(InfoCatólica) La carta consta de diez capítulos en los que se abordan los siguientes temas, de los que destacamos algunos párrafos:
1) Los XXV años de la restauración, por el Papa San Juan Pablo II, de la Diócesis Complutense.
En su momento también se hizo posible una extensión del Pontificio Instituto Juan Pablo II para ofrecer un máster en ciencias del matrimonio y de la familia con el que proveer los medios necesarios para afrontar los retos de una pastoral de la familia y de la vida. Gracias a Dios, el trabajo realizado hasta ahora ha contribuido a desarrollar los servicios diocesanos para las familias: el Centro de Orientación Familiar, la Escuela de Padres y de Familias y los cursos de laicos encargados de la preparación al matrimonio.
2) El Jubileo de la Misericordia convocado por el Papa Francisco
Con el corazón limpio se nos invita también a celebrar la Acción de Gracias con la Eucaristía, peregrinando a la catedral y a los santuarios más significativos. Se nos pide de manera especial cuidar el Sacramento de la Penitencia continuando la experiencia de las 24 horas para el Señor y ofreciendo itinerarios que conduzcan a recuperar el sacramento del perdón. Para ello el Santo Padre nos pide que preparemos sacerdotes misioneros de la misericordia que, durante el tiempo de Cuaresma sean capaces de expresar los sentimientos del Buen Pastor en su misión de predicar y confesar.
3) Una mirada al contexto cultural y social analizando la secularización y sus consecuencias, las raíces de la secularización, el secularismo, el laicismo y el relativismo moral, el nihilismo, la pérdida del alma y la postura de la Iglesia respecto a todo ello
El fenómeno más fuerte que ha sufrido España en el postconcilio, y en estos últimos veinticinco años, es la secularización...
Con el tema de la secularización no podemos ser ingenuos. Las raíces de la secularización vienen desde Lutero y desde la Ilustración...
Lo que resulta evidente es que a la secularización le ha seguido el secularismo que ya no es simplemente afirmar la irrelevancia de Dios, sino construir al hombre y a la sociedad en contra de Dios.
En España, desde la transición política, el secularismo se ha manifestado como laicismo y relativismo moral. Con ello ya no se trata de expulsar a Dios del Estado; sino expulsarlo de la sociedad, del modo de entenderse el hombre, de la ética y de la vida social. Con este fin se han configurado las nuevas leyes que proclaman nuevos derechos humanos como el aborto, la eutanasia, la anticoncepción, la reproducción asistida; el divorcio exprés, la entronización de la ideología de género en el ámbito educativo y en la sanidad, la demolición de matrimonios con la equiparación al mismo de las uniones de hecho y de las uniones de las personas del mismo sexo; los atentados contra los signos religiosos en los espacios públicos; la pretensión de expulsar de la escuela la enseñanza de la religión, el rechazo de la presencia religiosa en los actos públicos, etc.
Al expulsar a Dios del Estado y de la sociedad se ha destruido toda posibilidad de fundamento que no dependa del consenso y de la opinión. La dictadura del relativismo conduce a la ausencia de toda verdad afirmada como fundamento del hombre y de la sociedad, como espacio para la afirmación de lo específicamente humano que no depende del consenso ni de la opinión.
... resulta claro que hemos sufrido un fuerte proceso de ingeniería social que, en connivencia con el Nuevo Orden Mundial, dirigido por oligarquías económicas, han tomado a España como un laboratorio donde experimentar la disolución de la antropología cristiana y, en definitiva, de la civilización cristiana con referencias claras contra la Iglesia católica.
Los partidos políticos y la misma organización del Estado han actuado en España como estructuras de pecado ( Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 36) que han contribuido, con los medios de comunicación, a expulsar a Dios del Estado, de la sociedad y del corazón humano.
Perder el vínculo de la religión, arrancar a Dios del corazón humano y de la sociedad es lo que está conduciendo a España a perder el alma católica que ha inspirado su historia.
... la secularización avanzaba también en el interior de la Iglesia dando síntomas verdaderamente preocupantes: secularización de sacerdotes, crisis de vocaciones religiosas y sacerdotales, pérdida del carácter sacramental y mistérico de la liturgia, crisis de la identidad tanto sacerdotal como laical, pérdida de relevancia de los católicos en el ámbito sindical y en la política.
La primera impresión es que la secularización ha ido ganando terreno a la fe cristiana y que todo intento por frenarla era tachado de integrismo.
Lo que es bien cierto es que lo católico en España resulta irrelevante para construir la sociedad, para inspirar las leyes que nos gobiernan y para ofrecer los criterios necesarios para salvaguardar lo específicamente humano que alcanza su esplendor en Cristo, el verdadero hombre. Ni la política, ni la economía, ni la cultura hegemónica transmitida masivamente por los medios de comunicación, ni los programas educativos gozan de una clara inspiración cristiana. Es más, a menudo se presenta a la Iglesia Católica y a su enseñanza como algo que pertenece al pasado y que hay que abolir.
Ante esta situación, es normal que los católicos sientan una cierta orfandad.
... hay que comenzar clarificando que una cosa es que el Estado se declare aconfesional y otra que la tarea de la política y la misión del Estado se desvinculen de la verdad y lo sometan todo a la opinión y al consenso de las mayorías,
El haber abandonado el concepto de ley natural, en vez de profundizar en ella como nos pedía Benedicto XVI, nos ha dejado sin un punto de referencia para plantear las cuestiones en el foro público.
4) Orientaciones pastorales para una respuesta adecuada
Donde está el obispo, allí está la Iglesia que nos vincula a la Iglesia católica presidida por el sucesor de Pedro. Esta es la verdadera realidad que nos hace ciudadanos del cielo que es nuestra verdadera patria.
No pretendemos el poder, pero, por gracia de Dios, llevamos como en vasijas de barro un tesoro que trasciende todas las riquezas y poderes de este mundo. (2 Cor 4, 7). Estamos llamados a ser, en medio del desierto de este mundo, oasis donde se entra en el descanso de Dios y somos enriquecidos con todos los sacramentos que nos regalan el cielo en la tierra.
Como Israel peregrinamos por el desierto y somos acosados por nuestros enemigos que nos persiguen. De repente, por pura gracia de Dios, se presenta ante nosotros un oasis en el que podemos reposar, ser ungidos y hospedados por Aquel que nos guía y prepara una mesa frente aquellos que nos odian.
Las parroquias, centradas en las familias que hacen de la Iglesia además de una comunidad espiritual una comunidad de hijos (en la carne), han de poner toda su atención en formar una comunidad que engendra nuevos cristianos con verdaderos procesos catecumenales para la iniciación cristiana.
Sin comunidades cristianas no se generan familias cristianas. Sin familias cristianas no se transmite la fe. Sin la transmisión de la fe el desierto avanza y los oasis desaparecen.
En estos momentos difíciles por los que atravesamos los católicos en España no podemos esperar que las cosas se arreglen por los cambios políticos. En la política no está nuestra salvación. No la despreciamos y somos conscientes de que necesitamos laicos bien formados en la vida pública y en la política. En estos momentos no podemos generar grandes cambios sociales, pero sí podemos sembrar el territorio de oasis que vayan ganando al desierto y dispongan la sociedad para otros cambios sociales que generen políticas más justas y adecuadas.
... hemos de constatar sin embargo que, al ser el hombre naturalmente religioso, cuando se prescinde de la religión verdadera inmediatamente aparecen otras formas de vivir, incluso una religión antirreligiosa. Y así podemos constatar cómo, con una mala versión de la democracia, ésta se ha convertido en un sustituto de la ética y de la religión que se impone con sus ritos y con sus sacrificios.
Ser católicos en este momento, y siempre, es presentar un modo alternativo de vivir que está centrado en Cristo y en la tradición de la Iglesia católica.... El modo práctico de llevarlo a cabo es tener en cuenta una serie de criterios para ordenar la vida personal, familiar, comunitaria y social.
5) Los servicios diocesanos para la formación pastoral y evangelizadora
La obsesión por frenar la población y por aumentar el consumo está promoviendo nuevos tipos de personas que fácilmente se instalan en la cultura de la muerte.
No se trata de pintar un panorama sombrío, que fácilmente se rechaza por exagerado. Tampoco tenemos que caer en miradas ingenuas sobre la realidad.
6) Transmitir la fe en todos los ámbitos
Sin darse cuenta los pueblos se están quedando sin alma. Este fenómeno explica el fracaso de la catequesis en estos últimos años, la ausencia de los jóvenes y la falta de vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio.
Este año de la misericordia, además de profundizar en los salmos y parábolas de la misericordia como nos indican las directrices del Jubileo, habría que profundizar en el Sacramento de la penitencia y en el perdón.
7) El cuidado de los seminarios y la promoción de las vocaciones
Donde más se han sentido las consecuencias de la secularización ha sido en la falta de vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio.
... las vocaciones deben ser suscitadas, oradas y cuidadas. Esta tarea pertenece a las familias y a toda la comunidad cristiana.
8) La misericordia y sus falsificaciones
Lo primero que os sugiero es leer la bula del Papa Francisco El rostro de la Misericordia.
El peligro en una sociedad emotivista como la nuestra es quedarnos en el nivel de la compasión, entendida sentimental o emotivamente, y olvidar remediar auténticamente la miseria con todos los medios posibles, incluida la gracia de Dios que todo lo puede.
... se confunde la benevolencia, que es querer directamente el bien, con la tolerancia que es simplemente la ausencia de intervención ante el mal. Intervenir con benevolencia no significa “juzgar al prójimo”. Ya nos lo advirtió el Señor. “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37). El no juzgar, el no condenar o perdonar no significa el dejar de reconocer el mal e intentar socorrerlo. Una cosa es, por tanto, no juzgar al pecador y otra aborrecer el pecado e intentar socorrer el mal. De lo que se trata con la misericordia es de vencer el mal con el bien, como nos recuerda San Pablo (Rm 12, 21).
Lo propio de la misericordia es curar el mal, por eso se necesita una relación con el prójimo desde la verdad. Es necesario reconocer las heridas, nombrarlas en su verdad y tratar de curarlas.
Querer compatibilizar la misericordia con la resistencia en el pecado, o con la tolerancia del pecado, es hacer de la misericordia la puerta que se abre para que entre por ella el relativismo en la Iglesia. La misericordia no crea leyes contrarias a la justicia sino que regenera lo que la justicia, por sí sola, no está en condiciones de lograr.
El modo para no perderse en estos vericuetos es observar y meditar las acciones de Cristo, icono de la misericordia, con los enfermos, con los pobres y los pecadores. Al mismo tiempo que les anuncia la verdad, que es Él mismo, les remedia los males, los cura y les perdona los pecados advirtiéndoles que no pequen más.
9) El Sacramento del Perdón
Si en algo han insistido los últimos sucesores de Pedro ha sido en la necesidad de recuperar el Sacramento de la penitencia y la práctica de confesar los pecados.
¿Cuál es el problema de este sacramento? ¿Por qué las personas han dejado de ir a confesar? ¿Por qué los mismos sacerdotes han mostrado menos disponibilidad para la confesión? La razón hay que buscarla en la crisis de fe, en la decadencia del espíritu y la pérdida de la conciencia de pecado que ha provocado la secularización y sus consecuencias.
Encender la lámpara de la fe es la única posibilidad de empezar a descubrir las heridas del pecado, reconocer las enfermedades del espíritu. La peor enfermedad del espíritu es el pecado que, aunque no seamos conscientes de él nos destruye igualmente y puede provocar la muerte espiritual.
Lo que ha ocurrido con la secularización y sus consecuencias es muy curioso. No es que seamos más pecadores o menos que las anteriores generaciones. No. Somos igualmente pecadores. El problema es que hemos caído en la peor de las enfermedades que es no reconocer los síntomas de la enfermedad.
Lo que ocurre en nuestra generación es peor. No sólo –por falta de luz, por falta de fe– hemos dejado de ver las sombras de nuestra vida o reconocer las heridas del pecado, sino que hemos sufrido la peor de las mutaciones. Hemos aprendido a llamar bien al mal y mal al bien. Esta es la crisis espiritual más seria: llamar a la enfermedad salud y dejar que la enfermedad nos lleve a la muerte del espíritu.
Salir de esta enfermedad epocal, de esta crisis profunda del espíritu, requiere una operación traumática. Se trata nada menos que de un trasplante de corazón y mente. En griego esta operación se llama metanoia, en español la traducimos por conversión.
El trabajo que nos espera, pues, en este Jubileo de la misericordia es apasionante.
10) Conclusión.
El camino es Jesucristo, la luz la fe. El objetivo pastoral del curso: la conversión pastoral y la evangelización para gestar nuevos cristianos y nuevas comunidades cristianas. La única manera de frenar las crecidas del desierto de este mundo es ir creando, con la gracia de Dios, nuevos oasis cada vez más amplios y mejor dotados. Como en tiempos de San Benito es necesario no anteponer nada a Cristo.
La carta pastoral puede ser descargada en http://ift.tt/1vbcaFj.
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