Teresa y su esposo Alfonso no se van con rodeos: «La píldora es un arma de destrucción masiva»



(Portaluz)


El fruto se lo ofreció el demonio a la mujer, ¿por qué a ella y no al varón?


Teresa: El «seréis como dioses» es para la mujer un «seréis como diosas». Por un lado, porque su capacidad para amar es muy alta, pero también lo es para destruir el amor. No digo que el hombre no pueda ser malo, pero al varón se le ve su violencia, a nosotras no. El segundo elemento es la capacidad de engendrar que tiene el matrimonio, pero el santuario lo tiene ella. El útero es el lugar de la Tierra donde la mano de Dios entra directamente y, por eso, todo útero femenino es una bomba de relojería para el diablo.


¿En qué ha consistido exactamente la tentación a la mujer?


T: En considerar el embarazo como una enfermedad, el hijo como una agresión y la relación sexual con el varón como una violación, como una relación de dominio.


Alfonso: Y el arma de destrucción masiva contra la ojiva nuclear de la maternidad ha sido la píldora anticonceptiva, origen de la gran revolución sexual de la segunda mitad del siglo xx. Con la píldora destruyes el significado procreativo y también el significado nupcial, porque con la anticoncepción pones una especie de cláusula en el acuerdo de relación con el hombre: «Me puedes querer a mí pero no a mi fertilidad, eso no entra en el contrato».


¿Cómo afecta a la unión de los esposos?


A: No es casual que la píldora surja en los años 60 y que 10 años más tarde, se empiece a legislar el divorcio. Hay una relación clarísima entre la píldora y el divorcio. El siguiente paso son las leyes abortistas, ya que el aborto viene porque ha fallado la píldora. Es un arma de destrucción masiva. En aquellos años, Pablo vi publicó la encíclica Humanae Vitae, que es una defensa de la mujer y de la vida. Como dice el obispo Munilla, «el rechazo a la HumanaeVitae es el origen de la gran crisis de occidente».


¿Qué hay en la sexualidad que, según su libro, tanto repatea al demonio?


T: En el origen, el mundo y la carne eran don de Dios; ha sido el demonio quien los ha desvirtuado. El mundo y la carne no solo no eran malos, sino que hacían al hombre más grande. La carne es lo que más rechaza el diablo porque, en la unión de un hombre y una mujer, la naturaleza humana se realiza plenamente y, a su vez, constituye el icono de la Santísima Trinidad.


¿Qué artimañas ha usado para convencernos, incluso, de que la Iglesia es enemiga del sexo?


A: El demonio tiene la batalla perdida, por lo que se dedica a engañar. Le da la vuelta a la sexualidad, que es maravillosa en un contexto de amor y entrega, y hace que se convierta en una trampa del egoísmo y del orgullo. Mucha gente se queda empapuzada en la parte genital en vez de ir al final del banquete. La buena noticia es que el GPS para orientarnos es la encarnación, donde se ve claramente que la materia puede ser vehículo de la gracia. Eso es lo que san Juan Pablo II quiso recordar con la Teología del Cuerpo.


T: Dios concibió la sexualidad para que hombre y mujer miraran en su abrazo conyugal solo al otro, buscaran solo el bien del otro y recibieran plenamente al otro, en un lenguaje de miradas y entregas absolutas. Y ese lenguaje del cuerpo quedó trastocado cuando el demonio nos dijo: «Oye, que esto es para que tú recibas placer, deja de mirar al otro y mírate a ti mismo». Rompió el verdadero sentido de la sexualidad.


Y ese sentido pleno se vive solo en el matrimonio...


A: Otro gran engaño de la serpiente es hacernos creer que las relaciones matrimoniales son algo rancio y soso, mientras que lo divertido es la promiscuidad. Pero es justo al revés, esta última produce hastío y cansancio y, en cambio, el matrimonio, en un contexto de entrega, es distinto cada vez; el amor hace nuevas todas las cosas. El sexo libre es similar a la producción en serie; una cosa aburridísima y tremendamente frustrante.


¿Qué tan importante es el pudor?


T: El pudor me protege frente a la mirada del otro, que podría estar deseándome. Yo no quiero ser deseada, sino amada. Pueden desearme miles de hombres; quererme, menos, y entregarse a mí, uno solo. El pudor permite a la mujer diferenciarlo y seleccionar: el hombre es por naturaleza polígamo y tú tienes que convertirlo en tu monógamo. En el «seréis como diosas» también hay un «seréis como hombres».


¿Ha llevado esto a que la mujer abandone el hogar?


T: Sacar a la mujer del hogar es una prioridad para el demonio, para dejarlo vacío. La única forma que tenía de sacarla era que negara la maternidad, porque esta le ata al hogar, que negara el cuidado de los primeros años de los hijos y que negara el hogar como lugar de reposo de la familia.


¿Qué consejos daríais para darle una patada al demonio y custodiar nuestro matrimonio?


T: El día que nos casamos, Dios nos cambió el nombre: yo me llamo Alfonso y Alfonso se llama Teresa. Para superarlo todo es clave pensar que, desde ese día, yo solo pienso en Alfonso, le excuso y sus defectos no se los cuento a nadie, ni siquiera a mí. Lo protejo, porque, como me llamo Alfonso, solo pienso en él, solo vivo para él. Lo mismo le ocurre a él conmigo… ahí es donde está la grandeza. Por eso es importante casarse con la persona que esté dispuesta a llamarse con el nombre del otro y a vivirlo. El diablo, como es el egoísta por antonomasia, nos sopla al oído: «Piensa en ti, tienes derechos», y, sin embargo, lo que Dios nos susurra es que aparezca el otro en tu vida; tú ya no eres tú.



Etiquetas:

Publicar un comentario

[blogger][facebook]

Agencia Catolica

Forma de Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets