(InfoCatólica) Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio (cf. Mt 1,18-24) nos guía hacia la Navidad a través de la experiencia de José, de San José, una figura aparentemente en segundo plano, pero en cuya actitud está encerrada toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan el Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. Uno que no predica, que no habla, pero trata de hacer la voluntad de Dios; y la cumple al estilo del Evangelio y de las Bienaventuranzas: «Dichosos los pobres de corazón, porque el Reino de Dios les pertenece» (Mt 5,3). Y José es pobre porque vive de lo esencial; trabaja, vive del trabajo, es la pobreza típica de aquellos que son conscientes de depender en todo de Dios y en Él depositan toda su confianza.
La historia del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente vergonzosa y contrastante. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un bebé por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente queda turbado, pero… en vez de reaccionar de manera impulsiva y punitiva, como ocurría en esa época con la ley, busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. Dice el Evangelio: «José, su esposo, que era un hombre justo y no queriendo ponerla en evidencia, pensó en dejarla en secreto» (v. 19)». José, de hecho, sabía bien que si hubiera denunciado a su prometida, la habría expuesto a graves consecuencias, incluso a la muerte. Él tiene plena confianza en María, a quien ha elegido como su esposa, no entiende, pero busca otra solución.
Esta inexplicable circunstancia le lleva a cuestionar su unión. Por eso, con gran sufrimiento, decide alejarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que está proyectando no es la que quiere Dios, más bien, el Señor le abre un camino nuevo, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dice: «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo» (v. 20).
En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto modo, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño engendrado en el vientre de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será el cuidador asumiendo completamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre amable y sabio nos insta a mirar hacia arriba y ver más allá de lo que vemos. Se trata de recuperar la asombrosa lógica de Dios que, lejos de los pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y su Palabra.
Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a ponernos a la escucha de Jesús que viene, y que pide ser incluido en nuestros proyectos y en nuestras elecciones.
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