(HO) El P. Custodio Ballester nos ofrece nada más regresar de este país azotado por la guerra un magnífico testimonio sobre la situación material, moral y religiosa del pueblo ucraniano, que se enfrenta a una de las coyunturas más decisivas de su historia. Allí ha recibido impresionantes testimonios de firmeza en la fe cristiana de boca de las mismas víctimas del odio y la persecución; en medio de la violencia, ha compartido la respuesta ejemplar en Cristo de soldados y sus capellanes, de los que sufren en los hospitales o en los campos de refugiados....
Acaba de regresar del país, en plena situación bélica. ¿Cómo surge este viaje?
Hace tres días que regresé de Ucrania. La Asociación Territorio de la Vida, dirigida por Victoria Postoyuk y patrocinada por la Iglesia Evangélica Peniel de la que Valery -su marido- es pastor. Ellos apoyan de muchas maneras la actividad de Derecho a Vivir en Barcelona. Quisieron organizar un viaje con algunos amigos –ucranianos, rusos y españoles- para conocer la situación material, moral y religiosa del pueblo ucraniano, que se enfrenta a una de las coyunturas más decisivas de su historia. Con poco más de 20 años como nación, Ucrania ha vivido sometida a gobiernos corruptos que se movieron siempre en la órbita de Moscú.
Rusia no tiene prácticamente recursos alimentarios propios y ha mirado siempre a Ucrania como un estratégico granero agrícola con recursos ilimitados. Ucrania depende asimismo del suministro del gas siberiano. Por ello, la Federación Rusa ha querido tenerla en el ámbito de su influencia directa. El anterior jefe de Gobierno -derrocado por las revueltas de la plaza Maidán en Kiev-, Víctor Yanukovich, huyó a Rusia donde vive tan ricamente con las divisas que sustrajo al banco nacional. El antiguo general en jefe del ejército ucraniano lucía en su uniforme de gala la insignia de KGB. La gota que colmó el vaso fue la negativa de su gobierno a suscribir un acuerdo de cooperación con la Unión Europea. Las revueltas populares y la caída del gobierno prorruso llevaron al Presidente Putin a aprovechar la debilidad de un ejército ucraniano formado por 5.000 hombres mal pertrechados para anexionarse Crimea y atacar con soldados sin uniforme, pero apoyados por misiles y artillería rusa, las regiones de Dombass, Donetsk y Lugansk, en la frontera del Este.
¿Qué imagen se observa en el país?
Hemos visitado un país en guerra por su supervivencia. Ellos la ven como una especie de guerra civil, pues las familias ucranianas están muy mezcladas con las rusas: madre ucraniana, abuela rusa y al revés. Se ven soldados de permiso por las calles, los lugares estratégicos (puentes, aeropuertos y estaciones) están discreta pero evidentemente vigilados y lo más sorprendente: los soldados movilizados deben comprar a sus expensas el uniforme, las botas y la ropa de abrigo. El ejército proporciona exclusivamente el material de guerra. El Estado ucraniano está arruinado.
Ha podido conocer de primera mano muchos testimonios de fe, en medio de la violencia, junto a otras comunidades cristianas, acompañando a los capellanes militares...
Efectivamente. En Kiev nos acogió la Comunidad Mesiánica del pastor Boris. Se trata judíos que han aceptado a Cristo y se han hecho bautizar en la comunidad evangélica. Tienen su propia iglesia y celebran las fiestas hebreas. Quieren ser la primicia del pueblo de Israel que acepta a Jesucristo como su salvador. «Quien bendice a Israel, bendice a Jesucristo», nos decía el pastor Boris. Nos acompañó a visitar Babi Yar, un barranco a las afueras de la capital donde los nazis masacraron a 33000 judíos de Kiev a golpe de metralleta el 30 de septiembre de 1941. A partir de ese momento empezaron a utilizar el gas para sus crímenes, pues los soldados que participaban en las matanzas se desquiciaban. Allí ante una menorah de piedra –el candelabro de 9 brazos- que conmemora el hecho elevamos con el pastor Boris una oración a nuestro Salvador que calentó nuestros corazones.
En el local de esta iglesia mesiánica conocimos a Alejandro, capellán militar del ejército ucraniano. Nos impresionó su deseo de ir donde más se le necesitaba. Se turna con otros sacerdotes en la atención a sus soldados. Se paga, como todos, el uniforme, las botas y el casco. Por sus medios viaja hasta su unidad y se queda con ellos un mes. Luego vuelve a casa por una semana y vuelve a empezar.
Háblenos de la situación en los hospitales, que también ha podido conocer...
Con unas voluntarias de la iglesia mesiánica visitamos el Hospital Militar de Kiev. Todas las semanas acuden un par de veces para llevar consuelo y ayuda material a unos soldados heridos que lejos de sus casas pasan muchas horas solos. Encontramos a un comandante de paisano que visitaba a sus hombres heridos y daba a cada uno 10 euros para que recargaran el móvil y llamaran a casa. Él personalmente les estaba tramitando ante el Ministerio de Defensa las ayudas que les correspondían por sus heridas. Un oficial que así actúa no sólo es un buen cristiano, sino un verdadero líder apreciado por aquellos que tienen bajo su mando.
Allí encontramos al soldado Basili, de veinte años, atravesado por la bala de un francotirador durante el último verano, paralizado completamente. Acompañado por su madre nos miraba con los ojos abiertos y nos hablaba de lo triste que era que una bala le hubiera segado toda su existencia. Su madre lloraba mientras le escuchaba. Victoria le dijo que ahora era un soldado de Cristo y que su combate continuaba, pero ahora era contra la desesperación y el desaliento, que sus heridas podían llenarse de luz si no perdía la fe en Dios que resucitó a su Hijo de entre los muertos. Son greco-católicos. Oramos con él. Bendije el aceite que llevaban nuestros hermanos evangélicos y le di la Santa Unción. Todos llorábamos en silencio con él. Dios bendiga a esa madre que sufre desde la fe y espera la operación de neurocirugía que podría devolver la movilidad al chico.
También estuvo acompañando a los refugiados...
Sí. Tras lo anterior, viajamos toda la noche con un tren antiquísimo, pero muy calentito, a la ciudad portuaria de Nicolaiev, muy cerca del Mar Negro, a 80 kilómetros de Odessa. El pastor evangélico Oleg nos abrió las puertas de su iglesia y de su gente como un verdadero hermano. Nos llevó a conocer a una asociación de ayuda a los refugiados desplazados de la zona de guerra.
Cada día llegan a Kiev dos trenes repletos de ancianos, mujeres y niños que hay que distribuir en toda Ucrania por caridad cristiana. Se calcula que hay más de dos millones de refugiados de las regiones de Dombass, Lugantsk y Donetsk. La responsable nos explicó que tenía a su marido herido en una pierna en el hospital militar y que Ucrania para preservar su independencia «debía luchar contra los rusos hasta la muerte». El pastor Oleg la contradijo con suavidad y energía: «Ucrania debe defender sus derechos, debe resistir. Pero Ucrania no debe buscar la destrucción del enemigo… porque Ucrania quiere la paz y la paz es Cristo. Es mejor una mala paz que una guerra sin fin». Entendí entonces qué significa para las iglesias de Ucrania qué es ser levadura en la masa, luz del mundo y una ciudad en lo alto del monte. La Iglesia debe dar la razón adecuada para vivir, para luchar por un mundo mejor. La Iglesia debe ofrecer desde Cristo el criterio correcto para juzgar los acontecimientos y actuar en consecuencia.
Ha sido testigo también de impresionantes testimonios de cristianos que han sufrido el odio y la persecución, y que por cierto no olvidan, ni en estas circunstancias, su actividad provida....
Los hermanos evangélicos nos prepararon un encuentro con la Parroquia católica de San José de Nicolaiev. Mientras merendábamos en la casa abadía con el párroco Alejandro y el padre Nicolás, párroco de Donetsk expulsado por los prorrusos, explicaron que en las zonas ocupadas por los separatistas han expulsado a todos los pastores protestantes, sacerdotes católicos y ortodoxos del Patriarcado de Kiev y sus iglesias cerradas o destruidas. Sólo está permitido el culto ortodoxo dependiente del Patriarcado de Moscú. Lo que soliviantó a los partidarios de la unión con Rusia fue que todas las confesiones cristianas se reunían diariamente en Donetsk para rezar por la paz en Ucrania. Nos hablaron también de la actividad provida de la parroquia, que cada mes reza y rescata ante un abortorio de la ciudad.
Llamó nuestra atención la presencia de Edmund, un pastor protestante que departía con los sacerdotes en fraternal camaradería. Nos invitó a acompañarlo a la reunión semanal de oración en la que todos los pastores y sacerdotes católicos de Nicolaiev oran juntos y deciden acciones concretas de atención a los refugiados y a los soldados que combaten.
Oleg nos presentó luego al pastor Alejandro, que fue detenido en Donetsk y torturado por los milicianos prorrusos. Durante cuatro días lo tuvieron sin dormir, interrogándolo y maltratándolo. Colgado boca abajo por un gancho le golpearon con porras el pecho y la espalda. Hicieron con él un simulacro de fusilamiento ante una fosa llena de cadáveres. Sólo le soltaron cuando su esposa y una docena de miembros de su congregación fueron a plena luz del día al cuartel de la policía y les gritaron que los mataran también a ellos, si no dejaban en libertad al pastor.
Al preguntarle al pastor por sus sentimientos hacia los que le hicieron sufrir contestó que el Señor le concedió la gracia de no odiarles ni antes ni ahora y de sentir compasión por ellos. «Cuando apuntaron sus fusiles contra mí les dije: Yo estoy en manos de Dios y Él me recogerá. No envidio la vida que vais a llevar vosotros después de matarme». Empezaron a disparar a sus pies pero no le hirieron. Un verdadero confesor de la fe. «No soy su hijo –le dije- pero quiero que rece por mí como si lo fuese». Me impuso sus manos y le pidió al Señor que me convirtiese en instrumento de su amor para derrotar el reino de la muerte.
Al final de nuestra estancia en Nicolaiev, el pastor Oleg me invitó a dar testimonio en la asamblea dominical de su iglesia. Recordé allí las palabras de San Pablo: «Porque si tus labios profesan que Jesús es Señor y crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás. La fe del corazón nos hace justos y la profesión de los labios obtiene la salvación (Rm 10, 9). Y eso es así para todos: católicos, protestantes y ortodoxos. Profesemos la fe de palabra y de obra y obtendremos la salvación no por nuestros méritos, sino por la misericordia de Dios».
¿Cómo resumiría esta experiencia?
En la Parroquia de San José, el domingo, pude dirigir unas palabras que resumen nuestra estancia en Ucrania: «Tenéis sobre el altar una inscripción con las palabras de Jesucristo: Ut omnes unum sint. En Nicolaiev se están cumpliendo. Pues si no podemos estar de acuerdo en la teología con nuestros hermanos protestantes, sí que podemos juntos hacer el bien en nombre de Jesucristo. Y lo estáis haciendo. Vuestro corazón y vuestra alma son una sola cosa con Cristo. ¡Dios bendiga vuestra unidad en el bien! ¡Dios bendiga esta tierra llena de fe en Dios y caridad para con el que sufre».
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