La epidemia del COVID-19 lleva a algunos obispos a declarar su falta de fe en los milagros

(InfoCatólica) Con motivo de la epidemia del coronavirus, varios obispos de todo el mundo, aparentemente, están aprovechando para declarar que no creen en los milagros. 

El último obispo en hacer una declaración de este tipo ha sido Mons. Marc Stenger, obispo de Troyes (Francia). Hace unos días, en una carta publicada en el sitio web de su diócesis, el obispo exhortó a que «no esperemos de [Dios] que haga milagros, que nos libre del coronavirus». No explicó, sin embargo, por qué la Iglesia lleva dos milenios pidiendo a Dios que nos libre de epidemias, enfermedades y otros males terrenales.

Irónicamente, el prelado francés comenzaba su carta con una cita clarísima de San Pablo, en la que el Apóstol precisamente estaba hablando de los milagros de la gracia: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». La interpretación que el obispo hace de esta frase, sin embargo, consiste en que nuestra fuerza está en «nuestra capacidad de mantenernos en pie» y nuestra «solidaridad» y nuestro «sentido de la responsabilidad». En cambio, lo que hace Dios es «acompañar con amor nuestra debilidad».

No se trata solamente de una opinión francesa. Hace una semana, el cardenal Jean-Claude Hollerich de Luxemburgo, Presidente de la Unión Europea de Conferencias Episcopales, hizo unas declaraciones similares. En relación con la suspensión del culto público, señaló que «hay algunos que se quejan y que alientan una creencia en los milagros que no comparto». En ese sentido también afirmó que «proteger la vida debe ser una prioridad absoluta», a pesar de que la Iglesia siempre ha enseñado que la prioridad absoluta es proteger la vida eterna, no la mera vida terrena.

España no es inmune a esta aparente moda episcopal. Mons. Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid y portavoz de la Conferencia Episcopal, afirmó a comienzos de este mes en una rueda de prensa de la Asamblea Plenaria de los obispos: «No pensemos que la Virgen de las Angustias, o de la Piedad o la de la Vera Cruz nos vayan a curar la enfermedad. Eso no. Pero seguramente puedan ayudar a […] cultivar la confianza en las relaciones de unos con otros». Según el prelado, esas advocaciones surgieron porque, con ellas, los angustiados «pasaban su angustia a la Virgen de las Angustias, pasaban su dolor a la Virgen de los Dolores».

La doctrina católica y la mala doctrina difundida durante décadas

Es difícil de entender que obispos en ejercicio muestren su incredulidad sobre la posibilidad misma de los milagros físicos, teniendo en cuenta que el Evangelio está lleno de relatos de esos milagros,la Iglesia pide constantemente esos milagros en su oración pública y  el Concilio Vaticano I anatematizó a quien «dijere que no puede darse ningún milagro y que, por ende, todas las narraciones sobre ellos, aún las contenidas en la Sagrada Escritura, hay que relegarlas entre las fábulas o mitos».

Ciertamente, es posible que se trate de maneras desafortunadas de expresarse, pero llama la atención que esas afirmaciones no hayan sido corregidas o aclaradas después.

A ese respecto, también conviene tener en cuenta que los obispos llevan décadas tolerando o incluso fomentando que ciertos «teólogos» nieguen la existencia de los milagros. Por ejemplo, el teólogo jesuita Víctor Codina publicó un artículo afirmando taxativamente que «no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la creación y nuestra libertad». Otro teólogo español, José Antonio Pagola, negó la existencia de milagros que no fueran psicológicos con el nihil obstat de su obispo y tuvo que ser desautorizado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero sus libros siguen vendiéndose en librerías diocesanas y religiosas de todo el país.

Podrían citarse muchos casos más, pero quizá el más significativo sea el del cardenal Walter Kasper y su obra principal Jesús, el Cristo, que ha sido utilizada en multitud de seminarios, para formar a los actuales sacerdotes y obispos. En esta obra, el cardenal niega que la mayoría los milagros de Jesús narrados en los Evangelios fueran hechos históricos y los considera «proyecciones de experiencias pascuales introducidas en la vida terrena de Jesús», «añadido secundario», relatos «legendarios», pero en ningún caso una intervención directa de Dios más allá de las leyes naturales.

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