(Vatican.news/InfoCatólica) El Pontífice los animó a construir una «Iglesia humilde como Jesús», para así «salir de la autorreferencialidad» y no ceder a la «tentación de la magnificencia».
«Continúen su camino en la libertad del Evangelio, en la creatividad de la fe y en el diálogo que brota de la misericordia de Dios, que nos ha hecho hermanos y hermanas, y que nos llama a ser artesanos de paz y de concordia», es el aliento del Papa Francisco a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas de Eslovaquia, durante el Encuentro en la Catedral de San Martín de Bratislava, en el marco de su 34 Viaje Apostólico a Hungría y Eslovaquia.
Necesitamos una Iglesia que camina unida
Después de agradecer a Monseñor Stanislav Zvolenský, Arzobispo de Bratislava, por las palabras que le dirigió, el Santo Padre les dijo que venía como un hermano, como uno de ellos, para compartir su camino, sus preguntas, los anhelos y las esperanzas de esta Iglesia y de este país. En este sentido, el Papa les dijo que, necesitamos una Iglesia que camina unida, que recorre los caminos de la vida con la llama del Evangelio encendida. «La Iglesia no es una fortaleza, una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficiencia. Aquí en Bratislava el castillo ya existe, ¡y es muy hermoso! Pero la Iglesia es la comunidad que desea atraer hacia Cristo con la alegría del Evangelio, es la levadura que hace fermentar el Reino del amor y de la paz en la masa del mundo».
¡El centro de la Iglesia no es la Iglesia!
Asimismo, el Papa Francisco animó a los Pastores, religiosos y catequistas a no ceder a la tentación de la magnificencia, de la grandeza mundana. La Iglesia, les dijo, debe ser humilde como Jesús, que se despojó de todo, que se hizo pobre para enriquecernos. «Sí, es hermosa una Iglesia humilde que no se separa del mundo y no mira la vida con desapego, sino que la habita desde dentro. Habitar desde dentro, no lo olvidemos: compartir, caminar juntos, acoger las preguntas y las expectativas de la gente. Esto nos ayuda a salir de la autorreferencialidad». ¡El centro de la Iglesia no es la Iglesia! Salgamos de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad. Adentrémonos en cambio en la vida real de la gente y preguntémonos: ¿cuáles son las necesidades y las expectativas espirituales de nuestro pueblo? ¿Qué se espera de la Iglesia?
Sin libertad no hay verdadera humanidad
Ante estas preguntas, el Santo Padre les propuso tres palabras: «libertad, creatividad y diálogo». La primera es libertad. Sin libertad no hay verdadera humanidad, porque el ser humano ha sido creado libre para ser libre. El Papa al recordar los periodos dramáticos de la historia de este país dijo que, son una gran enseñanza: cuando la libertad fue herida, violada y asesinada; la humanidad fue degradada y se abatieron sobre ella las tormentas de la violencia, de la coacción y de la privación de los derechos. «Pero, al mismo tiempo, la libertad no es una conquista automática, que permanece igual una vez para siempre. La libertad siempre es un camino, a veces fatigoso, que hay que renovar continuamente». La libertad llama a ser responsables de las propias decisiones, a discernir, a llevar adelante los procesos de la vida en primera persona.
«Una gran tentación: mejor algunas cebollas que la fatiga y el riesgo de la libertad»
A veces también en la Iglesia, advierte el Papa, nos puede acechar esta idea: es mejor tener todo predefinido, más que ser cristianos responsables y adultos que piensan, interrogan la propia conciencia y se dejan cuestionar. Queridos amigos, no tengan miedo de formar a las personas en una relación madura y libre con Dios. Esto quizá nos dará la impresión de no poder controlarlo todo, de perder fuerza y autoridad; pero la Iglesia de Cristo no quiere dominar las conciencias y ocupar los espacios, quiere ser una «fuente» de esperanza en la vida de las personas. Lo digo sobre todo a los Pastores: ustedes ejercitan el ministerio en un país en el que muchas cosas han cambiado rápidamente y muchos procesos democráticos se han iniciado, pero la libertad todavía es frágil. Por eso los animo a hacerlas crecer libres de una religiosidad rígida. Que ninguno se sienta presionado. Que cada uno pueda descubrir la libertad del Evangelio, entrando gradualmente en relación con Dios, con la confianza de quien sabe que, ante Él, puede llevar la propia historia y las propias heridas sin miedo y sin fingimientos, sin preocuparse de defender la propia imagen.
«Que el anuncio del Evangelio sea liberador, nunca opresor. ¡Y que la Iglesia sea signo de libertad y de acogida!»
Creatividad para anunciar el evangelio
La segunda palabra que propuso el Santo Padre es creatividad. Ustedes son hijos de una gran tradición, que viene desde la predicación y el ministerio de las figuras luminosas de los santos Cirilo y Metodio. Ellos nos enseñan que la evangelización no es nunca una simple repetición del pasado. La alegría del Evangelio siempre es Cristo, pero las sendas para que esta buena noticia pueda abrirse camino en el tiempo y en la historia son diversas. Cirilo y Metodio recorrieron juntos esta parte del continente europeo y, ardientes de pasión por el anuncio del Evangelio, llegaron a inventar un nuevo alfabeto para la traducción de la Biblia, de los textos litúrgicos y de la doctrina cristiana. Fue así que se convirtieron en apóstoles de la inculturación de la fe entre ustedes.
«Cirilo y Metodio fueron inventores de nuevos lenguajes para transmitir el Evangelio, fueron creativos en la traducción del mensaje cristiano, estuvieron tan cerca de la historia de los pueblos que encontraban, que hasta llegaron a hablar su lengua y asimilar su cultura»
Ante la pérdida del sentido de Dios y de la alegría de la fe no sirve lamentarse, atrincherarse en un catolicismo defensivo, juzgar y acusar al mundo; es necesaria la creatividad del Evangelio. ¡Qué hermoso cuando sabemos encontrar caminos, modos y lenguajes nuevos para anunciar el Evangelio! Si con nuestra predicación y nuestra pastoral no logramos entrar más por la vía ordinaria, intentemos abrir espacios diferentes, experimentemos otros caminos. Cirilo y Metodio lo hicieron y nos dicen esto: el Evangelio no puede crecer si no está radicado en la cultura de un pueblo, es decir, en sus símbolos, en sus preguntas, en sus palabras, en su modo de ser. Los dos hermanos tuvieron muchos obstáculos y persecuciones, ustedes lo saben. Fueron acusados de herejía porque se habían atrevido a traducir la lengua de la fe.
«Así es la ideología que nace de la tentación de uniformar. Pero la evangelización es un proceso de inculturación, es semilla fecunda de novedad, es la novedad del Espíritu que renueva todas las cosas»
El diálogo para unir tradiciones y sensibilidades diversas
Finalmente, el Papa Francisco les propuso el diálogo. Una Iglesia que forma en la libertad interior y responsable, que sabe ser creativa adentrándose en la historia y en la cultura, es también una Iglesia que sabe dialogar con el mundo, con el que confiesa a Cristo sin que sea «de los nuestros», con el que vive la fatiga de una búsqueda religiosa, también con el que no cree. Es una Iglesia que, siguiendo el ejemplo de Cirilo y Metodio, reúne y mantiene unido el Oriente y el Occidente, tradiciones y sensibilidades diversas. Una comunidad que, anunciando el Evangelio del amor, hace brotar la comunión, la amistad y el diálogo entre los creyentes, entre las diferentes confesiones cristianas y entre los pueblos.
«La unidad, la comunión y el diálogo siempre son frágiles, especialmente cuando en el pasado hay una historia de dolor que ha dejado cicatrices»
El recuerdo de las heridas puede hacer caer en el resentimiento, en la desconfianza, incluso en el desprecio, induciendo a levantar barreras ante el que es distinto de nosotros. Pero las heridas pueden ser accesos, aberturas que, imitando las llagas del Señor, dejan pasar la misericordia de Dios, su gracia que cambia la vida y nos transforma en agentes de paz y de reconciliación. Sé que ustedes tienen un hermoso proverbio: «A quien te tire una piedra, tú regálale un pan». ¡Esto es muy evangélico! Es la invitación de Jesús a romper el círculo vicioso y destructivo de la violencia, poniendo la otra mejilla a quien nos golpea, para vencer el mal con el bien.
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