Los obispos de Inglaterra y Gales piden a los fieles guardar el domingo para el Señor

(InfoCatólica) Declaración pastoral de los obispos católicos de Inglaterra y Gales a sus fieles

Honrar el domingo

A medida que se desarrolla el Camino Sinodal de escucha y discernimiento, nosotros, los obispos de Inglaterra y Gales, prestamos especial atención a las esperanzas y los temores, las alegrías y las angustias de todos los que comparten sus pensamientos y sentimientos con nosotros.

Anhelando al Señor

Estamos atentos a la experiencia del último año, en el que hemos vivido nuestra fe a través de las limitaciones de la pandemia. Hemos oído hablar de la añoranza que algunos expresan como «morriña». Queremos estar en presencia del Santísimo Sacramento. Anhelamos celebrar juntos los sacramentos, especialmente el Santo Sacrificio de la Misa. Deseamos ser alimentados por nuestro Señor en la Santa Comunión. La transmisión en directo de la Misa y la notable respuesta de nuestras comunidades católicas a los necesitados, han proporcionado consuelo, sustento y resilencia.

La Eucaristía, fuente y cumbre

La Eucaristía es la fuente y la cumbre de nuestra vida espiritual y pastoral. Muchas personas nos han dicho que han apreciado la noble sencillez de la Misa en este tiempo, que ha permitido que resplandezca el misterio y la majestuosidad del amor sacrificado de nuestro Señor.

El atractivo central de la Misa, su belleza y su trascendencia, eleva nuestra mente y nuestro corazón a Dios de manera inequívoca y convincente. Nuestro Señor Jesús nos invita a recibir de nuevo el don del domingo como día preeminente, el día de la Resurrección, cuando la Iglesia se reúne para celebrar la Eucaristía. Aquí estamos juntos ante nuestro Padre celestial, ofreciendo nuestra acción de gracias y nuestra oración, por medio de nuestro Salvador en el Espíritu Santo. Aquí recibimos a Cristo en su Palabra. Aquí nos alimentamos de Cristo en su precioso Cuerpo y Sangre. Esta es nuestra principal alegría, que no tiene sustituto, y de la que sacamos nuestra fuerza.

El don de la Eucaristía dominical

La Eucaristía dominical es un don; como pueblo santo de Dios estamos llamados a alabar y agradecer a Dios de la manera más sublime posible. Cuando la Iglesia habla de la obligación dominical, nos recuerda que asistir a la Misa es una respuesta personal a la ofrenda desinteresada del amor de Cristo.

En este momento, reconocemos que para algunas personas puede haber ciertos factores que dificultan la asistencia a la misa dominical. Es evidente que la pandemia no ha terminado. El riesgo de infección sigue presente. Para algunos, existe un miedo legítimo a reunirse. Como vuestros obispos, reconocemos que estas circunstancias imperantes sugieren que no todo el mundo está todavía en condiciones de cumplir el deber absoluto de asistir libremente a la misa dominical.

Responder al don

Ahora animamos a todos los católicos a que vuelvan a examinar las pautas que se han formado en los últimos meses con respecto a la asistencia a la Misa de los domingos. Esto incluiría la consideración y reflexión sobre lo que podríamos hacer los domingos, como hacer deporte o ir de compras, u otras actividades de ocio y sociales. Esta revisión, y las decisiones que de ella se deriven, corresponden a cada católico y confiamos en que se haga con honestidad, motivada por un verdadero amor al Señor que encontramos en la Misa.

La Misa dominical es el latido mismo de la Iglesia y de nuestra vida personal de fe. Nos reunimos el «primer día de la semana» y nos dedicamos a la enseñanza de los apóstoles y a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones (Hechos 2:42). La Eucaristía nos sostiene y nos estimula, renovando nuestra gratitud y nuestra esperanza. Cuando decimos «Amén» a Cristo al recibir su Cuerpo y su Sangre, expresamos el amor de Dios que está en lo más profundo de nosotros, y al final de la Misa, cuando somos enviados, expresamos nuestro amor al prójimo, especialmente a los necesitados. Estas dos dimensiones revelan el pleno significado de nuestra fe. Estamos reunidos y somos enviados, rezamos y somos alimentados, adoramos y veneramos; todo ello es intrínseco a nuestra vida de bautizados en Cristo.

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