Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud


(Daniel Rojas Delgado/InfoCatólica) Cientos de miles de peregrinos, después de la vigilia en la playa de Copacabana, decidimos quedarnos a dormir en la arena, a metros del mar y bajo un cielo estrellado. La mayoría trajo su bolsa de dormir, aunque otros tuvimos que dormir así nomás, como estábamos. De todas formas, todos pasamos bastante frío y nos despertamos cerca de las 6, cuando ya había amanecido, con el sonido del oleaje de fondo. Una hora más tarde, a modo de despertador para los más remolones, pasaron por las pantallas gigantes «Esperanza del amanecer», el himno oficial de la JMJRio2013. La temperatura fue en aumento, pero a las 8 volvió a nublarse.


Pasadas las 9, el helicóptero que transportaba al Papa sobrevoló la playa carioca y aterrizó en el Forte de Copacabana. Casi todo el mundo ya estaba despierto. Las banderas y los cantos de los jóvenes le daban color al día gris. ¿Qué cuántos éramos? 3 millones de personas, equivalente a 38 estadios Maracaná repletos.


Minutos después arrancó el papamóvil y, mientras avanzaba, recibió muchos regalos de la gente. Al acercarse hacia donde estábamos nosotros, muchos se pusieron en guardia con la cámara, listos para disparar lo que podría ser un recuerdo único. Si bien Francisco pasó mirando hacia el otro lado, cuando se alejó, varias mujeres lloraban y se abrazaban; en realidad, la sola presencia del Pontífice bastaba. El sol se dejó entrever nuevamente y más tarde volvió para quedarse.


Tras media hora de viaje en el papamóvil, el Sumo Pontífice llegó al escenario y luego comenzó la misa. La catolicidad de la Iglesia, es decir su universalidad, se expresó en estos días en la diversidad de formas en que se vive y comparte la fe, según cada cultura, y en el acto de clausura, de modo particular, en los diferentes idiomas que se utilizaron.


Durante la homilía, Francisco expresó que la intensidad de lo experimentado durante la JMJ debe continuar, porque si no «sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde». Después añadió que la evangelización no se trata de un pasatiempo, sino que Jesús dijo, como era el lema de esta Jornada, «vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Él quiere, aseguró, «que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor». Nosotros sí que lo sentimos durante nuestra estadía en Brasil.


El Papa nos habló del miedo en siete oportunidades. En una de ellas, aseguró que Dios nos dice lo que dijo a Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Después enfatizó: «Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes». Y lo aplaudimos entusiasmados.


Al mediodía, al finalizar el rezo del Ángelus, se confirmaron los rumores que escuchamos en estos días: la próxima JMJ se realizará dentro de tres años en la ciudad de Cracovia, Polonia, la tierra del beato Juan Pablo II. Las banderas blancas y rojas, entre millones de aplausos, se agitaron con alegría y con fuerza. Después comenzamos a dispersarnos.



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