¿Se puede ser buena persona sin ir a Misa?

A lo largo de mi vida me he quedado un poco, o más bien, un mucho harto de oír frases como: «se puede ser buena persona sin ir a Misa y muchos de los que van a Misa no son precisamente buenas personas ni dan precisamente un buen ejemplo».

Como todas las medias verdades se trata de una afirmación peligrosa por lo fácil que es que induzca a error. Ante todo hemos de afirmar que se puede ser buena persona y no ser cristiano. Todos conocemos a personas honradas e íntegras que no son cristianos, aparte que no debemos ni podemos juzgar a los demás. Pero tampoco los creyentes debemos andar con complejos de inferioridad. Cuando se compara creyentes con ateos debemos distinguir dos campos distintos: el campo de las ideas y el campo de la práctica. Y creo que en ambos la superioridad de los creyentes roza la evidencia.

Ninguna doctrina religiosa ni política alcanza la perfección de la doctrina cristiana, que, al fin y al cabo, ha sido fundada por Cristo, que es Dios hecho hombre. Para la doctrina cristiana el motor que ha de mover la Sociedad es el amor. Cuando le preguntan a Jesús que cuál es el mandamiento principal respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Ester mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,38-39). No nos olvidemos que Dios es Amor (cf. 1 Ju 4,8 y 16) y que es el amor el que da sentido a nuestra existencia amenazada por el mal.

El amor es por tanto el motor que debe mover la vida cristiana. Como nos dice San Juan de la Cruz: «al final de tu vida te examinarán del amor». Y para hacer el Bien, que es la consecuencia del amor, contamos con la ayuda inestimable de la gracia de Dios y de los sacramentos, lugares privilegiados de nuestro encuentro con Dios, en especial los de la Penitencia, que nos ayuda a corregirnos de nuestras desviaciones, y el de la Eucaristía, que es por excelencia el sacramento del amor.

En cambio, en las ideologías no creyentes lo que prima es la no aceptación de Dios, sea por un rechazo abierto, sea por prescindir de Él. Esta no aceptación hace que no sea el amor lo que motiva la acción social, sino que por el contrario sus motores son las luchas fratricidas y el odio. Así la lucha de clases en el marxismo, la racial en el nazismo, la de sexos en la ideología de género, y en el relativismo la no distinción entre Bien y Mal, entre Verdad y Mentira, pues lo que hoy puede ser un crimen, mañana puede ser un derecho, como ya ha sucedido con el aborto y la eutanasia, y es que el amor siempre es superior al odio. Además al no aceptar el pecado original y la inclinación al mal existente en el hombre, tratan de edificar la Sociedad sobre un ser humano que no existe, lo que hace que esa construcción se realice sobre pilares falsos abocados a la ruina, como lo prueban los millones y millones de personas asesinadas o con las vidas destrozadas como consecuencia de estas ideologías.

Y si nos vamos al campo de la acción práctica, la superioridad de los creyentes es clara. La inmensa mayoría de las obras sociales son de instituciones religiosas o de creyentes, y es que la entrega de una persona que actúa por amor a Dios es muy superior a la de la que actúa por motivos simplemente humanistas. Esto se ve claro en momentos de persecución; mientras la gran mayoría de las ONG desparecen, se quedan allí sólo los misioneros y misioneras. E incluso en nuestros países la gran mayoría de instituciones sociales son de la Iglesia. Recuerdo que en cierta ocasión en una charla, alguien preguntó: «¿Qué hace la Iglesia por los pobres?» Recuerdo le respondí con otra pregunta para él y todo el público: «Cítenme alguien que haga más por los pobres que la Iglesia Católica». Un silencio clamoroso fue la respuesta.

Pero incluso a la hora de hacer el mal creo lo hacemos mucho menos. Supongo se me recordará la Inquisición, las Cruzadas y la pedofilia. Sobre ésta, no hace mucho oí el siguiente dato: de más de cuarenta y cinco mil casos de abuso sexual que hasta Octubre hubo en España, sólo treinta y tres afectaban a sacerdotes, aunque estoy de acuerdo que uno solo ya es mucho. Por el contrario los no creyentes tienen las manos mucho más manchadas de sangre que nosotros y a la hora de robar, véase lo sucedido en Andalucía, son unos campeones. La sabiduría popular lo expresa en este refrán: «delante de la casa del creyente no dejes trigo, delante de la del no creyente ni el trigo ni la cebada».

Pedro Trevijano

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