(Aleteia/InfoCatólica) Se trata de Silvio Dissegna (1967-1979), un niño nacido en Turín, alegre, inteligente y lleno de vida. Quería ser profesor de escuela -recuerda Radio Vaticano-, así su mamá le regaló para navidad una máquina de escribir; su primera carta la tecleó para ella: «Te agradezco mamá porque me has dado a la luz, porque me has dado la vida que es tan bonita. Yo tengo tantas ganas de vivir».
La enfermedad y la fe de hierro
En la primavera de 1978, con sólo 11 años de edad, llegan los primeros dolores a las piernas. Los médicos confirman que es un cáncer de huesos fulminante.
Se distinguió por la fe vivida de manera sencilla pero firme ante el sufrimiento atroz que le devoraba. Intensificó la oración, y el rosario en sus manos era una fuerza consoladora. Después de la unción del crisma, el 21 de mayo 1978, pidió comulgar todos los días a pesar de que ya no podía caminar. Ciego, postrado en una cama, sabía transmitir auténtica esperanza a quienes le conocían.
La muerte y el legado de amor
En los brazos de la fe, murió a los doce años, el 24 de septiembre de 1979 con la seguridad de encontrar a Jesús en el paraíso. «Yo tengo muchas cosas que decir a Jesús y a la Virgen», decía y ofrecía sus sufrimientos por los sacerdotes y los misioneros y por la salvación de los pecadores.
Un educador de jóvenes entre los venerables
Entre los nuevos venerables, también se encuentra al padre Raimondo Calcagno, nacido en 1888 en Chioggia, Italia, de una familia de pobres pescadores. Desde niño descubrió que su vocación era la docencia.
Entró en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri y se comprometió como sacerdote a la asistencia de los jóvenes, sobre todo de aquellos de origen humilde. Mientras estaba muriendo, se escuchaba el ruido de los niños que jugaban. Y a quien se afanaba por hacerlos callar para respetar sus últimas horas, le dijo: «Déjalos jugar, jamás me han dado fastidio». Murió el 16 de julio 1964.
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