(EFE/InfoCatólica) «Es necesario volver a ver a Jesús resucitado y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es regresar al primer amor para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo y llevarlo a todos los extremos de la tierra», explicó.
Asimismo, el papa instó a los congregados a volver a «Galilea» para renovar, así, su fe mediante el recuerdo del sacrificio de Cristo. En este sentido, el papa subrayó que regresar a Galilea -renovar la fe- «tiene un significado bonito» porque significa «sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana».
Esta Vigilia Pascual, en la que la cristiandad vela por el tránsito de Cristo de la muerte a la resurrección, comenzó con una basílica de San Pedro completamente en penumbra, mientras en el exterior se desataba una fuerte tormenta.
Por petición del pontífice, el inicio de esta solemne y sugestiva ceremonia se adelantó a las 20. 30 hora local y comenzó con la tradicional bendición del fuego y la preparación del Cirio Pascual. El primer rito comenzó cuando el obispo de Roma inscribió con un punzón sobre la superficie del Cirio el signo de la cruz, la primera y última letra del alfabeto griego -alfa y omega- y los números que conforman el año en curso, el 2014. Lo hizo en el atrio del templo mientras pronunciaba en latín un antiguo pregón que reza «Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él pertenece el tiempo y los siglos, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Acto seguido, el diácono encendió el Cirio y lo portó en una procesión que transcurrió por el interior de una basílica ensombrecida, seguido por el propio pontífice, que portaba otra vela, y por miembros del clero, vestidos completamente de blanco. La procesión finalizó con el canto del «Exultet» en el altar de las Confesiones, bajo el baldaquino barroco del templo, y con ella se puso fin a la celebración del fuego para dar paso a la conocida como Liturgia de la Palabra.
Para la celebración de este rito, se leyó un pasaje del Génesis en francés, una monja continuó leyendo el Éxodo en español y un joven leyó en inglés un pasaje del libro del profeta Ezequiel. Acto seguido y tras la lectura de un pasaje del Evangelio según San Mateo, el Papa Francisco pronunció su homilía, que estuvo sucedida por la celebración de la Liturgia Bautismal.
Para proceder con la imposición de este sacramento, el diácono sumergió el Cirio Pascual en el agua de la pila bautismal por la que pasaron los diez catecúmenos que hoy recibieron el bautismo por parte del pontífice. De este modo, el papa vertió el agua bendita sobre la cabeza de estas diez personas, ocho hombres y dos mujeres, de las cuales cinco eran italianos y el resto procedían de Líbano, Bielorrusia, Francia, Senegal y Vietnam. El más joven fue Jacopo Capezzuoli, de siete años, que fue bautizado junto con su hermano Giorgio, de diez. El mayor fue Tuan Tran, un vietnamita de 58 años quien, tras el rito, asumió el nombre cristiano de Mateo (Matthew).
Durante la ceremonia, en la que se congregaron 5.000 fieles, las campanas de la basílica rompieron su silencio después de los cuarenta días de Cuaresma para celebrar la Pascua, al tiempo que, en el interior, se entonaba el «Gloria». Después de tres horas, el pontífice salió de la basílica vaticana apoyado en su báculo y arropado por el aplauso de todos los fieles congregados.
Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual
El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).
Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán».
Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.
Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!
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