Estamos en unas circunstancias históricas muy especiales puesto que hay situaciones que nos hacen mirar el futuro con cierta perplejidad. Europa no debe acomplejarse de seguir identificándose con lo que es. Descubrir sus propios orígenes y avivar sus raíces es un fruto de la sabiduría. «El viejo continente necesita a Jesucristo para no perder su alma y no perder aquello que lo ha hecho grande en el pasado y que todavía hoy lo presenta a la admiración de los demás pueblos» (Juan Pablo II, 26 de febrero 2002). La Unión Europea debe reencontrar especialmente un alma, dotarse de una gramática del espíritu, puesto que es evidente que sólo los resultados materiales no bastan para satisfacer las aspiraciones humanas.
Y hay varios efectos negativos que vienen propiciados por centrar todo en una sociedad de bienestar material. Uno de ellos es el de la ideología subyacente que pretende marginar y eliminar a Dios. «La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera» (Juan Pablo II, 13 de julio 2003). Vivir no sólo a espaldas de la fe en Dios sino, mucho peor, transitar por la vida creyendo que la palabra Dios debe desaparecer del diccionario puesto que el hombre se basta por si mismo y no necesita a Dios. Es el gran drama de hoy a pesar de que nos quieran convencer que cuánto más se progresa menos necesario es Dios. Ya no se cuestiona si Dios existe, se está convencido que ni siquiera he de preguntármelo. La Unidad Europea no se puede construir sólo con la economía; Europa tiene necesidad de un alma, del alma cristiana.
Otro de los efectos negativos es la falta de sentido de la persona. La ideología de género ha trastocado y destronado a la persona de su propia identidad. «El hombre moderno, influenciado por esta ideología, pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo. Se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se auto-crea y se convierte en un dios para sí mismo» (Benedicto XVI, Ideología de género, «falacia profunda», 22 de diciembre 2012). Se devalúa tanto la persona que se convierte en un puro objeto al socaire de los deseos de cada uno. Según esta filosofía, sigue diciendo el mismo Papa, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el ser humano debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente.
Como consecuencia de este modo de pensar, proceder y vivir se desnaturaliza y aparca a la familia. «Entre los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar, encontramos la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente las dignidad del matrimonio, al respeto al derecho a la vida y a la identidad de la familia» (Doc. Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, n. 40, 22 de diciembre 2012). No es una broma de mal gusto, es un camino de autodestrucción si se sigue animando y potenciando esta ideología.
Por eso hoy se nos exige a los cristianos una mayor evangelización y un mayor testimonio. No olvidemos que allí donde la libertad de hacer –según el pensamiento del Papa Benedicto XVI- se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también al hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre. A la verdad no se la puede camuflar u ocultar porque al final sale del escondrijo.
+ Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela
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