El niño que tenía dos papás



«Nicolás tiene dos papás» parece ser un libro afortunado. Mientras novelistas y poetas sufren para encontrar una editorial para sus obras, este librito infantil ha sido financiado por la Unión Europea y los Países Bajos. Su calidad literaria debe ser enorme para que los europeos, agobiados por la recesión y el desempleo de millones de hombres y mujeres, destinen fondos comunitarios a fomentar la cultura entre los niños chilenos.


Y por si alguien tuviera alguna duda, nada menos que la Dibam le ha dado su patrocinio. Me imagino que no faltará un ejemplar en cada Bibliometro. Así los pasajeros podremos deleitarnos con este trabalenguas digno de Quevedo:


«Hay niños que viven solo con una mamá o un papá, otros con mamá y papá, y hay otros que viven con dos mamás o con sus abuelos o tíos. Yo vivo con mis dos papás», dice Nicolás, un niño que pronto se transformará en un personaje más popular que Papelucho.


Por desgracia para sus promotores, un episodio de barbarie vino a empañar la hermosa ceremonia de su lanzamiento en la Universidad de Chile. Una mamá evangélica osó comentar que ella no quería algo así para su hijo. En todo caso, para tranquilidad de los presentes, no faltaron los censores que la hicieron callar con prontitud.


La interpretación de este acontecimiento histórico estuvo a cargo del vocero del Movilh: «En los 90 llegamos a las universidades, en el 2002 a la enseñanza media y en el 2008 a la básica. Hoy, gracias al respaldo de muchas instituciones que creen en esta causa y confían en nuestra trayectoria, llegaremos a los jardines infantiles». Nadie se salva de la marea rosa.


Sin quererlo, esta discusión nos proporciona un interesante argumento a quienes pensamos que la educación jamás puede ser neutral. Supongamos que el Movilh tiene la razón, y que tener dos papás es un hecho tan inocuo como tener dos abuelas. Una postura semejante solo puede fundamentarse sobre la base de una determinada visión del hombre. Dicho con otras palabras, para darle la razón al Movilh es necesario adscribir a una determinada filosofía.


Lo mismo, por supuesto, vale para el caso contrario: si pensamos que criarse con dos papás no es la mejor de las posibilidades para nuestros niños, es porque tenemos otra visión del hombre, otra filosofía.


Algún simplista dirá: «¿Dónde está el problema? Lo mejor es que cada uno escoja». Muy bien, pero ¿quién escoge? ¿Los papás? ¿El ministro Eyzaguirre? ¿La tía del jardín? ¿El niño? Cada una de estas respuestas está impregnada de filosofía.


Con todo, las posibilidades fundamentales parecen ser dos: o eligen los papás o elige un funcionario (sea la tía, la autoridad de la Junji o el ministro). Cada una de esas posibilidades refleja una determinada visión de la sociedad.


Como en Chile las cosas se solucionan siempre de manera indirecta, lo que en realidad vamos a tener será algo muy sencillo: «Si usted tiene plata, podrá elegir qué libros les leen a sus hijos en el jardín infantil. Pero si usted es esa señora evangélica, sin recursos ni gran influencia, entonces tendrá que aguantar lo que decida el burócrata de turno. Como usted es poco importante, su protesta solo aparecerá un par de días en las redes sociales y después pasará al olvido».


A mí todo esto me parece terriblemente injusto. Puede que el Movilh tenga toda la razón y que esa señora evangélica y, con ella, millones de chilenos sean unos cavernícolas. Pero hasta los habitantes de las cavernas podían determinar si para sus hijos pequeños era o no conveniente ingerir una determinada comida. Y un libro que trata de una de las cuestiones más decisivas de la vida, que se refiere a la institución que es el origen mismo de la existencia, es mucho más importante que unas verduras o un trozo de mamut.


El determinar el tipo de educación que recibirán los hijos no puede ser un privilegio de las clases adineradas (incluidas en ellas casi todas las figuras de la Nueva Mayoría). En realidad, no debería ser un privilegio, sino la situación normal, que tendría que estar al alcance de todos los chilenos.


Lo que pasa es que, en nuestro país, la normalidad es vista como excepción: parece raro que los pobres puedan educar a los hijos de acuerdo con sus principios, como es infrecuente que tengan una plaza cerca de la casa o una vivienda donde quepa toda su familia. Puede que todo esto parezca raro, pero es lo correcto.


Joaquín García Huidobro


Publicado originalmente en El Mercurio de Santiago



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