresaba con maestría excepcional Chesterton: «El estamento familiar, la casa familiar, debiera preservarse o rehacerse. No debería permitirse que se fuera cayendo a pedazos porque nadie tiene el debido sentido histórico de eso que se está desmoronando». Se requiere recuperar la misma familia como realidad antecedente a la sociedad, «preservarse», salvarla de tantos embates a que se ve sometida. Y se la salvará desde dentro de la propia familia, no desde fuera; «rehaciéndola» desde un ámbito de intimidad, no desde la realización de sus funciones sociales; desde la educación de los hijos, no desde las necesidades sociales inmediatas; desde la consideración de los principios estructurales de la realidad familiar, no desde una mera perspectiva sociológica. El autor concluye: «los intereses por destruir la familia deberán medirse a nuestros esfuerzos por salvarla».
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